miércoles, 7 de mayo de 2014

Canción de Yordanka o el Cojín de Lactancia (2/3)

Las siguientes noches descubrieron nuevos vicios del recién llegado. Y no sólo en las pernoctas. Una mañana el hombre se asombró, al despertarse, de no verse entorpecido por el dichoso cojín. Su alegría, sin embargo, se tornó susto en cuanto ganó la cocina. ¡El almohadón estaba desayunando en su silla! ¡Y para colmo, estaba usando su taza de Dora la Exploradora! El pobre Alin le hubiera cantado las cuarenta de buena gana, pero recordó la tranquilidad y comodidad que el bicho había traído a su querida mujer, y dio por bueno el abuso de confianza. A ver si le decía algo y se marchaba. ¡Estonces sí que le caía una gorda!
Mientras retorcía su llave inglesa contra la junta de la culata de un Citroen de la guerra, el rumano intentó quitarle yerro al incidente. Por eso, cuando arribó a casa, irrumpió con la mejor de sus sonrisas y la actitud del que no quiere montar en cólera. Se metió en la ducha tras darle un besito a la tripa y a la boca de Yordanka, y se fundió con el ardiente vapor quitagrasas de su mampara saunística. Salió todavía mucho más relajado. Ni siquiera había visto al maldito cojín. Pero cuando estaba ahí fuera, chipiando el felpudo y rebuscando su albornoz, todo cambió.

–Cariño –preguntó él–, ¿y mi albornoz?
–Ah, nada, lo lleva el cojín de lactancia. Es que tenía frío.
–¡Pero cielo, que estoy chorreando!
–Anda, hijo que te ahogas en un mar de dudas. Pues coge el mío y ya está.

Alin se vistió con la prenda recomendada mientras bufaba y mascullaba en voz baja. No quería enfadarse con Yordanka. Bastante tenía con las hormonas y la tripa. El albornoz le llegaba por encima de las rodillas y no podía cerrarlo, de modo que el cinturón dejaba una erótica raya vertical de carne que abarcaba desde el cuello hasta las calandracas. Sólo quedaban dos meses. Debía ser paciente.
Y lo fue. Marius nació cuando no había cumplido ni un día de vida y todo eran parabienes y bendiciones celestiales y familiares. Nadie se acordaba en la clínica del cojín de impertinencia.
Pero todo lo bueno se acaba, y la nueva familia feliz tuvo que volver a la realidad de su casa. Y ahí el cojín se hizo mucho más que fuerte. Se volvió imprescindible. A Yordanka le gustaba dormir agarrada a él, aunque ya no hubiera tripa que descansar. Y por supuesto, el muy baboso se apuntaba a todas las tomas de leche, oteando y tocándolo todo desde su privilegiada posición, y con intenciones mucho menos honorables que las meras necesidades alimenticias del pequeño Marius.

2 comentarios:

  1. Toda una tragedia familiar e irracional! ja ja ja ja....Hay que ver las cosas que pasan en los hogares, jamás podría imaginar viendo a Alin trabajando en el taller todo lo que se cuece en su casa, ¡jamás!...
    (Sigue en negro...)

    Un abrazo Drywater!

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  2. Jajaja, el cojín sigue haciendo de las suyas. Tiene desquiciado al pobre Alin.

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