martes, 31 de diciembre de 2013

Convencionalmente atrapados

De todas las vacaciones que oferta el mesario, las navideñas son las más engañosas de todas: no son días de descanso; no puedes desaparecer en una cala desierta –entre otras cosas hace un frío que pela– y tampoco dispones de tiempo libre real.
Del 24 al 6, y antes, si incluimos las cenas de empresa de recomendable asistencia, los actos sociales se aglutinan hasta petar el calendario. Para empezar, los niños, si los tienes, piden comer diversión y entretenimiento. Ofertas no faltan en 2013, pero hay que llevarlos o, en el mejor de los casos, pagarles la juerga. Olvídate de otra cosa que no sea ver la última de Disney en 3D con asientos giratorios y sonido megadolbysurround envolvente con esporas acústicas y toda la chiquillería del barrio copando la sala.
No tienes niños o en un acto de lucidez los ahogaste en el río. Bien. Algo has ganado. Pero no mucho. Aún te queda la cena de las cenas, el día de la familia, la noche de las zorreras y la gran resaca del año; eso sí, estratégicamente enlazadas de dos en dos para que la saturación sea puntual. Desgraciadamente, las reuniones gastronómicas no acaban allí. Como si fuera poco empacho –me refiero al de familiares que no te apetece ver, no al de langostinos que miraste con lasciva apetencia–, todo quisque quiere verte esos días. Pero Drywater, que eres un antisocial, un rancio, un sociópata. ¿Tanto te cuesta tomar un café con aquellos a los que aprecias? No. No me cuesta. Pero has dicho uno. Acepto hasta tres. Pero nunca son menos de cinco. Tampoco vas a agruparlos en un pack único, imposible y dispar como si fuera tu propia boda, claro.
Y ya se sabe: hay gente con la que repetirías reunión todos los días, y personas con la que lo harías todos los años, bisiestos incluidos. Por algún morboso motivo los sujetos con los que más te aburres o más a disgusto estás, si no son la familia política, son personas que adoran quedar contigo. Y viceversa, evidentemente. Cuanto más te priva estar con alguien, probablemente más le cansa a él.
Lamentablemente las convenciones no mueren aquí. Quedan los regalos. En Navidad se compran cosas para los demás por cojones, tanto si te gusta como si no; lo mismo da que te lo curres o cojas lo primero que veas en el stand de las ofertas: nunca acertarás; ni en gusto ni en precio, y quedarás irremediablemente rácano o excesivo por la naturaleza desmedida de tu presente. A mí esto me estresa sobremanera. Y no lo digo porque la dependienta te diga “¿Se lo pongo para regalo?” y lo único que haga sea sellar la misma bolsa de la tienda con cuatro tochos burdos de celo o ponerle un lazo mal atado en el asa. Antes al menos te metían un pliegue de papel hortera en la bolsa. Ahora ya ni eso. En todo caso, no es éste el motivo de máxima preocupación cuando me enfrento a la convención de apreciar al otro por medio del consumismo. Yo, si hay que consumir, se consume y si hay que ponerlas, se ponen. Pero… ¿por qué hay que gastar lo poco de tiempo libre que te quedaba tras los langostinos, la puta cena de empresa, los cuatro magníficos, las quedadas salteadas, la cola en la pescadería y el llevar el coche al taller, por qué malemplearlo buscando un regalo que le demuestre a esa persona especial que has pensado en ella? ¿No vale con un whatsapp estandarizado y falto de originalidad? ¿No ves que fracasarás y además te vas a dar mucho mal? ¿Por qué estamos obligados a hacer algo que no nos apetece un carajo? ¿Quién inventó la Navidad? ¿Fue El Corte Inglés o Nature?
En fin, sé que las convenciones navideñas son una rémora y que nunca me libraré de ellas, pero moriremos matando. En casa ya hemos conseguido minimizar los regalos hasta convertirlos en chorradas estúpidas del Todo a un euro. Eso sí, la sobrinada seguirá pidiendo su sangrienta ración de papanoeles y reyesmagos, y ningún poder fáctico podrá cambiar eso, salvo el padre Cronos. Ése arrampla con todo y los hará mayores de edad. Otra cosa es que le cueste un montón de años salvarnos de regalar caprichos a los mismos niños. No pasa nada. Vendrán otros. La Navidad consumista nunca morirá.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Kosmodermia, de Fominder

Hace unos meses tropecé con esta pequeña joya de la música underground, indie y surrealista, y ya he escuchado el disco lo suficiente como para hacerle un somero radiografiado. Pero aviso, el esqueleto de Kosmodermia no se parece al de otros álbumes del mercado. En éste las canciones respiran atmósferas de sueño y uno parece estar flotando en una irrealidad hermosa que no acaba de comprender y siente que se está perdiendo parte de su inalcanzable belleza. Vamos pues, a desglosar cada uno de sus cortes, no sin antes avisar de que el nombre del cantante suena muy –pero que muy– bien en inglés, por si alguna vez quiere anglosajonizárselo: /fomainder/. Poco más que añadir sobre el pseudónimo, salvo tal vez indicar que según las malas lenguas un día JFL abrió un sugus de piña y dentro ponía fominder y de repente vio la luz. Pero esto sólo lo dice el mentidero youtubero, no hagan del todo caso.
Respecto a las pistas, todas ellas beben del mismo arroyo compositivo y se nota. Kosmodermia es un álbum conceptual de los que ya no se hacen. Te podrá gustar más o menos pero no cabe duda de que está pensado como un todo que se retroalimenta y fagocita a sí mismo.
Finalmente el libreto está trabajado con mimo y cuidado para ofrecer un acabado muy profesional. Las letras se leen bien sobre coloridos fondos, a excepción hecha de un par de líneas de Camino en Espiral, pero nada de lo que escandalizarse. Los mismísimos Barricada en su libro biográfico ElectriKaos tenían un puñao de páginas imposibles de desencriptar por el abuso de fondos excesivamente tintados. Volviendo a Kosmodermia, la portada envuelve los campos monegrinos de unos filtros galácticos la mar de futuristas, y esa sobreexposición y derroche de color nos acompaña sin solución hasta los últimos acordes del disco. Una currada de obra y además bien hecha.
Les aconsejo que no sigan leyendo. Al menos, no hasta haberse hecho con los once trozos de cosmos que Fominder nos regala en su ópera prima. Y si no entienden nada, no se preocupen. Lo importante era sentir.

01 La Imaginación
Los primeros acordes del tema rescatan cierto sabor a ingenuidad. El sonido es limpio, divertido y propenso a universos oníricos. La voz de Fominder entra suave, dulce e imaginativa. La canción no decae porque los teclados sujetan las transiciones con sólidos andamios musicales y ritmo trepidante. La temática romántica ensambla perfectamente en el carácter del corte: escapismo, fantasía y búsqueda de ideales alternativos al materialismo esclavizante. Un gran comienzo para darse un atracón de originalidad, pop futurista e ideas y conceptos derretidos en formato electrosonoro.

02 Otra Piel
Las filigranas musicales del primer tema dan paso a un medio tiempo un tanto minimalista, con marcado regusto acústico sin muchas pretensiones. La letra es difícil y –algo reiterativo en todo el disco– de ambigua interpretación. Tal vez evoque el sentido primigenio de la vida, el milagro de la concepción o la dicotomía entre el hedonismo y la perpetuación. En todo caso, se trata de algo inconexo, inacabado y lejano. Es aventurado sacar conclusiones de algo tan abierto y tan abstracto a la vez. El estribillo tal vez se estire más de lo necesario, pero sin duda acompaña adecuadamente al resto de la composición tanto en armonías como en conceptos.
03 Camino en Espiral
Y llegamos a uno de los tesoros del álbum. Un clásico de manual dentro de la presumible larga carrera de Fominder. Sonidos envolventes, teclados mesmerizantes y excesos petshopboyanos son la base rítmica para una declamación nítida, casi rapeada, en absoluta armonía. El conjunto es redondo, por eso constituye uno de los mejores temas. Respecto a las letras, predominan las metáforas absurdas y las imágenes oníricas y surrealistas. Cuando uno piensa que ya ha comprendido un poco el significado genérico de la composición, el estribillo desubicado desmonta todas las teorías simbólicas. El autor vuelve a timarnos con ese estilo personal tan suyo de contar todo mediante la descripción de escenas contradictorias, extrañas, ajenas a sí mismas, como si quisiera contarnos todo y nada a la vez. Luego pasa lo que pasa, que los críticos no decimos más que barbaridades una tras otra. No pasa nada. John Lennon hacía lo mismo.

04 El Club de las Buenas Costumbres
Absolutamente embelesador, épico, enfermizamente nostálgico, el cuarto episodio kosmodérmico es un despliegue de sensibilidad y dulzura donde todo está en su sitio, desde las guitarras hasta la voz susurrante como un sueño hecho eco del alma. La estampa es una vez más onírica, delirante y entumecedora, pero contenida y anhelante. La canción rezuma inocencia perdida, tristeza y soledad. Parece un bildungsroman en formato musical con pequeñas pinceladas peterpanescas. Y es que, en el fondo, las preguntas que se hace el autor son las mismas que nos reconcomen a todos en un estadio u otro, desde la rendición pragmática hasta la ensoñación adolescente o la candidez infantil. El sabor que deja El Club de las Buenas Costumbres es de profunda incomprensión sobre la naturaleza humana, de incredulidad frente al inexorable camino hacia la temida madurez, y sobre todo de confluencia de miles de soledades compartidas en un mismo destino vital.

05 Don Alma de Muñeco
No es la primera vez que Fominder tontea con figuras de vudú, y probablemente no sea la última. El falsete del estribillo inicial parece engañarnos respecto a lo que nos espera. De nuevo, las estrofas son más hermosas que los coros. Eso siempre es buena señal. Las voces fluctúan desde el agudo inicial a un semisusurro tan sugerente como en anteriores composiciones, contribuyendo al clima general de romanticismo onírico, de atmósferas irreales, difusas y embriagadoras, como una resaca de rosas. Don Alma de Muñeco parece una búsqueda introspectiva del yo, un viaje al interior de uno mismo, un buen tema, sin estridencias acústicas ni literarias. Simplemente belleza en formato de ensueño.

06 Ntra. Sra. Del Perpetuo Videojuego
Canción compleja, confusa, de curiosas estructuras sonoras, un tanto futurista y obsesiva. El teclado invade y tiraniza con acierto el tema mientras ralentiza o acelera las letras cantadas o rapeadas. Giros rítmicos y arquitecturas melódicas de corte tecnológico completan la parte musical mientras Fominder aparenta cargar contra el ocio computerizado cuando en realidad digresiona sobre la alienación humana, la vacuidad existencial y la manipulación global a la que nos someten diariamente los poderes fácticos. Para hacérselo mirar, pero no el autor; Los demás.

07 La Suite del Derribo
Éste es quizá el tema más rockero del álbum: machacón, repetitivo y contundente. El significado de la pieza, una vez más, incomprensible. La densidad conceptual prima en cada verso y llega un momento en que las hipótesis se multiplican exponencialmente y uno debe parar o volverse loco en un sinfín de interpretaciones. La voz se subyuga a los instrumentos pero cuando entra se adapta bien a los tiempos. Además se agradece la alternancia de colores gracias a colaboraciones como la de El Dos.

08 Kosmodermia
Tema quasi-instrumental que da título al álbum y sintetiza el espíritu del mismo con sencillez y concisión: dibujos de guitarra y teclados fantasiosos sobre los cuales flota etérea la voz de Fominder, un tanto robótica en este corte, pero sin faltar en ella los rasgos distintivos que nos han ido acompañando a lo largo de toda la aventura espacial: emotividad contenida, tono aséptico y sugerente. No sé si el autor ha pretendido darle ese significado, pero la piel del cosmos parece ser la traducción más acertada del término. Si es así, la intención está clara: pintar con versos musicales un universo extraño, multicolor, al cual muchas veces no podemos llegar a comprender, y realizar una excursión futurista por el lado más desconocido del mundo en el que nos empeñamos en desesperar.

09 Indar
A medio camino entre la nana y la canción de autor, Indar es sin duda uno de los temas más flojos del disco. Los significados se esconden de nuevo en una nebulosa borrosa de simbolismo evocador, de alegorías densas, a menudo ininteligibles para el oyente, como si Fominder no quisiera darse a entender demasiado. Un alma desnuda recubierta de imágenes insondables. En todo caso, la música se crea para ser escuchada, disfrutada y paladeada, no tiene por qué entenderse.

10 Ritmo 16
El siempre mágico corte diez de un CD resulta en el caso de Kosmodermia un derroche de instrumentación acertada, de juegos de sonido tecno pop alternativo, y a su vez una sucesión de imágenes surrealistas en el mismo tono del resto del disco. Declaraciones de intenciones, delirios de perdurabilidad, caos existencial y angustia vital. Otra vez los momentos vocales acompañan la melodía dotándola de mayor empaque, llenándola de contenido onírico sin salirse de las constricciones armónicas de la composición. Brillante a veces, es sin duda una de las mejores canciones.

11 Caleidoscopio
Por si no tuviéramos bastantes juegos de luces, de reflejos y espejismos visuales, de atmósferas irreales pergeñadas a golpe de tecla y susurro leve, Fominder se despacha con un título que invita a pensar que las escenas van a acentuarse tanto en la música como en la letra. Por el contrario, Caleidoscopio es un acústico dulce, sinfónico, donde se desnudan muchos de los misterios anteriores, o al menos se intuyen en alusiones mesiánicas y vínculos extraterrestres. Los significados son aquí un poco menos crípticos y dejan un buen sabor de boca con ese estribillo coral de balada terminal. De nuevo los instrumentos embellecen la sencillez de la melodía, y aunque hacia el final el autor retorna a la complejidad conceptual, nos pasea una última vez por esos paisajes imaginarios dibujados con sonidos y palabras. Tal vez Fominder no sea el mejor contador de historias del mundo, pero desde luego sabe crear universos alternativos de gran plasticidad y belleza, y nos guía por ellos con la precisión de un orfebre del sueño.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Besos para todos (2/2)

A veces ganan los buenos.

Sólo le quedaba pedírselo a No Estás Gorda. No era su plan ideal irse a un hotel de lujo para parejitas con una agente alimentada a base de infraestima y donuts, pero ya no le quedaban féminas de servicio en Proteger y Servir.
La joven aceptó rauda. Llevaba mucho sin darse una alegría y menos con Largo. De poco sirvió que éste le recordara una y otra vez que era una investigación criminal. No Estás Gorda sonreía picaruela y atribuía la bravata a un exceso de prudencia del larguirucho. Habían reservado la suite negra, pero Largo se coló en la roja furtivamente.
La habitación roja era muy cuca. Un cabecero de gruesos labios pintados en la pared invitaban al placer carnal, pero Día Sin Pan tenía otras cosas en mente. Consiguió convencer a No Estás Gorda para que dilapidase los jabones múltiples y demás chuminadas del baño en una ducha preliminar. Mientras, el astuto policía revisó la estancia de arriba abajo. Al final dio con lo que buscaba. Una microcámara de alta tecnología en la esquina superior, junto al cortinaje lo espiaba y grababa todo. Ya estaba claro. Alguien filmaba los encuentros con Hola Papito para darles algún tipo de uso oscuro.
La gordita salió en plan fatal de la ducha, pero Día ya había calculado todo. Le dijo que él no era la sorpresa, que tenía que esperar un poco. Y así fue. A las nueve en punto llegaron Hola Papito y No Soy Nada Sin Mi Whatsapp. La sorpresa de ambos fue mayúscula.

            Hola Papito –dijo Largo Que Un Día Sin Pan–, queda detenida por mantener relaciones cohabitatorias con miembros de los Cuerpos de Seguridad del Estado y…
            –No, mi amor –dijo la latina– eso no es un crimen.
            –No, pero filmarlo sí. Queda arrestada por grabar sus encuentros y ofrecerlos por Internet en un canal de pago, y por extorsión y chantaje a un agente de la ley, Espeso Pero Revenido. Sabemos que se suicidó porque no podía pagar sus pretensiones económicas y si se revelaba su infidelidad su matrimonio se iría al traste.
            –Eres muy listo para ser policía, Papito –dijo Hola Papito.
            –Soy anterior a la ESO –explicó Largo.
            –Ahora lo entiendo.
            –Si colabora prometo ayudarla, Hola Papito.
            –¿Y yo, qué? –preguntó No Estás gorda.
            –Pues… –sugirió Largo– tú puedes aprovechar la habitación con No Soy Nada Sin Mi Whatsapp.

La imputada y el agente dejaron a los No que se conocieran mejor y se marcharon a comisaría. La declaración de la sudamericana y los hábiles tejemanejes de Jonathan Hacker, el amigo friki de Largo, dieron sus frutos. Pronto desmantelaron una profusa red de pornografía casera que emitía desde una IP concreta. Arrestaron a un pavo que juró y perjuró que actuaba por órdenes de su jefe, Aspa Verde. Su teléfono registraba varias llamadas a un móvil dado de baja recientemente, y que había sido comprado por Luis Mateo Sanjuanes, Cuadrícula de Excel.
La maquinaria judicial se puso rápidamente en marcha. La página se eliminó y los videos de los policías fueron enviados a Proteger y Servir para su destrucción. Hola Papito fue condenada a quince meses por delitos varios, toda vez que su colaboración le permitió esquivar castigos más longevos. El webmaster pagó seis años. El brillante abogado de Cuadrícula de Excel consiguió eludir la cárcel para su cliente, pero lo inhabilitaron como agente de la ley de por vida. Además, tuvo que pagar una cuantiosa multa de veinticuatro mil euros. Semejante fianza, más las costas del juicio y la tarifa de su letrado le dejó temblando. Mientras recogía sus cosas en Proteger y Servir miraba a Largo con cara de odio. No estaba muerto. Aquello no había terminado.
Día recibió una llamada de Zuecos Rancios Pero Blancos. Ojos Almendrados De Elfo había salido del coma. Marchó rápidamente a ver a su amada.
Mientras tanto, No Estás gorda y No Soy Nada Sin Mi Whatsapp empezaban una robusta relación sentimental asentada en aquel primer encuentro inesperado y Sota De Espadas le notificó a Un Segundito y Tendencias que sería ella la que eliminase los videos de los policías grabados en “acto de servicio”. No se fiaba de los hombres. Una vez que se quedó sola, borró todos los archivos comprometidos, menos el de Hola Papito con Machote. De ése se hizo una copia en su pendrive.

martes, 17 de diciembre de 2013

Besos para todos (1/2)

A veces ganan los buenos.

Carapán Consésamo no era precisamente uno de los agentes más avezados de Proteger y Servir. De rostro aniñado, pecas multitudinarias y expresión inocente, constituía el clásico cadete eterno. Tal vez por eso no lo sacaban a la calle ni le conocían vida adulta. Aún vivía con su madre y corría el chascarrillo de que no había catado hembra. Hasta que llegó ella. Hola Papito era colombiana, boliviana, mexicana, peruana, venezolana, ecuatoriana o algo por el estilo. La mitad de comisaría contenía el aliento por imaginar qué pasaría si la latina apretada respiraba fuerte. De seguro reventaba dos botones.
Lo que nadie entendió es por qué eligió a Carapán. La chola quería poner una denuncia y sólo admitía que se la tramitase él. Al agente se le subieron los huevos a la nuez, y mientras la legión masculina de Proteger y Servir mentaba a su madre por su inmensa suerte, la extraña pareja intimaba más y más. Hola Papito se largó después de dedicarle una sonrisa atrapadora de “continuará”.
Y continuó esa misma noche. La loba se lo llevó al hotel Kadrit y le dio un repaso de muerte. Cierto que el cadete no aguantó el tirón y le sobraron  2:51 horas, pero su compañera aprovechó la piscina, el jacuzzi y otros atractivos.
Al día siguiente el pobre Carapán Consésamo estaba derrengado por la experiencia y tocado en el bolsillo, aunque los 120 euros habían merecido la pena. La aventurera del deseo volvió a recortar sus turgencias contra el vano de la puerta. Venía a poner otra denuncia; es decir, a por más guerra. El cadete se tapó la cara asustado. Estaba muerto de miedo y de cansancio. Pero Hola Papito no tuvo que insistir mucho. En breves segundos Una Cervecita, Gorra Torcida, Bochinchero, Gobar, Sólo Gobar, Bollitos Martínez y Vaya Marrón se disputaban la molestia burocrática. No hubo suerte. Gordo Pero Que Manda Más Que El Rey los mandó a todos a sus mesas con uno de sus temibles bramidos, y por mucho que los agentes mentaran a su madre por lo bajini, en lo acústico se respiraba mucho mejor.
Gordo tramitó la denuncia encantado, aunque disfrutó mucho más la noche en el Kadrit. La hembra era una experta en artes amatorias. Los 120 euros estaban bien gastados. Cierto que el jefazo quería llevarla a la suite especial de 480 euros pero la fogosa mamacita había insistido en la habitación roja.
Los días venideros fueron un derroche de material genético de los granados policías masculinos de Proteger y Servir: Machote, Un Segundito, Espeso Pero Revenido, No Estoy Nervioso, Una Cervecita, Gobar, Sólo Gobar y Bochinchero pasaron puntualmente por las caderas de Hola Papito.
Todo aquello a Más Largo Que Un Día Sin Pan le afloraba cuestiones insondables: ¿Por qué a todos les quedaban bien los pantalones de trabajo menos a él? ¿Por qué su nuevo compañero, Iluminado, no había espabilado aún? ¿Acaso eran tan atractivos Bochinchero y Bollitos para que la moza se los llevase de contubernio?
La mañana siguiente trajo la desgarradora noticia de una nueva baja en la comisaría. Espeso Pero Revenido se había suicidado. ¿Por qué lo habría hecho, un hombre como él, felizmente casado, aunque bastante descuidado, con tres hijos tan marranotes como sus padres? No parecía un ser dado a la depresión. Nadie entendía nada.
Todos los demás hablaban maravillas de las artes amatorias depredadoras de la latina insaciable; que si las caderas con vida propia; que si los besos interminables; los jadeos estridentes; la voz melosa hasta el empalagamiento; la ducha de mampara transparente y el cabecero de labios rojos. Día Sin Pan ya se había documentado al respecto. Todas las habitaciones del misterioso hotel tenían decoraciones diferentes. ¿Por qué entonces repetir una y otra vez la misma estancia? Tenía que descubrirlo.
El problema era el cebo. ¿A quién podía proponerle semejante misión, toda vez que Ojos Almendrados De Elfo seguía en coma, que Sota De Espadas jamás se levantaría de su sillón para patrullar con su antiguo compañero y que Centrifugada y Violácea habían muerto en acto de servicio?

lunes, 9 de diciembre de 2013

Perdona, ¿te llamabas…?

La comunicación humana está trufada de cortocircuitos. A menudo uno llama instintivamente a un teléfono mientras tiene otro en mente, o encuentra una cara conocida en la lejanía y se debate entre la inseguridad de ser correspondido en el saludo o en la omisión del mismo, generalmente para hacer exactamente lo contrario que la otra parte, y derivando sólo en culpabilidad o sentimiento de estupidez.
De todos esos tropiezos, hay uno que se repite hasta el vicio una y otra vez sin que el ser humano haya conseguido ponerle remedio. El lapsus es inocuo e inocente, pero arrastra a menudo secuelas milenarias. Hablamos de presentarse a alguien. Algo tan simple y común nunca sale bien. Cuando nos dicen el nombre de una persona a la que debemos saludar en el acto, rara vez nos quedamos con su apelativo. Nos limitamos a desenfundar la mano como si fuera un duelo y dedicar la mejor de nuestras cordialidades a la otra parte. Siempre oímos el nombre, pero jamás lo escuchamos, envueltos como estamos en nuestro proceso de convención social primigenia.
Cuando pasa un segundo y ya se ha empezado a destripar el sexo de las nubes o el color de los ángeles –aunque todos sabemos que las primeras son asexuadas y los segundos incoloros–, y aunque la conversación sobre el tiempo, el paro, la política o La Roja llenen el tedio y rebasen la incomodidad del recién llegado, en el resquicio más social y políticamente correcto de la mente queda una duda insondable: “¿Cómo se llamaba este gachupino que me acaban de presentar?”
A partir de aquí, y aunque de seguro al otro le pasa lo mismo, todo son estrategias de comunicación sin vocativo, esperando que el dichoso nombre salga por generación espontánea, o que aparezca un bocadillo misterioso flotando sobre su cabeza que nos desvele el pseudónimo. En el mejor de los casos, un tercer hombre vendrá y dirá el apelativo de fulano, y nosotros estaremos prestos a grabarlo a fuego en la fragua de nuestra materia gris.
Otra opción es preguntarle al que nos lo presentó, siempre y cuando tengamos oportunidad, y le demos a la otra parte opción de hacer lo propio. También podemos contar una anécdota de nosotros mismos e incluir deliberadamente nuestro nombre en ella, y esperar que nuestro némesis haga lo propio; o jugárnosla. En este último caso, llamas a fulano como crees recordar que era. Generalmente te colarás, y muchas veces el otro no te sacará de tu terrible error, y gastarás meses de tu vida llamando Enrique a Guillermo, o peor, Diana a Camila. Un nombre olvidado no es grave, pero nos cuesta tanto recular que viviremos en la ignorancia o la confusión hasta que algún alma caritativa nos libere de ella.
Estar al otro lado tampoco es plato de gusto. Conociste a un pavo en una fiesta y hace semanas que te dice Montesco y tú eres Capuleto. En lugar de corregirlo, esperas a que el fallo se perpetúe por los siglos de los siglos. Lo dice uno que estuvo a punto de mandar una invitación de boda a un tal Enrique y en realidad se llamaba Víctor.
Tal vez la situación sea demasiado boba para dedicarle un ensayo, pero por extrañas razones de índole social nos resulta difícil –a veces imposible– admitir un error, reconocer que no sabemos algo o confesar que no somos multitarea, y que no podemos saludar y recordar a quién lo estamos haciendo a un tiempo; tal vez en la nueva versión de Windows del ser humano, aunque de seguro no será compatible con nuestro sistema operativo actual. Al final, todo es cuestión de drivers neuronales y plugins convencionales.

martes, 3 de diciembre de 2013

El día de las abducciones

¿Se han fijado en que los domingos las personas no existen? ¿Que, a lo sumo, las sacan a pasear a la hora del vermouth y si te he visto no me acuerdo? ¿Y a qué se debe semejante anomalía sociológica?
Argumentos se han barajado sobre el tapete de las explicaciones hasta marear el mazo de las respuestas. Y seguro que alguno se guarda todavía un as de excusas en la manga. Para empezar, el domingo es el día del Señor. Según la tradición católica, Dios trabajó seis días y el séptimo descansó. Este ejemplo le viene muy bien al jefe cuando quiere que los empleados vengan a currar el sábado, porque no hay dios que trabaje un domingo, pero sí la jornada anterior. Y a ser posible sin verlas, porque “Gómez, tienes que implicarte en la empresa”. De este modo los festivos no se currela y punto, porque lo dice Rouco Varela y porque si no, los lunes no tendrían sentido –serían como un martes cualquiera pero sin partido de Champions–. Es de suponer pues que los parroquianos se pasan la fecha en el templo de la oración o en el altar del descanso, alimentando el alma o dejándola que ronque a pierna suelta. Y tanto peso tiene esta ley que está marcada en rojo en el calendario.
Para el que no le guste dormir o no se levante muy católico, que sea más de Ronaldo que de Cristiano, que prefiera las internadas de Messi a la llegada del Mesías, siempre existirá el opio del pueblo: el fútbol. No resulta extraño patear las calles desiertas como si hubieran electrificado el asfalto y contemplar simultáneamente a los conciudadanos atestados en bares, entregados en cuerpo y alma al televisor donde un puñado de ninis ejecutan arquitectura balompédica con pericia y aparente facilidad. Efectivamente, el deporte rey ha conseguido copar el día del recogimiento y volverlo un auténtico carrusel deportivo. Con esto arreglas las tardes. Para las mañanas, ¿quién no tiene un hijo, nieto, sobrino, hermano o amiguito especial que reparta leña y deportividad a partes iguales en el deporte base? ¿Y quién no ha insultado al central del equipo contrario, por muy niño que sea, por hacerle una entrada a su Zutanito?
No crees en Dios. No te gusta el fútbol. No pasa nada. Todavía tenemos la zorrera de la madrugada anterior. Todo el mundo sale los sábados. O te bebes la noche o la trabajas, en cuyo caso acabará el turno y brindarás por ello. De un modo u otro, la borrachera es lo que convierte a los sábados en vísperas de resaca. Y ya se sabe, no hay nada mejor que hacer un festivo que dormir la mona hasta que tu madre o esposa te comunique que se enfría el cocido. O que llegáis tarde a misa. O que el partido del crío empezó hace seis minutos y te espera en el coche con las medias por los tobillos y muchos nervios.
Si no te  convence nada de lo anterior, puedes elegir irte al pueblo. Claro, si tienes la fortuna de haber nacido en los derredores de uno. O tus padres. O los abuelos. No importa. Los pueblos sólo existen los fines de semana. De lunes a viernes los desmontan. A las agüelas las deshinchan y los maizales del camino los enrollan. Total, si nadie va a pasar por ahí hasta el sábado, sabadete. Dicen que si vas corriendo con el coche un viernes a media mañana los pillas a todos montando el tinglado y se ven todos los andamios a medio poner.
También puedes irte el finde fuera, pero por variopintos y misteriosos motivos, nadie vendrá. Debe ser que arrastran las carreteras fuera de la ciudad hasta urbes tan hinchables como los pueblecitos del párrafo anterior. Y así se llevan ellos las perras del turismo.
Pero nada de esto me parece convincente. Yo creo que los domingos los marcianos no están echando hormigón espacial a la Vía Láctea ni construyendo astronaves en las cadenas de montaje interestelar, y aprovechan la coyuntura para abducir humanos e inyectarles vacunas contra la alergia al polvo de estrellas, y para que no se note los devuelven al lunes siguiente con una manifiesta reacción nefasta ante la idea de madrugar y trabajar.