viernes, 30 de agosto de 2013

Alivio

¿Qué es la felicidad? Un estado de dicha permanente que impregna el ánimo del que la experimenta. Una quimera de manual. Una  sensación inalcanzable porque en el instante mismo que se siente la plenitud el individuo añora voraz la búsqueda de la misma y no tanto su consecución; por eso debe plantear nuevas metas como pasaporte a una nueva felicidad inabordable.
El concepto en sí engloba tantos matices y definiciones como seres reflexionan sobre su misma existencia y la tasan en términos de alegría y realización personal. En todo caso, está íntegramente ligada a la noción de alivio. Alivio del dolor, del apuro fisiológico, del tedio, del miedo, de la vergüenza, del aburrimiento, de las molestias estomacales, de las muelas perforadas, las entrevistas de trabajo, los conciertos en directo, los exámenes finales, los viajes forzados, las digestiones pesadas, el cansancio, el nerviosismo, el reuma en días de lluvia, la tensión de las expectativas, el temor al fracaso… Todo es signo de preocupación, de malestar, de sentimientos fúnebres. Lo que nos da la felicidad es alcanzar las metas, evadirnos de aquello que tememos, desprendernos de las rémoras físicas y mentales que nos aturullan, asustan o torturan. Por eso, tal vez, el camino más corto a la felicidad debería cogerse entre las expectativas reducidas al límite y los conflictos resueltos con decisión. Nada hace más daño que ser infeliz. Y nada es más fácil que serlo.

martes, 27 de agosto de 2013

Agonía de congrio

Huelo a carne. Ahí delante. Qué bocado tan intenso debe ser. Qué olor tan penetrante. ¡Ñam!. ¡Arrrrrrrgggggggggghhhhhhh! ¡Pero qué es esto! Un anzuelo. ¡Mi boca! ¡He mordido un anzuelo! Duele.  Siento el hierro atravesando mi cara, la sangre difuminándose en el azul salino. El dolor. Cuanto más me revuelvo más me lo clavo. Están empezando a tirar. No, por favor. ¡Nooooooooooooo!
La luz es insoportable. El agujero se me ha hecho más grande. Aggghhhhhhhh, siento mi peso tirar de mí hacia abajo mientras me hundo más y más en esta púa de muerte.

Llega el cemento ardiendo al sol. Por fin. No lo aguantaba más. Risas. Hay muchos niños. ¿Se ríen de mí? Se abrazan. Se quieren a mi costa. Mi agonía es su felicidad. El pescador saca pecho. Se está haciendo fotos conmigo. No puedo respirar. Es horrible. Nunca pensé que la sensación fuera tan desagradable. Necesito agua. El aire me está matando. Un coletazo más. Me clavo todavía más profundo el anzuelo. Ni siquiera he podido comerme el cebo.
Viene gente. Todos miran hacia allí. Son dos turistas curiosos. Hablan con mi verdugo. ¡Me están haciendo una foto! Dice el pescador que debo pesar más de cuatro kilos. Un coletazo más. Los niños se alejan de mí, por si acaso. Todos me miran. Que se acabe esto. Que se termine de una vez.
No, por favor. No volváis a colgarme del anzuelo para vuestras frívolas instantáneas. No soporto el daño en mis agallas. Mi peso me estáaaaaaaaaaaghhhhh… matando. Una foto más. Una sonrisa más. Ya… casi estoy. Ya… llega la paz. Sé que me vas a hacer rodajas, pero… ya no me importa. Lo mío… acaba aquí. La agonía ah…ahora sólo es can…cansancio y…y….
[……………………………………………………………………………................................................]

domingo, 25 de agosto de 2013

Demasiado traído

Hay algo –llámenlo buen gusto, escrúpulos, decencia o palabra de poeta muerto, me es indiferente– que impide ir hasta el final en multitud de situaciones. Se puede conseguir una peli de terror barata y espeluznante con un señor atado y unas tenazas, o con un bebé y una cuchilla de afeitar en la lengua. Otra cosa es que no se traspasen ciertos límites. No se bromea con la violencia de género ni se hacen chistes de pederastas. Normalmente. 
Es por ello que el tweet que le han despachado al gemelo de Jesús Calleja en Red Bull con aquello de “Nos deja Álvaro Bultó, un amigo que siempre voló muy alto”, más allá de la chispa y el ingenio, que lo tiene, igual lo clava pero no procede. A mí, que siento la pérdida de este deportista extremo como la de un torero ebrio dándole capones a un miura, entiendo que hay comentarios, por bien traídos que estén, que sencillamente no pueden emitirse en momentos así.
Álvaro Bultó tal vez llevó una existencia precipitada, al final de su vida caía mal, al menos una vez, y últimamente iba un poco acelerado, pero eso no es razón para cebarse en momentos tan agrios. Porque está claro que Red Bull no da alas, o al  menos no que funcionen cuando te has caído con todo el equipo. En fin, que el famoso presentador y deportista había conseguido dar un gran brinco de popularidad en Splash, y lo refrendó “on the rocks”, dando un salto todavía mayor, de ésos que lo petan. Pa’haberse matao. Y así fue. Es peligroso juguetear al borde del abismo.  
Nunca entenderé a los suicidas del hedonismo. O están cansados de la vida o son más torpes que un cerrojo. En un caso u otro, descanse en paz. No volverá a equivocarse.

viernes, 23 de agosto de 2013

Queridos amigos de la fauna ibérica

Nos encontramos hoy por tierras viguesas en busca de una especie autóctona de nini pontevedrés. Estamos apostados en nuestro refugio y repentinamente percibimos una manada en la noche. Son las 4:55. En efecto. En la terraza del bar de abajo cuatro ejemplares de macho vigués comienzan el ritual de apareamiento frente a la hembra que les acompaña expectante.
El macho Delta y el Gamma se mantienen a la espera, sabiendo que la hora de la cópula está lejos para ellos. La hembra exhibe sus encantos estratégicamente posicionada sobre la silla de plástico mientras tontea insinuante con un botellín de quinto. Todo esto, queridos teleespectadores, es una suposición. No llevamos los prismáticos y la planta sexta del hotel de dos estrellas sin aire acondicionado donde nos alojamos está muy lejos del escenario del apareamiento.

En este momento comienza el ritual. El macho Alfa tiene las piernas apoyadas en señal de dominio sobre la silla del macho Beta. Alfa desea la confrontación con Beta para comenzar el cortejo y conseguir, a la vez, ratificar su posición como líder de la manada. Alfa provoca a Beta verbalmente hasta que éste último salta. Se pone de pie de un brinco y golpea a Alfa en las piernas. El líder de la jauría se levanta dispuesto a aceptar el desafío de Beta. Comienzan la ceremonia con una serie de estudiadas maniobras taekwondesas. El aspirante, ante su manifiesta inferioridad, intenta exhibirse con una patada voladora con giro. Demasiado aparatosa. El macho Alfa la intercepta y humilla a Beta. Cuando la pelea ya está concluida, en un burdo y poco honorable intento de luchar por la hembra, el perdedor ataca a traición. Alfa le sacude e inmoviliza con facilidad. Cuando parece que el odio entre ambos contendientes ha llegado al límite, y el cámara de la expedición teme por la suerte del cachorro, los dos machos se dan la mano como colegas. Ésta es una costumbre muy frecuente del nini común: primero matarse a hostias gratuitas y luego arreglarlo todo con un apretón de manos.
En ese momento la hembra –que también a buenas horas, mangas verdes– dice: “Va, dejadlo ya, va”. Pero Beta, una vez aceptada su posición de sumisión una vez más, recurre a una maniobra artera: sabiendo que Alfa está en equilibrio, arrastra la pata de su silla y el líder de la manada da con sus huesos en el suelo, ante las risas de Gamma y Delta.
Termina el ritual y los amigos de la fauna ibérica podemos volvernos a la cama. Debido a la actividad nocturna en la periferia próxima, que nos ha tenido en vela media madrugada, el avistamiento de aves en las islas Cíes será muy duro. Lo mismo hay que meterle horas a la playa.

domingo, 18 de agosto de 2013

Soy un náufrago

Margo y Fanna rellenaron el maletero de superfluosidades hasta reventar el concepto de capacidad. Nunca habían marchado de vacaciones más de siete días seguidos, y la perspectiva de separarse de la caja tonta durante 10 jornadas les incomodaba más que satisfacía.
Isla era un pueblo precioso de la cornisa cantábrica. A medio día, cuando la marea estaba baja, podía cruzarse el mar hasta la otra orilla de la bahía sin mojarse más allá de la cintura, y llegar a Noja en un plácido paseo playero.
Margorette y Fannaradio disfrutaban de todas las comodidades de su hotel de cuatro estrellas incrustado en medio de la naturaleza agreste. Las calas estaban esculpidas en la roca madre entre arena y sal, y sólo unas rústicas escaleras de piedra de acceso al mar mancillaban la pureza medioambiental.
Los cuatro primeros días resultaron paradisíacos: excelentes pescados en la mesa y sol del día tamizado por una animosa brisa cantábrica; playas de oro semidesiertas y la mar ociosa en espera de bañeúntes. En la sobremesa gustaban de subirse a la habitación y satisfacer sus deseos naturales, los cuales consistían en encender Telecinco e inyectarse por el tímpano y el cristalino entre dos y cuatro horas de Sálvame. Diario, se entiende. El viernes la bacanal se volvía de Luxe. Margo y Fanna disfrutaban de lo mejor de la incivilización con lo indispensable del mundo ilustrado. Era como abrir una nevera helada en una isla perdida.
Pero al quinto día los hados se pusieron desagradables. Se enojó con las circunstancias y las echó a patadas de su casa, invitando a entrar a huéspedes más sombríos. Una tormenta estival derribó varios postes de electricidad. Al paraíso se le murió la luz; la natural y la artificial. El cielo se tornaba de un gris amenazador y las negras nubes lo mismo vomitaban trozos de hielo que punzantes gotones de ira, aderezado todo con fulminantes rayos de indiscriminado destino.
Margo y Fanna aprovecharon la coyuntura para ocuparse en rituales un tanto olvidados: hacer el amor cada tarde en lugar de ver el desaparecido Sálvame, leer el ebook, acabar los autodefinidos, devorar la prensa anglosajona… El sucedáneo del edén parecía parchear bien las necesidades primarias. Mas no por mucho tiempo. En el día seis Fanna tuvo una crisis de ansiedad. No sabía que le pasaba a Rosa de Benito con su matrimonio. Era angustioso. El médico le dio unas pastillas y le recomendó volver a su rutina lo antes posible, o en su defecto a ver el Sálvame.
Durante el día siete el gran celeste, ennegrecido, siguió escupiendo tormentosos reproches sin descanso, y la montaña se rompió cerrando el paso entre Isla y la civilización. Estaban incomunicados por un tremendo corrimiento de tierra. Fanna estaba bastante colocado gracias a sus pastillas antihisteria, pero Margo sufrió un desvanecimiento. Llevaba media semana sin saber cuál sería el CI de Kiko Hernández, y pese a tener las fotos del top less de Paz Padilla, que le daban oxígeno, necesitaba urgentemente escuchar sus últimas manifestaciones al respecto. Finalmente, Fanna compartió con ella sus pastillas mágicas.
La jornada siguiente amaneció con una engañosa calma. Tal vez lo peor ya hubiera pasado. A media tarde salieron a dar un paseo esclarecedor, no tanto por el día sino por sus propias circunstancias. El escenario emanaba sensaciones apocalípticas: la ligera brisa había mutado monstruosamente en una agresiva marejada al borde del huracán; el cielo volteaba negrura y gris entre nubes ásperas, gordas, llenas de odio y precipitación; los viandantes caminaban pesadamente, como si no les importara ser atropellados por la inminente tormenta eléctrica. Había algo en el ambiente mucho más oscuro, mucho más terrible que la naturaleza maligna. Aquellos desdichados no vagaban temerosos de aciagos desastres naturales. Ya habían superado la etapa de la premonición. Estaban sufriendo indescriptiblemente y salían al exterior en busca de una muerte salvadora, de un rayo purificador, de un improvisado caudal de lodo que enterrase su agonía.
Delante de Fanna y Margo se desplomó un hombre de unos cincuenta años. Se apresuraron a socorrerlo. No paraba de balbucear y esputar. En su delirio pudieron interpretar dos cosas: la primera era que estaba teniendo un ataque nervioso, tal vez un infarto; la segunda no era una manifestación fisiológica de su mal, sino su causa maldita. El agonizante decía “Sálvame, por favor, Sálvame”. Pero no hubo salvación. Sólo paz en su semblante y en su palpitar. Margo sintió la misma desesperación recorrerle la espina dorsal. Fanna notó como un nudo imaginario de gruesa cuerda le aprisionaba el cuello.
De repente una maruja desquiciada se abalanzó sobre ellos gritando “¡Kiko, Kiko!” Luego se tiró por la barandilla que daba a las calas y se clavó en las rocas mientras un fluido goteo de sangre azulada bañaba la piedra. Al fondo, un padre de familia, homenajeando a Abraham e Isaac,  sacrificaba a sus hijos con su reluciente navaja de afeitar. En sus inocentes semblantes había un  rictus de alivio similar al que provocan las vejigas de los pequeños al vaciarse, tal vez todavía más intenso. Fanna llevaba medio paseo marítimo recorrido, intentando evitar la tragedia, cuando llegó el turno de la madre: la sangre brotaba libre por su nueva gargantilla de tajo y ella sonreía feliz. Los gritos de Margo no impidieron al degollador aplicarse la misma medicina en su propio gaznate. Al menos Fanna llegó a tiempo de ducharse con el rojo del parricida que se acababa de suicidar.
Margo llegó hasta él jadeando ostensiblemente. No era por la carrera. Estaba sufriendo una crisis de ansiedad. Ambos quedaron ahí contemplando la estampa dantesca y comprendiendo la desesperación de los recién liberados, y en cierto modo, la suya propia. Los cadáveres se agarraban a sus enseres más queridos: la niña pequeña cogía con fuerza decreciente un muñeco de Kiko Matamoros; el hijo mediano llevaba un álbum de cromos de “La caja de Luxe”; la hermana mayor llevaba en la camiseta una pegatina de Ann Germaine con Terelu; la madre y el padre asían entre espasmos la revista “Sálvame” y el magazine “Campamento de Verano”, respectivamente.
Fanna y Margo dedujeron entonces lo que sucedía. Estaban muriendo todos por falta de “Sálvame”. El corazón se les aceleraba, la ansiedad se multiplicaba, respiraban sucio, sufrían calambres en las articulaciones, horribles dolores musculares, falta de riego, espasmos incontrolados, tics nerviosos, ataques de paranoia y brotes de esquizofrenia. Estaban llegando todos a su límite. El mismo fin de Fanna y Margo estaba próximo.
Durante el resto de la tarde siguieron contemplando atónitos cómo la gente intenta prolongar o acortar la agonía de maneras tan originales como desesperadas. Fanna no lo soportó más, rompió un hacha de un cristal de extinción de incendios de un resort cercano y comenzó a dar paz a los desgraciados circundantes. Pronto se creó un auténtico altar de carne donde los todavía vivos le pedían recibir el hachazo a la mayor premura. Mientras, Margo les sonreía e intentaba establecer una cola de prioridad marcando la frente de cada deshauciado con su pintalabios de Karmele Marchante. Al menos que tuvieran un recuerdo grato en sus últimos momentos.
Un sol de sangre se resistía a asomar sólo para morir tragado por el horizonte. Fanna llevaba horas aliviando desesperación terminal y sufriendo la suya propia. El efecto del los ansiolíticos se había pasado hacía mucho y nada los separaba ya del filo sediento de su arma. No quedaban supervivientes. Ya podían acabarse. Margo sonrió feliz. Llevaba tiempo esperando su propia liberación. Besó a Fanna rápido, con mucho amor pero también con mucha urgencia. Le dijo que le quería casi tanto como a Jorge Javier. A Fanna se le iluminó el alma con semejante declaración, tal vez un poco exagerada.
Levantó el hacha ceremoniosamente. Margo, ya arrodillada, apoyó su mentón sobre el prominente culo de un cadáver. Irradiaba dicha incontenible. Sólo quedaban segundos para descansar. El filo cubrió el sol al izarse, y un destello fugaz adornó el goteo incesante del mango resbalando hasta bañar el antebrazo de Fanna. Justo cuando el arma justiciera iba a separar a Margo de sus preocupaciones y horribles agonías, se oyó un batir de hélices y una voz megafónica e inconfundible: “¡Andrea, cómete el pollo, coño!”.
Sobre ellos se hallaba un helicóptero de salvamento con Belén Esteban y Andreíta saludando sobreactuadadamente. Aterrizaron a escasos metros. Durante un segundo Fanna pensó en abalanzarse sobre la hélice y autodecapitarse, pero era un absurdo. En breves instantes iban a curarse, sólo había que resistir unos segundos más. Belén bajó rauda. Llevaba el pelo encoletado y el moreno de piscina. Parecía una aparición mariana. Corrió hacia ellos y los abrazó. Margo notó como su ansiedad se diluía. Fanna sintió su taquicardia raletizarse.
Ya en el helicóptero, los dos únicos supervivientes de la tragedia de Isla se recuperaban del trauma viendo en el DVD los últimos programas del Sálvame grabados expresamente para la ocasión. De vez en cuando contactaban con el programa en vivo para acelerar la recuperación, y a los pocos meses no quedaban más secuelas en ellos que las psicológicas. Ambos fueron fichados por la cadena amiga como colaboradores, y su salud mejoró hasta el punto que parecían rejuvenecer con cada programa que hacían.

jueves, 8 de agosto de 2013

Yo siempre más

Corre por las venas del ciudadano medio una enfermedad hipocondríaca que le hace convertirse, ante la más feroz de tus dolencias, frente a la más grave de tus afecciones, en un ser al borde del abismo, caminando entre la vida y la muerte, sufriendo unas agonías vitales que nunca llegarás a imaginar.
Y es que son –perdónenme la generalización sexista– muchas las marujas atrapadas en cuadros crónicos que parecen pintados a mala idea. Si te duele la rodilla, a ella se le hincha martes y jueves; si madrugas mucho, ella duerme poco y mal; en caso de que tengas dolor de cabeza, sus migrañas son de campeonato; frente a tu pérdida de juicio por culpa de la muela, su boca es Bosnia día sí, día no; ¿regla intensa? Tu amiga recibe sangre cada mes o moriría de anemia; si tienes calor, ella jamacucos; si te operaron de fimosis a ella le extirparon un pene malformado.
No importa lo mal que lo estés pasando. Ella siempre más. No ha lugar a la queja, no pretendas aliviar tu dolor o compartirlo. Acabarás brindando por el suyo mientras se recrea en detalles que no le has preguntado.
Debo estar volviéndome niquitoso. Cada vez me parece más inadecuado describir el padecimiento y recrearse en él. Y no hablo de personas enfermas, terminales, crónicas, desesperadas. Para el herido nada mejor que taburete y sonrisa. Me refiero a esas que a falta de algo mejor o más interesante construyen su vida en torno a sus males, achaques y afecciones leves. Y lo adornan como si fueran niños heridos de bala en un conflicto bélico. Las muescas de guerra nunca deberían ser, pese a Stephen Crane, insignias rojas al honor. Siempre hay un momento para compartir el dolor. Dije “un momento”, no todos. Hay vida más allá de las piedras en el riñón.

martes, 6 de agosto de 2013

La pluma de oro

Soy un hedonista de la psique bajo los efectos de las sustancias y sus revelaciones oníricas y alucinatorias. Vivo en un mundo que trasciende las convenciones de éste.

Lo he decidido: voy a ser escritor. Y lo mismo me da redactar noticias que publicar libros. Aquí lo que paga es sacar letras con sentido. Es verdad que odio los textos y que soy de ciencias puras, pero donde se gana dinero es en el negro sobre blanco. Mi amigo Johnny es ni-ni y se hace mil televisiones al mes. No llega a 500 euros. Jordi compra pisos y especula con ellos. A veces hasta pierde dinero el pobre. Y Patxi, el futbolista de primera, apenas le llega para comprarse las botas. Está muy bien eso de ser actor de TV, especulador inmobiliario o deportista de élite, pero la pela es la pela. Voy a escribir una novela erótica. Da igual que sea muy mala. Las editoriales lo compran todo a precio de oro.

viernes, 2 de agosto de 2013

Victoria vs. Honor

En los últimos tiempos hemos asistido atónitos a la desintegración de los valores, o más concretamente, a la repriorización de los mismos. Y en un mundo acelerado y en constante evolución, caerse del monopatín vital es un resbalón inevitable a veces. Tropezar es parte del desarrollo madurativo de las personas. Fracasar es hacer más meritorio el triunfo venidero, un ritual obligado hacia la victoria. Pero heme aquí que algunos no quieren darse la hostia, y prefieren llegar sin derramar una gota de sudor. ¿Para qué competir en igualdad de condiciones si hay un truco que hará más próxima la victoria?
Estos tipos, largos como ellos solos aunque no lo parezcan –he ahí el secreto–, parasitan en todos los estratos de la humanosfera. En la sociedad se llaman políticos. ¿Para qué ganar mil de manera honesta si puede meterse la mano a la saca, que para eso la maneja uno, y llevarse tres mil? ¿Qué se puede perder, el honor? Pues ya ves tú. Mientras no toquen la cartera, las prebendas y los ceros… Pero todo puede arreglarse: se puede untar también a los que vigilan. Si hay para todos. Bueno, para algunos. Alguien tendrá que ponerlas honestamente. Para eso existe la cleptocracia. ¿Para qué instaurar la endogamia delictiva habiendo gilipollas con ideales?
En todo caso, veníamos aquí para valorar a otro tipo de faustos. Pasar por el aro lo hacen muchos. Los músicos cercenan sus melodías a golpe de talonario. Los escritores mutilan las letras que exige la editorial. Los niños adoran a los Reyes Magos. Los futbolistas juegan mejor con el cheque que con el pie. Hasta aquí todo es entendible. El idealismo no paga facturas.
El problema está cuando se vende el alma al diablo. Porque se puede renunciar a unos ideales más o menos imberbes –de hecho, casi siempre se debe hacer–, pero el honor es irrenunciable. La honorabilidad, esa tonta y sobrevalorada cualidad que nos dice que hay fronteras que no se pueden cruzar por motivos éticos. Esos límites se traspasan cuando se buscan justificaciones, se ocultan movimientos, se disfrazan motivos. Cada uno lo hace a su nivel: los hombres se acuestan con mujeres que no son suyas, los artistas plagian, los niños copian, las marujas echan un paraguayo de más después de haber pesado la fruta y los jetas se cuelan en la fila. Los deportistas amañan o se dopan. Y aquí queríamos llegar.
Recientemente se han atribuido severos casos de dopaje a antiguos ciclistas de élite. La mayoría vencedores de algo, abusones del Tour, buitres del sprint, motoristas de la montaña. El mal resulta ya tan generalizado que ni sorprende; en todo caso, desilusiona. A día de hoy no sé quién ganó el tour del 2003 ni los adyacentes. Conocí a un potencial ciclista con futuro el cual argumentaba que no iba a hacerse profesional porque todos se dopaban y sin sustancias no podía entrar en el círculo. Sin duda jugaría en otra liga. Era un “desustanciado”.
Los tramposos en el ciclismo profesional son multitud. Una vergüenza, sí. Y una decepción. Supongo que ahora habrá que aplaudir al que se dope mejor sin que se le salga el corazón por la boca. Literalmente hablaba, se entiende. No sé qué lleva a un hombre a vender su alma. Imagino que rula mucha pasta en la élite, pero sólo si se gana. El triunfo es demasiado goloso. Demasiados flashes, demasiados ceros, demasiadas gargantas gritando que eres dios. Demasiado tentador. En todo caso, para hacer trampas hay que valer. Escupir prejuicios y olvidarse del honor. Da igual que uno sepa que es un fraude. Lo que importa es que no lo sepan los demás. Y engañar hasta creerse las propias mentiras.