viernes, 27 de septiembre de 2013

Nene… ¿quieres pasar un buen rato?

Parece un chiste descontextualizado, pero en esta alevosa cleptocracia en la que vivimos, en esta sociedad involucionada que lo mismo masacra bovinos en plan barbarie que expolia bodoques a quién se queda sin recursos para acabar de pagarlos, en esta dictadura ideológica y retrógada de desempleados jóvenes y abuelos que no pueden jubilarse, la prostitución es una aberración innombrable.
La profesión está en entredicho desde siempre, pese a que no entiende de crisis precoces ni gatillazos económicos. Es odiada, denigrada y repudiada. Sus trabajadoras son irremediablemente ninguneadas, explotadas, rechazadas y evitadas con una ficticia superioridad moral. Sus clientes también han sido condenados éticamente hasta el punto de tener que frecuentar en silencio, como vulgares hemorroides, los templos del gozo, que como todos los hoteles, los hay de cinco estrellas o de dos destellos.
El lenocinio ha recibido de todos los lados. Su salud como actividad económica está fuera de toda duda. Como diría Arguiñano, mientras engorden los nabos se abrirán las castañas. Y ya no en octubre; en Navidad, Semana Santa y Corpus Christi. De nada sirve inculparle con las horribles manchas del adulterio, porque la infidelidad está conectada a la fornicación tanto si es de pago como si no. Búsquense otra excusa.
Ante la prostitución hay dos visiones más o menos antagónicas. La perspectiva escandalizada habla de la cosificación de las mujeres, de los abusos, de la falta de derechos, de las enfermedades, las palizas, las eyaculaciones faciales sin avisar, la degradación moral y el delito legal, la marginación del colectivo y las carencias laborales. Todo eso puede ser muy respetable, pero la decencia no paga facturas ni alimenta bebés.
La segunda visión del negocio es de apoyo a la liberalización y regulación del servicio. Erradicar la explotación sexual, los abusos, las palizas y desdramatizar el asunto. Reconocer el trabajo como tal, cotizar por él y garantizar prestaciones sociales, jubilación y derecho a la huelga, si fuera el caso.
No comprendo por qué follar por dinero es una cosificación de la mujer. Por ese mismo razonamiento un masajista es un robot que te magrea la espalda, un profesor un trasto que te tortura las neuronas y una modelo un maniquí que te alegra la vista. A ningún trabajador se le mide por su valor como persona. Se le barema por su actividad laboral. Si una señora quiere copular a cambio de veinte euros para vivir, adelante.
Lo único que denigra la prostitución es una mentalidad obsoleta y anticuada del sexo, asociada casposamente al amor por decreto, a la procreación cristiana y la falsa decencia. Las artes amatorias son maravillosas. No tienen nada de pecaminoso, vulgar o amoral. Diferente es que las personas acomplejadas, torturadas por su mente enferma y por su equivocada dignidad enjuicien, penalicen y condenen a aquellos que son superiores a ellos únicamente por saber y poder vivir sin tremendos dilemas existenciales. El amor no es de nadie. El sexo tampoco. A ver si ahora van a venir una panda de momias emocionales a darnos lecciones de integridad, a mirarnos mal, a aliviar sus remordimientos pecaminosos.
Estamos constreñidos en un mundo de cerrazón intelectual, de profundos complejos. Tal vez algún día el sexo no será un tabú, la pornografía será tan lícita en las escuelas como la reproducción de las ranas y el desnudo será tan admirado como la orografía terrestre. ¿O acaso impresiona más una penetración misionera que una agresión física, una masacre genocida o una tortura taurina de ésas que ponen en los noticieros cada día?
Si alguien me quiere excomulgar por estas obscenas ideas, que no pierda su precioso tiempo. Ya me pudriré en el infierno por mí mismo. Pero me pondré las botas con las demonias. Total, para arder de todas formas…

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Anatomía del brasas

Tengo una máxima en conversación: habla siempre que vayas a decir algo interesante para los demás; y si les va a importar un carajo, deja espacio acústico para que los oyentes también puedan contar sus batallitas.
No siempre cumplo la norma, pero al menos cuento historias breves, anécdotas rápidas y aventuras digeribles. La tortura acaba pronto.
Otra cosa son los brasas. Lo primero que los delata es su afán por monopolizar la tertulia hasta remozarla en simple conferencia. Sin ruegos ni sugerencias. No hay silencios, no hay preguntas. El pavo se encuentra en su salsa, se regala los oídos y se gusta como si fuera el Barça ganando 6-0. El final de la charla sólo lo marca algún motivo de fuerza mayor: suena el timbre, sacan el postre, empieza la peli, pasa un taxi, se topa con otra víctima, da a luz su hija…
Aparte de la cantidad de abuso verbal del brasas está la calidad del discurso. Generalmente lo que cuenta el amigo no le interesa a nadie. Es un auténtico coñazo. La temática es variada: yo, mi trabajo, yo, mis hijos, yo, mi ocio friki, yo, mis vacaciones nada originales, yo, las heces de mis hijos, yo, la mili propia, yo, la carrera de mis hijos, yo, mi carnet de conducir, yo, mi bajada de humos a la funcionaria, segurata o pollera, yo, yo, yo… Sé que este párrafo es un tostón, pero tratándose del manual de estilo del colega no había diversión posible.
El brasas es egocéntrico. Que te escuchen es un ejercicio de generosidad. Rara vez concede ese honor a los demás. Verbalmente hablando, convierte el oro en paja. No se da cuenta de que a todos, en un contexto cálido, les apetece relatar sus propias guerras. La gente que habla demasiado es sistemáticamente esquivada y temida. Su alocución aburre y los oyentes desean que se acabe rápido la reunión. La maldita educación protege a los tiranos del parlamento.
Las personas que escuchan y conversan cuando se les pregunta, por el contrario,  son valoradas y queridas. Su actitud es apreciada considerablemente, y aunque tarden meses o años en ganarse la admiración del respetable, su efecto es mucho más duradero. Todos queremos amigos así, pero debe ser que escasean en este mundo de narcisismo comunicativo. 
Hay soluciones para no ser un brasas de libro. Puedes escribir en un blog todas las gilipolleces que quieras sin daño colateral. El que quiera leerte lo hará, y el que piense que hablar de los pesados es un rollazo, pasará de largo. Y aquí paz y después gloria. Por eso me gusta escribir. Porque se puede cascar y cascar y soltar miles de ideas, pensamientos, sensaciones, curiosidades, reflexiones o sentimientos sin ahogar a nadie en el tedio. Un escritor no se ofende. Un bloguero no se entera. Un brasas no sabrá a veces ni dónde trabajas; y tú, si has desconectado, tampoco sabrás las notas del colegio de sus hijos o el color de sus esputos.
Una buena táctica para afrontar una jornada con pesados de éstos es agruparlos y… que nadie se asuste, no vamos a meterlos en una zanja. Una solución efectiva es, decía, juntarlos por un rato. No siempre funciona, pero muchas veces se contrarrestan a la perfección. Y los otros descansan maravillados del milagro de la creación: ¿Cómo pudo Dios hacer gente así y no repartirlos más entre las familias?

sábado, 14 de septiembre de 2013

Suyo o de nadie

Soy un hedonista de la psique bajo los efectos de las sustancias y sus revelaciones oníricas y alucinatorias. Vivo en un mundo que trasciende las convenciones de éste.

Qué brutas son las féminas. Hoy he ido a dar una vuelta sin mi mujer. Era temprano y no apenas había amanecido, por eso he salido sólo y sin la máscara. Había varias chicas en la plaza. Han empezado a murmurar. Luego me han empujado y lanzado al suelo, me han cosido a patadas y después me han echado una manta encima y me han sepultado a piedras. Apenas he podido volver a mi hogar a cuidar a mis cinco hijos. Mientras escupía sangre y hacía el desayuno de la familia se ha levantado mi esposa gritándome por hacer ruido. Luego me ha acariciado con la vara. Me lo tenía merecido. Pero me quiere. Por la tarde me ha tomado. Es cierto que yo no tenía ganas después de que por la mañana en la plaza me hubieran pisado los genitales, pero un hombre debe satisfacer a su mujer. Me siento como un guiñapo. Los dos somos funcionarios de ventanilla, pero ella gana el doble. Es lógico: soy hombre y no merezco cobrar como una mujer. Intento contrarrestarlo limpiando la casa, cuidando a los cinco nenes y cocinando, pero creo que lo hago todo mal. El día que me engorde el culito respingón y se derrita mi tableta de chocolate me deja. Intentaré convencerla de que me pegue y escupa a diario, pero que no me abandone. En todo caso, no volveré a salir sin la máscara a la calle, y menos sólo. Es que parezco imbécil. Bueno, soy un hombre, que viene a ser lo mismo.

martes, 10 de septiembre de 2013

2020 excusas

De todos los interminables pretextos que han rulado por los mentideros de la corte madrileña frente al estrepitoso fracaso de su candidatura olímpica, hay uno que no ha aparecido por ningún lado: la derrota.
A muchos se les ha hinchado la papada hasta parecer globos de helio justificando el fallo del comité como eso mismo, un error de elección. Ante la sarta de argumentos a favor de un COI sesgado, influenciable por oscuros motivos económicos, por jugosas adjudicaciones de contratas, por misteriosos poderes fácticos, uno no deja de plantearse, si se da por veraz la subjetividad de los jueces, que las olimpiadas son una puta mierda.
Por eso mismo es preferible pensar que la coherencia socioeconómica ha sido mucho mayor en el organismo internacional que en la candidatura madrileña. Y aquí, si nos atenemos a otra de las razones que los vencidos esgrimían, surge una contradicción aparente en los organizadores olímpicos: no han adjudicado la sede a Madrid debido a la crisis que azota el país, y sin embargo ha sido la propuesta austera y alejada del faraonismo de los grandes eventos lo que ha condenado el proyecto hispano.
Excusas se han dado mil: no interesaba un país europeo, tenemos seis millones de desempleados, el yerno del Príncipe es un chorizo de altura, la corrupción nacional es apabullante, necesitamos el dinero para otros menesteres, el dopaje no se sanciona… todo menos autocrítica.
Yo comprendo que el apagón fulminó el discurso ágil de Pau Gasol y nos sumió en un oscuro presagio, y que dicha coyuntura no era culpa sino de la fatalidad, pero la impagable intervención de Ana Botella fue una ruina de las de petarlo en youtube. Porque mal está que la alcaldesa de una ciudad de cinco millones de habitantes hable un inglés de cachondeo, pero ya que se venga arriba y al fracasar se invente la respuesta a una pregunta que no entendió… pues eso pesa. Igual que penaliza llevar a tropecientos y la madre a hacer bulto como si fuéramos una pandilla de adolescentes por primera vez en un peep show, mientras presumes, eso sí, de austeridad. Tampoco se reflexionó sobre la imagen de España en el exterior, o los chanchullos de la Operación Puerto contra el dopaje… En resumen, la decisión ha sido injusta y han primado los intereses económicos del COI. Son todos malísimos y nuestra candidatura merecía ganar. Pero a ver, ¿a algún iluminado se le ha ocurrido sopesar que tal vez, sólo tal vez, no teníamos el mejor proyecto? ¿No puede ser que Estambul y Tokio presentaran una solicitud más sólida, más coherente, más atractiva?
A mí todo esto realmente me la chufla. Casi prefiero que no nos entrampemos todavía más, pero me sorprende que a algunos chupatintas y tuercebotas les den en el morro y no sepan perder. El espíritu olímpico pregona valores como la deportividad, la humildad y el compañerismo. Todo, absolutamente todo lo que se ha dicho han sido pataletas propias de personas inmaduras y prepotentes, gente que critica o infravalora un proyecto ajeno cuando ni siquiera lo conoce. Afirmar categóricamente que teníamos que haber ganado dice mucho y malo de nosotros, y desnuda unas carencias y una falta de humildad preocupantes. Solamente por eso, y aunque a posteriori, merecimos la eliminación y convertimos una derrota organizativa en un verdadero fracaso de nuestros valores. La deportividad, señores, es otra cosa.

sábado, 7 de septiembre de 2013

El poder del grito

Una de las cosas que más me revientan de la vida es que no es justa. No existe la justicia divina y conseguir los objetivos no tiene nada que ver con merecerlos. Triunfa el pillo, el jeta, el largo y el chanchullero. Abusa el que puede y al bueno se lo comen con patatas. 
“El que no llora no mama” es una síntesis acertada de esta teoría. Estoy cansado de ver gente que no sirve, que no llega, que no se esfuerza, que no se implica y que no valora un carajo la suerte que tiene. Pero eso sí: grita mucho, llora como nadie y protesta en cuanto sus expectativas no se ven recompensadas.
En un mundo ideal, ecuánime, utópico, el gruñidor no sólo quedaría sin premio. Una severa penalización caería sobre su cabeza por quejarse, presionar y maltratar al que dirime y decide. Pero no vivimos en una sociedad soñada. Estamos en una real y cutre, despiadada y salvaje, donde el que se enfada siempre saca mucha más tajada que el que asume con resignación o acepta con madurez su sino o castigo, tanto si lo merece como si no. Simplemente es lo que hay y punto.
A mí esto me da mucha rabia. Que venga un gitano escandalizado porque le quieren multar y al final se va de rositas para que no la monte; que el veterano de la empresa monte el pollo porque le cambian el turno y que el nuevo, mucho más eficiente, se coma el marrón; que el broncas del equipo arme la de San Quintín y el árbitro no lo expulse porque no se atreve, y al modosito lo largue a las primeras de cambio; que un niño conflictivo sea reiteradamente perdonado para que no la líe parda, y al respetuoso lo crucifiquen en cuanto parpadea.
Eso me jode. Que la ley, la justicia y las normas sólo se apliquen a los que no se van a rebotar, y que los ogros, los tiranos, los caciques y los déspotas sean sustancialmente absueltos en nombre de la connivencia. Las cosas deberían ser al revés. Pero claro, tampoco los futbolistas deberían cobrar una pasta y los que cuidan enfermos recibir cuatro perras en negro. Este mundo esta mal hecho. Si alguien encuentra uno mejor, que me llame. Prometo pagar mis impuestos y no gritar airadamente como si hubieran mancillado a mi hija.

martes, 3 de septiembre de 2013

Ahora cómete la leche

O los publicistas de Pascual son tontos del culo, más inocentes que un sidral y con la candidez de un peluche disecado, o tienen una mala idea de manual de estilo. Y es que con este ambiguo y retorcido –qué coño, con este explícito y capcioso– slogan invitan informalmente a todo quisque a la ingesta saludable de lácteos.
El yogur en cuestión, que me he documentado, es leche sin fermento, ni cuajo, ni concentrado, ni condensación o deshidratación. Vamos, leche sólida para los que no la toman líquida, y pensada además para los niños que se amorran antes a la coca-cola que al grifo de la vaca.
Parece ser que la campaña se lanzó con un más inocuo “La leche que se come”. Que también tiene lo suyo, lo sé, y que cualquiera que desee desbarrar con la frasecita lo tiene a huevo. Pero no contentos con eso, o esperando petarlo, se han decidido por algo mucho más categórico. Tal vez no en la dirección que quisieran las madres, pero desde luego de un indudable valor de escandalización.
La maniobra publicitaria, obviamente, resulta irrebatible. Se ciñe al valor literal dándole un extra de mala uva al sentido figurado con la evocación a elementos irremediablemente pornográficos. Una de las metáforas más evidentes del universo erótico es la identificación de los fuegos artificiales con el lácteo universal. Y los imperativos le añaden un punto de perversión meridianamente asociado a las variantes de dominación y sumisión. No cabe duda que la orden es de una contundencia sexual tremenda, y por mucho que queramos revestirla de inocente, no hay persona mayor de doce años –perdón, quise decir diez– que no la asocie a las alternativas eclosionantes de un buen trabajo de felación.
Todavía recuerdo con estupor una jornada lectiva de aparente normalidad en la que una tierna alumna de doce años me preguntó, luego de traducir una frase del libro, si la leche se comía. Le dije que no por ser líquida y ella me rebatió intencionadamente con esta tramposa cita: “¿Cómo que no? Come la leche”. La risa perversa no fue generalizada. La mitad de los angelitos no lo pillaron. Benditos doce años. Pero la otra parte se partía la caja con maldad hormonal. Siempre explico las cosas, pero en esta ocasión lo zanjé con “Es una metáfora”.
Yo de niño no le encontraría la vuelta a Pascual ni de lejos, pero en las últimas décadas la sociedad se ha pervertido exponencialmente; la infancia se ha recortado drásticamente; y la adolescencia se ha adelantado peligrosamente. Por eso los dibujos animados son cada vez más anoréxicos, las niñas más curvilíneas y los niños más cachas. Por eso los nuevos pitufos parecen hombres viejos y no bebotes regordetes. La inocencia se ha hecho adolescente y no hay quien la soporte –ni siquiera se aguanta a sí misma.