miércoles, 26 de febrero de 2014

Suciedad Limitada

Qué asco de piso. Brilla todo como si fuera una patena. Ya sé que no saben lo que es una patena. Yo tampoco. El caso es que vivía yo feliz con las pelusas del oeste campando por los suelos, una fina capa de polvo acariciando madera y cristal, telarañas acogedoras en las esquinas y una buena colección de enseres variopintos custodiando los bajos de mi cama. Estábamos el gris polvo y yo en la gloria, pero ha venido ella y se lo ha cargado todo. Se volvió como loca: disparó KH7 a discreción, succionó cruel con su aspirador, masacró grasa esquinera con la vaporeta y peinó el suelo con su horrenda escoba de bruja. A los muebles los desnudó de caspa y a los jarrones les borró el mate. Las limpiadoras son todas unas asesinas de lo añejo y lo reposado. Y además cobran las psicópatas. Imagínense que a uno le pagasen por jugar al fútbol.

jueves, 20 de febrero de 2014

Abatidos nueve inmigrantes subsaharianos por irrumpir en suelo ceutí

La noche del jueves ha sido especialmente cruenta en la ciudad autónoma de Ceuta. Los intrusos ya no respetan nada y diversifican sus métodos de violación del espacio territorial español. Algunos aprovechan la llegada de la noche para entrar en masa.
Según los videos difundidos por la Guardia Civil, muchos de ellos no desean realmente llegar a Europa, sino joder las instalaciones y elementos de prevención del Gobierno de España. En este sentido, se cree que un nutrido número de africanos desafilaron deliberadamente las concertinas disuasorias usando sus brazos, piernas y muslos para “comerse” las ruedas dentadas. Un comportamiento que ha sido condenado por el Ministro del Interior. “Claro, como las concertinas son caras y ellos tienen muchas extremidades, intentan fastidiarnos deteriorando el mobiliario urbano. Pues ya podrían quemar contenedores, que eso lo paga el Ayuntamiento de Ceuta y no nosotros”, ha comentado Jorge Fernández.
La tragedia ocurrida en la noche de autos se recordará como uno de los momentos negros de la historia de España. Al parecer, unos veinticinco subsaharianos han conseguido irrumpir criminalmente en la ciudad. Una debacle total. Pero no todo son noticias negativas. Otros nueve ilegales fueron acribillados a tiros por las fuerzas de seguridad del Estado cuando se negaron a obedecer órdenes. Según informan fuentes policiales, era un grupo de 33 morenos dotados de paracaídas de plástico de esos que iban con un muñeco; los que se lanzaban al aire con fuerza y caían donde les daba la gana; un clásico de los juguetes para niños.
Los inmigrantes se hallaban en caída libre cuando el cabo primero les ordenó volver a subir, a lo que la totalidad de ellos se negaron. En ese momento, y ante la negativa a abandonar el conato de intrusión, los antidisturbios tuvieron que disparar sus fusiles de asalto. Hay que recordar que las pelotas de goma se han prohibido porque son mucho más costosas económicamente que las balas del calibre 38 y el ejecutvo ha impulsado un importante paquete de medidas de reajuste y optimización del gasto público.
Una vez que seis de los criminales fueron abatidos, uno de los supervivientes intentó aletear hacia arriba para no caer en suelo español, pero acabó tomando tierra y tuvo que ser suprimido también. Hay que decir que los africanos muertos siguieron bajando al suelo a modo de provocación, creyendo tal vez que su nueva condición de cadáveres les proporcionaría un estatus diferente. En este sentido, voces autorizadas dentro del ministerio ya han advertido que “los sepelios no se realizarán en Ceuta ni en ningún otro territorio del país. Si quieren entierro, que se vuelvan para Senegal.”
Se cree que los paracaídas de juguete utilizados para perpetrar el horrendo crimen fueron adquiridos en establecimientos multibazar regentados por asiáticos afincados en España, con lo que no se descarta pedir explicaciones a Pekín. Lo que no se entiende es cómo llegaron dichos productos hasta África. Los chinos no dejan de sorprendernos.

sábado, 15 de febrero de 2014

La maldición mediática

Males de ojo los hay a patadas; tantos como brujas y supersticiosos dispuestos a creer en ellos. Y si sumamos los agnósticos de lo paranormal, el número se hace escandaloso. En todo caso, poco importa para el desarrollo de este ensayo que los maleficios vengan conjurados por personajes oscuros o caídos al azar por el dado de las posibilidades.
Hay maldiciones absurdas, porque nacen únicamente de la observación caprichosa de una casuística cualquiera. ¡Hay tantas no casualidades que sólo reparamos en lo que sí ocurre y le damos rango de verdad insondable!
Otras desgracias ocurren porque la estadística es abusivamente favorable: si uno de cada diez alpinistas que suben al Anapurna no vuelve, pues tú mismo. Llévate a tus nueve más odiados antagonistas y reza para que no vuelvan todos.
Pero de todos los males, ninguno es tan fatídico como recibir la atención de los medios. Porque rara vez alguien sale en la tele por hacer tortillas de patata impresionantes o sacar un diez en selectividad, y si ocurriera, sus quince segundos de gloria se le harían insustanciales hasta al mismísimo Andy Warhol. No. La gente quiere barro. Y cuando la audiencia sedienta de sangre no ha cenado y necesita su dosis diaria de odio justificado, es mejor no pasar por delante del objetivo con una historia de moral mínimamente discutible.
Ejemplos los ha habido muchos y muy mediáticos, pero son tan graves o trágicos como otros tantos episodios macabros que no han gozado del suficiente condimento periodístico, un sazonador llamado morbo. Y ese ingrediente  lo regalan con la fama, como a Ortega Cano cuando atropelló a Carlos Parra o la infanta mangona cuando no se enteraba de los trapicheos conyugales. Otras veces la carnaza la reparten perversamente allí donde parece que triunfará el menú del día: Marta del Castillo de primero, Jesús Neira de segundo y Asunta de postre.
Yo no dudo de lo dramático de muchos de esos acontecimientos. Tienen desde luego mi repulsa y mi tristeza por el mero hecho de haber sucedido, pero también sé de muchas historias que, siendo igual de graves, nunca llegaron a copar informativos.
Los mass media son un arma de destrucción masiva. Con motivos o sin ellos, por sus fauces denigradoras han pasado controladores aéreos, profesores que sólo trabajan 18 horas a la semana, SGAEs, Ecce Homos y muchos otros elementos cuyo juicio de valor acaba siendo el que impone el medio informativo, y casi siempre sesgado y muy poco veraz.
Los medios de comunicación nunca serán objetivos. Hay cosas que venden mucho más que la objetividad: unas frases sacadas de contexto, una imagen sin trasfondo, una verdad a medias, un reincidir hasta el aburrimiento, un cebarse con un colectivo, un ningunear lo que de veras es importante… En eso se ha convertido la prensa en este país, en una máquina de remover el barro y sacar la mierda a ver si los consumidores la comen. Y créanme, en España, y en 2014, la devoramos.

viernes, 7 de febrero de 2014

Por qué no debes ir a comprar al Mercadona en hora punta

Pues porque es un caos acojonante. Las marujas están más impertinentes, quizá arrepentidas de haber faltado al primer mandamiento de las marujas, que es ir a comprar a las nueve y cuarto, o porque se ha acabado el salmón, vete tú a saber.
Los pobres de la puerta tienen más cara de pena; será que llevan más tiempo sin comer o que el frío les ha robado la alegría.
Los carros han sido misteriosamente abducidos y no queda ni uno libre. Si eso, el de las patas rotas que giran siempre a la izquierda y te estampas contra todos los estantes. Las cestas, están perfectamente ordenadas y apiladas. El único fallo es que por misteriosos vericuetos logísticos y migratorios, siempre te esperan en la otra puerta.
Las cajeras tienen en esta hora bruja la facultad de desparramar tu compra con más salero, y jamás te darán tus bolsas hasta que no se hayan asegurado un buen remanente de productos facturados para que tu vayas perdiendo el culo y no ellas, no sea que seas rápido y les atosigues recogiendo más veloz de lo que ellas pueden escanear. Su slogan es más acelerado, y sus anuncios de promoción por megafonillo suenan a prisa no vaya a ser que se ennegrezcan los plátanos de oferta antes de acabar la alocución.
Los bosques verdes se encuentran llenos de lobos hambrientos, y los hacendados tienen a todos los esclavos en huelga en hora punta. Muchas de las cosas que has venido a adquirir ya no existen; se extinguieron hace unas horas para ti, años ha para las marujas del primer párrafo. Pese a los impedimentos y las escaseces, hay algo que nunca deja de inquietarte: “¿Dónde cojones están los huevos?”
Con todo, lo más atemorizador de consumar el ritual en horario de máxima audiencia son los demás compradores. En general se dividen en dos categorías, ambas a evitar –haber venido por la mañana con las marujas–. La primera es la de los empanados. Gente feliz, sin complejos, sin prisa, sin estrés: abuelos, madres que no tienen tiempo (¿?), desempleados, yayas, yoguistas… Tienen un don especial para bloquear un pasillo con capacidad para tres consumidores con un solo carro. Lo cruzan inexplicablemente y lo clavan. Tú ensayas y nada. Lo más que consigues es que te regateen a ambos lados. Los empanados cogen capazos en cada esquina, con cada vecino, y en todas circunstancias.
La segunda variedad de cliente a evitar un lunes a las ocho de la tarde en el súper son los tiburones. Bueno, para qué engañarnos: tiburonas, porque la amplia mayoría de escualos mercadoniles son hembras en época de apareamiento, y por lo visto llegando tarde a la cópula –de ahí las prisas. Bien, hagas lo que hagas, esquívalas. Sus dentelladas dan miedo, su mirada torva acojona y su conducción de carro entre los obstáculos –porque para ellas no eres más que eso– es entre temeraria y suicida. Si eres una persona normal, estándar, medianamente educada, les cederás el paso mil veces. No esperes que te devuelvan la gentileza. Están demasiado ocupadas para siquiera considerar que tú también tengas obligaciones. No sé, tal vez ir a atracar un banco nocturno, marcharte de cañas, quedar con la chica de tus sueños o cambiar el pañal al renacuajo. Que resulta chocante, pero los demás también tenemos vida propia y muchas ganas de consumirla entre los besos de nuestros seres amados en lugar de esperar pacientes la cola y agarrar fuerte la barra para que no se nos coman el pan.

lunes, 3 de febrero de 2014

Endesa y la publicidad engañosa

Hace una semana mi compañía eléctrica me “regalaba” ocho euros en combustible. El requisito parecía viable: tener factura de Endesa –con solera; en mi caso nueve añitos– e identificarse correctamente para obtener un presunto descuento a percibir en cualquier gasolinera Cepsa.
Uno es más perezoso que una montaña sin seísmos, pero asume el engorro natural de dar el número de contrato, proporcionar una cuenta de correo de segunda fila, no vaya a ser que masacren la buena a base de spam energético, y bueno, cuatro trámites burocráticos más allá, a emborrachar el coche de gasofa gratis, aunque sea durante tres segundos y cuatro gotas oro líquido.

Pero, ¡oh, sorpresa! Resulta que no ha tocado nada. Y sí, efectivamente la propaganda no decía “Te damos 8 € en combustible”. Sólo rezaba “8 € de combustible gratis” y “Para conseguir su regalo, entre en www…”. Matices importantes, sobre todo cuando en letra ridícula dice aquello de “Ver condiciones de la promoción en…”
Uno no tiene el cerebro para muchos alardes, como mucho para contemplar el puzzle de la existencia y admitir que sólo se ven un puñao de piezas, pero esto ya es pasarse. Que nos quieren tomar el pelo, vale. Pero no nos tilden de gilipollas. Cúrrenselo un poco. No sé, consulten con el Gobierno. Nos engañarán lo mismo, pero el discurso será mucho más engolado y con suerte hasta pencaremos convencidos de que hacía falta o lo ponía en el programa electoral.

Conclusión, que Endesa regala combustible por mis cojones. Si no fuera por la mencionada pereza de antes, me largaba a Iberdrola a que me enchufaran ellos, y a estos iluminados que los partiera un rayo, aunque fuera en el logo.

sábado, 1 de febrero de 2014

Rumbo hacia la idiotización

¿Se han fijado en que cada vez nos cuesta más leer a los clásicos? ¿Qué nuestros jóvenes progresan en su inintegilibilidad hacia Calderón, Cervantes o Anónimo, por poner sólo tres conocidos ejemplos? ¿Qué el español se está empobreciendo en el día a día con mayor rapidez que el mismísimo uranio, y a veces con similares efectos devastadores?
El diagnóstico es claro: los hábitos han cambiado. El vulgo ya no lee. Ni por ocio ni por vicio; tampoco por obligación. Para qué decodificar el idioma escrito habiendo lenguaje audiovisual. Nadie acomete el Quijote pudiendo ver la película, y a ser posible bajada gratis de internet.
El mundo tal y como lo conocemos se muere. Ya no hace falta saber para ser feliz. Se vive mucho más contento en la ignorancia. ¿O acaso el Jonan de Vaya semanita tenía días grises? El concepto de insatisfacción sólo existe para el que es capaz de reflexionar sobre ella. Quizá por eso las depresiones atacan mucho más a personas propensas al autoanálisis y la metafelicidad. Y ya se sabe, todas las metas son peligrosas, hasta la bendita metadona.
El universo es muy grande. Y el ciudadano medio vive dentro de su microcosmos como si no hubiera un mañana, como si miles de pequeñas cosas insignificantes pudieran rebosar el vaso de la existencia humana, como si tallar su amor eterno por una mujer en el tronco de un árbol o acribillar a fotos digitales al primero de sus vástagos fuera de vital importancia para sus semejantes. No. Un día morirá y sus miles de recuerdos acabarán en una planta de reciclaje, comidos por el ácido o triturados por la prensa hidraúlica. Somos tan pequeños que el más modesto microscopio perdurará más tiempo que nuestras propias células. Bien lo sabe la mujer de la guadaña –que por cierto, padece una anorexia galopante–. Porque no puede remorirse, que si no…
Pero me estoy poniendo metafísico, y dijimos que las metas no son buenas. Lo importante es correr hacia ellas, y no desesperarse aunque nos hayamos pasado la vida leyendo páginas que nunca entendimos. Es como hablar con un tailandés, que le dices a todo que sí y no has pillado un carajo. Al final, si la cultura no alimenta el alma, la cambiaremos por la wii.