miércoles, 25 de marzo de 2015

Mundo hipster


Pues qué quieren que les diga. Serán lo más, responderán a patrones estilísticos y tendencias postmodernas que no acierto a vislumbrar, abrigarán una cuidada informalidad de apariencia, pero no me gustan un pelo las barbas hipster.
Las modas van y vienen con alternancia pendular, por eso resulta necio crear tendencia. Nunca se hace. Solo se repite o revigoriza algo que ya existía, pero que no por olvidado resulta novedoso. Actualizar los mitos o las modas solo demuestra capacidad de reconversión, nunca impulso genuino.
En patrones de estilo y aspecto físico, como en casi todo lo demás, todo está inventado. Distintos tipos de barbas nos han acompañado desde los albores de las pubertades. Amén de griegos y caballeros medievales, la capilaridad facial ha revestido de masculinidad todas las eras del hombre. A las perillas de 1994 antecedieron los pelos hippies, como las greñas ochenteras o la barba de cuatro días en los 90. Lo de ahora apenas difiere de lo anterior, con la salvedad de que se pretende ser lo más. Para mí, solo demuestra una flagrante falta de personalidad, además de ser feas de cojones.
Tal vez algunos nos hemos quedado en nuestra propia edad de piedra. Yo nunca he podido pasar de tres semanas sin pasarme el rastrillo, bajo la inminente sensación de insalubridad. Imagino que todo vale, y no seré yo quien prohíba o condene. Para eso ya tenemos a Josie que hortera es un rato, pero al menos el tío tiene pitera para crear tendencia, si entendemos por la expresión ponerse todo aquello –feo– que nadie se encasquetaría y luego vendernos la moto con asombrosa pericia.
Hay que reconocer que el mundo funciona por imitación, y solo unos pocos aburridos pagamos nuestro eterno tributo a la rebeldía vistiendo la cara igual por los siglos de los siglos. En mi caso, despeinado sin solución y entre cero y cinco días sin afeitar. Ni gafas de pasta, ni piercings ni tatuajes. Si acaso más canas y el solideo más serio. Pero ni cabezas rapadas ni haciendo dibujitos horteras por los laterales, sin pelo jincho ni cresta ni raya ni greñas ni cacerolo ni coleta con perilla. Podemos, pero no queremos.
Respeto todo. Con la cara que tengo, como para no hacerlo. Pero opino sin pudor que esas barbas no. Ni al Chacho Rodríguez ni a David Beckham. Ni Shuarma ni Miguel Bosé. Ni Brad Pitt ni Hugh Jackman. Cambiar de look está bien, pero en este caso solo sirve para empeorar y que la gente se alegre de nuevo cuando se te haya pasado el capricho. Yo propongo la barba discontinua, así por segmentos. Creo que es lo único que no se ha hecho todavía. Parece imposible, pero no subestimen el poder de los sin criterio. Basta que un tonto se la deje por error que todos le copiaran el truño con hipsteriana devoción. Y a lectores ofendidos, perdonen mi criticona frivolidad. No he podido evitarlo. No todos somos chic y guay y vamos a la última.

sábado, 7 de marzo de 2015

El hombre que meaba colonia (2/2)

Guillermo se sinceró entonces. Desde la pubertad le pasaba algo extraño. Su sudoración era misteriosamente agradable, como si de los poros emanara perfume caro. Su aliento también resultaba enormemente agradable, así como cualquier secreción o excedente de su cuerpo.
Sandra continuó la relación con el hombre que meaba colonia. Se abrazó a él mil veces; marchaban juntos a hacer deporte, tras lo cual hacían el amor sin que ella le dejase ducharse. Pronto sacaron una línea de perfumes exclusivos con todo lo que aquel Adonis celestial producía, y se hicieron inmensamente ricos y alevosamente populares. Todo eran días de vino y rosas. Hasta aquel día.
Guillermo no recordó exactamente como ocurrió. Simplemente le esposaron, le encarcelaron y hubo un juicio sin historia. Le metieron quince años y una indemnización que nunca pudo pagar.
En la prisión de Daroca cuchicheaban con morbo que entre ellos estaba el hombre que meaba colonia, enamorado de una mujer diez, hasta que se le fue la pinza y mató a todo el bloque vertiendo un potente gas tóxico en los conductos de aire acondicionado, en los pasillos y portales. Los internos con frecuencia se abrazaban a él para agarrar un poco de su impagable sudor. Bueno, alguno que otro se abrazó demasiado, pero nada que no ocurra en otros sitios.
Por las noches frías de Daroca una fragancia sublime alegraba los semblantes de presos y funcionarios. Solo Guillermo permanecía despierto y preocupado, recordando cómo Sandra se aproximó a él con un frasco de desodorante de Mercadona y, por simple y morbosa curiosidad, pulverizó sobre el torso sudado de su hombre. Lo demás, jamás consiguió recordarlo.