sábado, 29 de junio de 2013

Secretismo

No me gustan los secretos. No hallo ningún beneficio en conocerlos. La mitad de las veces no me interesan, y las otras veces me queman en el subconsciente. No arreglan el mundo, no ayudan a nadie, y su único propósito es llenarlo todo de confidencialidad, crear barreras entre las gentes y establecer clasismo social, separando conocidos de amigos y a éstos de “mejores amigos”.
Contar o que te cuenten algo prohibido, privado o personal suele producir más gusto al que pone la voz que al que acerca la oreja. Un secreto siempre vale más por lo que supone que por lo que revela en sí. Demuestra confianza ciega del confidente emisor al susodicho receptor, y establece una relación más especial entre ambos que con el resto del mundo, que para eso no lo saben.
Y ya. Los secretos no aportan mucho más, salvo la venenosa tentación de filtrarlos a un tercero o la peligrosa posibilidad de soltarlos sin intención. En todo caso, no hay nada más divertido que adivinar los trapos sucios ajenos por error o azar. Nunca olvidaré aquella vez que, a modo de broma, lié a un amigo con otra amiga y había pasado de veras la noche anterior. Ni el inspector Clouseau lo hubiera hecho mejor. A veces, la mejor mentira es decir la verdad en tono jocoso, y otras, mientes de broma y das en el puto clavo.

miércoles, 26 de junio de 2013

Embrague irritable

A veces las noticias no se agolpan por su grado de negatividad, sino que se alternan en esperanzadores claroscuros. A la desagradable sensación de comprobar que sus pantalones reglamentarios habían encogido en largura y tamaño tras elegir un programa de lavado demasiado caliente, Más Largo que un Día sin Pan contrarrestó con la llamada de Zuecos Rancios pero Blancos, la enfermera de cabecera de Ojos Almendrados de Elfo, indicando que la policía había murmurado una palabra sin llegar a salir de su coma. Zuecos hubiera querido decirle a Largo la palabra, pero éste ya estaba a dos manzanas del complejo hospitalario. Cruzó un paso de cebra un tanto acelerado, empezando en parpadeante y acabando en rojo. El conductor casi lo atropelló pese a que Pan llevaba su ridículo pero oficial uniforme de policía. Arrancó en plan fórmula 1 e intentó pasarle por encima. Pero Largo estaba curtido en mil batallas. Se lanzó en plancha a un lado y giró sobre sí mismo para levantarse con su propia inercia a la vez que desenfundaba con una precisión mil veces practicada y copiada de El Rostro Impenetrable. Disparó certero sobre la rueda derecha y reventó el neumático, pero el conductor agresivo siguió su carrera con el reventón. Largo no llevaba radio encima para avisar a Proteger y Servir, pero memorizó la matrícula y marchó a ver a Ojos.
Elfo no mostraba mejoría alguna, pero los últimos estudios que le habían hecho determinaban que, en caso de despertar, quedaría sorda de por vida. La palabra que había dicho la joven era “embrague”. Al principio no tenía sentido. Largo lloró un poco en seco y luego volvió a comisaría.
¿Qué coño miras? le enterró la cara en los papeles cuatro veces, pero dos collejas después acabó por interesarse por el caso de Día sin Pan. Un conductor agresivo parecía algo menor, pero tenía su gracia bajarle los humos. Agarraron el coche y mataron la tarde patrullando con tedio y sin suerte.
La noche, sin embargo, fue más fructífera para Largo. Retomó el disco de Tako que dejara en coma a Ojos Almendrados de Elfo y remasterizó, moduló y depuró los sonidos. Así pudo escuchar un mensaje robótico en el intervalo de aumento de volumen que ensordeció a su querida amiga: “Embrague irritable te saluda, querida.” Día fue a su mesa y tiró de ordenador. Descubrió una asociación de conductores extremos, un club de volanteros radicales, agresivos y puristas. Desgraciadamente, no tenía clave de acceso y tuvo que mover sus hilos. Llamó a su amigo Jonatan Hacker, un as de la web y el pirateo digital. En dos horas le configuró un login para entrar a Embrague Irritable y pisparse de todo. Otrora nunca hubiera recurrido a un fisgoneador ilegal, pero algo estaba cambiando en Largo.
Lo que encontró allí, pese a todo, no era alentador. El club era una especie de logia de conductores estresados, desquiciados, emparanoiados con sed de venganza sobre todo aquel que incumpliera mínimamente las normas de circulación. El estilo de Cuadrícula de Excel. No le costó mucho encontrarlo. El webmaster era un tal Master Excel. Todo olía a él. Había otros siete miembros. Largo empezó por ellos. En dos días había rastreado las IPs e identificado a los sujetos con carnets y matrículas. Sólo faltaba pillarles en pleno delito.
Y no costó mucho. ¿Qué coño miras? y Sin Pan cazaron a uno que intentaba atropellar a un joven por hacerle el gesto manual de llevar las luces puestas al mediodía. Otro cayó tras frenar en seco en un semáforo, chocar con el de atrás y lanzarse a por él con un cuchillo gigantesco. El tercero picó con la radio a todo volumen de un nini-anzuelo, el cuarto al intentar embestir una moto, otro al echarle una carrera a un taxista, el sexto disparando a las palomas que le habían ensuciado el coche, y el séptimo al reventar seis lunas de coches en doble fila.
Pero Excel no picó. Durante dos semanas trataron de pillarle y no hubo manera. En una de éstas, Largo creyó ver su sonrisa desafiante en el retrovisor. Su sociedad estaba desmantelada, pero él no cometía más errores.
Al día quince sucedió algo. Día encontró una nota en su mesa que decía: “7 a 1 es un buen cambio, ¿no, Largo? Al principio no comprendió la misiva, pero de repente escuchó un estruendo terrible en cocheras. Bollitos Martínez había atropellado a ¿Qué coño miras?  en el garaje de vehículos policiales. Pudo haber frenado pero en lugar de eso aceleró todavía más. Lo reventó contra el muro hasta el punto que no se sabía qué era carne y qué radiador. Lo único que permaneció inalterable fue su cuchillo nada reglamentario, pero eso sí, al baño sangría.
Bollitos fue ingresado con una crisis de ansiedad. El peritaje demostró que el coche oficial había sido trucado: la dirección invertida, el freno cambiado por el acelerador, la marcha atrás por la sexta, el freno de mano inutilizado, y además, el volante estaba teledirigido con un mando auxiliar cercano. Todo esto no se hubiera sabido si el cuchillaco de ¿Qué coño miras?  no se hubiera clavado entre el detonador y la carga explosiva de una bomba menor en el motor del coche, suficiente para destruir todas las pruebas. La suerte esta vez se aliaba con los buenos.
Por fin Gordo pero que Manda más que el Rey comprendió que había un topo dentro. Tampoco es que eso cambiara mucho las cosas, pero al menos extremarían las precauciones. Largo pidió dos pares de pantalones nuevos de talla especial y un nuevo compañero, toda vez que ¿Qué coño miras? ya no volvería a mirar con chulería a nadie más.

lunes, 17 de junio de 2013

Estimado Jefe Wert

Le escribo para transmitirle mi desgana existencial. Ha conseguido usted convertir una vocación en un trabajo. Pero no una labor cualquiera. Una al límite de mis fuerzas. Por el camino, se ha cargado algunos tópicos. Ya no podrán decir de mí “tiene más vacaciones que un maestro”. Ahora tendré más. Bueno, no remuneradas. Un pequeño detalle sin importancia.
Ustedes cobran dietas por desplazamiento. Yo hago 200 km diarios en nombre de la educación pública y la única dieta que tengo es la de mi bolsillo. Antes no estaba bien considerado gracias a su eficiente campaña de desprestigio. Bueno, suya y de unos cuantos envidiosos más. Ahora sigo estando mal visto, pero al menos mi desgracia es mayor y hace felices a otros. Así funciona el país: sobreviviendo a base del mal ajeno, lo único que nos da ilusión para seguir.
Antes trabajaba mil horas de puertas adentro y 18 de cara afuera. Ahora son más de mil extras y 21 con los niños. Les sigue pareciendo poco. He notado que en las últimas semanas me duelen los párpados. Estoy nervioso, sin fuerzas, sin un ápice de paciencia, no soporto los gritos, las conversaciones superpuestas, la premura ni los comentarios a destiempo. Pero no estoy quemado. Estoy agotado. Fundido. Se lo agradezco. El poco insomnio que tenía se lo ha llevado su política de recortes. Estoy tan roto que caigo en la cama como si estuviera hecho de plomo.
Sus 21 horas lectivas me han destruido emocionalmente. Si fuera al médico le costaría dos horas y media atenderme. Otra de sus jugadas maestras. Si fuera al médico, decía, me hablaría de estrés laboral o incluso depresión. No es asumible lidiar 5 horas con muchachos de 13 años para llegar a casa y seguir trabajando en la sombra. Si teníamos 18 periodos lectivos era por algo, ni por capricho ni por privilegio. Era por necesidad. Ahora soy peor profesor. Aguanto menos, la garganta se me rompe más veces, me falta paciencia, me pongo tenso, me aturullo y en ocasiones coordino lento, me equivoco más, comprendo menos, razono peor, lo llevo todo antes al terreno personal. Mis clases son anodinas y repetitivas. No tengo fuerzas; a veces ni para discutir con los chicos un mínimo de saber estar.
Imagine la mejor afición, el mayor hobby del mundo. Ahora añádale presión, resultados, mayor carga horaria, que le cueste más caro y que a los vecinos le parezca mal. ¿A que ya no es tan divertido? ¿Sabe algo, Jefe? Si pudiera ser otra cosa, ya no sería lo que soy. Y todo gracias a usted y a su gestión impecable. Con suerte alguno de los engendros fracasados que estamos creando en su laboratorio educativo se rallará un día de no encontrar trabajo, se le irá la pinza e intentará atentar contra su vida. Pero no se preocupe. Usted salvará el pellejo. El muchacho será abatido o enrejado. Y la culpa será mía por incapaz, mercenario y vago.

domingo, 9 de junio de 2013

Tijeras justicieras

Esto no rula. No puede funcionar si de 46 millones 26 son población activa, 16 trabajan y 6 justifican papeleo en el INEM. Es decir, un 33% tiene que sostener a los demás. Es impepinable: para que tres españoles vivan sólo uno produce.
La culpa, desde luego, no es de ellos. La sociedad se ha denigrado hasta el extremo de que trabajar no es un derecho envenenado sino un privilegio menor elevado a la categoría de premio gordo.
Como muchas otras veces, la historia nos enseña el camino. El crack de 1929 en Estados Unidos, la economía más próspera del mundo entonces, llevó al país a la quiebra. Pero llegó Franklin Delano Roosvelt y aplicó un paquete de medidas tan saludables como lógicas. Reactivó la economía, acometió obras públicas de gran calado, generó empleo e incentivó el consumismo. América se salvó gastando, no apretando el cinturón.
Pero para consumir hay que tener y creer que se va a seguir manejando. Si el barbas sigue cargándose gente al final nadie suelta un euro porque no lo tiene o por miedo a un hipotético futuro devastador.
¿Y cómo se crea empleo, listo? Manteniendo un equilibrio entre consumo y ahorro, claro. Tal vez subvencionando a las empresas con pérdidas para asegurar que los ERES no borrarán a gente de la lista de población en activo. Recortar sueldos a funcionarios, subir impuestos a degüello, bajar pensiones y eliminar servicios tampoco soluciona nada. Si no hay guita no hay derroche. Tal vez el camino sería perseguir de verdad la economía B, crucificar al defraudador, al de baja fingida, al especulador desmedido, al que no acepta cualquier trabajo, eliminar la prestación por desempleo y ofrecer en su lugar puestos obligatorios de más alta o más baja cualificación. En definitiva, reconducir el sistema laboral mediante medidas más o menos guiadas, tal vez socialistas, hacia una población sin desempleados. Y por supuesto, cercenar los cargos inútiles, los sueldos prohibitivos y las indemnizaciones pornográficas. Quizá regular el capitalismo o sujetar su techo salarial sería una medida proteccionista bien acogida.
Pero nada de esto importa. Mientras el que manda es el mismo que se sube el sueldo y le da las contratas a su primo tonto del pueblo, que al final ha resultado el más agudo, mientras no tengamos una toma de la Bastilla en condiciones, con guillotinados más o menos simbólicos, mientras sigamos comiéndonos las ruedas de molino diciendo amén, hasta los que no creemos en la iglesia como fuerza más allá de lo espiritual, y a veces ni eso, mientras tanto la tristeza seguirá siendo la misma, pero cada vez peor repartida.

miércoles, 5 de junio de 2013

Cuesta trabajo

Soy un hedonista de la psique bajo los efectos de las sustancias y sus revelaciones oníricas y alucinatorias. Vivo en un mundo que trasciende las convenciones de éste.

Qué cabrones los del Inem. Me habían dado la alegría del año despidiéndome de la fábrica. Fuera madrugones, fuera turnos y fuera máquinas estruendosas. Era la persona más dichosa del mundo. Todos los días era lunes y podía tomar el sol. A veces estaba nublado, pero no me daba cuenta. Hoy ha llegado el cartero como un heraldo de muerte. Sí, me han concedido la ayuda y ahora tendré que cobrar el AIF por obligación. Por supuesto, no tengo nada que hacer. Fui forzado a recibir la prestación y lo asumí sin quejarme, y ahora esto. Putos trabajadores sociales. Se enteran de que no laboras y te arruinan la vida solicitándote esas horribles ayudas económicas. Ya sólo falta que me llegue una oferta de trabajo y tenga que aceptarla. Con lo que yo me he hecho a mi cama.