jueves, 28 de marzo de 2013

Los últimos días

Aunque disfrazada de película apocalíptica, la historia de los fraternos Álex y David Pastor es en realidad una fábula existencialista sobre el devenir humano bajo el yugo esclavizador de la tecnología, la globalización y el egoísmo. Las enfermedades del siglo XXI, arrastradas desde la primera revolución industrial –la producción en cadena, la creciente deshumanización, el valor del trabajo en detrimento del coste humano–, han conducido al hombre al estrés vital, a la degeneración de las prioridades, al suicidio de las inclinaciones metafísicas, a la búsqueda de la realización personal supeditada a la felicidad de los poderosos.
En este contexto surge una agorafobia extrema, irracional, inspirada lejanamente en El ángel exterminador de Luis Buñuel, que de manera tan paulatina como inexplicable va contagiando el espíritu de todos los humanos, dejándolos literalmente atrapados en el interior de urbanísticas cárceles de hormigón y cemento armado, y causando ansiedad, terror y ataques cardíacos en los que por obligación o desesperanza osan adentrarse en el exterior.
En circunstancias extremas es cuando los problemas se relativizan hasta desvanecerse en medio de tesituras más difíciles, como la lucha por la supervivencia, la búsqueda de los seres queridos o la resiliencia ante la degradación moral de los nuevos salvajes urbanos. En cierto modo, Los últimos días es un velado homenaje a la familia, pero también un guiño cruel a los niños náufragos de El señor de las moscas que, alejados de factores civilizantes acaban asilvestrándose hasta la superstición y el linchamiento de iguales.
La película también ofrece una visión catártica del depredador actual, frío, calculador e insensible, que no tiene corazón más allá de los suyos, y que sabe que se está muriendo por dentro, que es un hijoputa, pero como dice José Coronado, “un hijoputa con palabra”, y que es capaz, gracias a esas mismas y despreciables características descarnadas, de crecerse ante las adversidades y salir victorioso de los lances. Su contrapunto es el romántico y caballeresco Quim Gutiérrez, un hombre con miedo a vivir, con una angustia existencial que le impide realizarse, afrontar la paternidad o atreverse a ser feliz. Y de la unión accidental e interesada de ambos personajes –los dos quieren llegar entre alcantarillas y túneles de metro hasta sus seres queridos–, tras un proceso maravilloso de adaptación y aprendizaje, se forjará una cruda y férrea amistad. Antes de separarse, los dos protagonistas absolutos completarán su quijotización y sanchificación respectiva, enriqueciéndose y preparándose para un mundo con nuevas reglas.
Más allá del desenlace más o menos esperado, aunque bien resuelto argumental y estéticamente, la cinta impregna el ambiente de una profunda reflexión sobre los dilemas existenciales:¿Para qué vale acumular más y más? ¿Qué es importante en la vida? ¿Por qué no todo vale? ¿Qué precio está un ser humano dispuesto a pagar para alcanzar el éxito? Y sobre todo, ¿por qué nos empeñamos en no ser felices?

viernes, 22 de marzo de 2013

Sobredosis digital



¿Cuál es el mejor invento de la humanidad? ¿El mando a distancia, la escoba, el GPS, el matasuegras, los Todo a 100 chinos, el tigretón, el whatsapp, la cinta aislante, el dolor de cabeza, la faja reductora, la olla a presión, el plástico…?
Tamaña pregunta no augura una respuesta fácil. Podríamos despojarnos de todo accesorio y valorar cuál ausencia duele más. Personalmente me quedaría con el agua corriente. Siempre me ha parecido fascinante que moviendo una palanca un océano de posibilidades hidratase tu vida, regulando además, por el mismo precio, caudal y temperatura sin derramar una gota fuera de su órgano de gestión residual.
Para los que no lo tengan tan claro, y no les conquiste ninguna de las opciones del primer párrafo, siempre se puede apostar sobre seguro en los últimos avances. La postmodernidad nos ha traído cambios tremendamente sustanciales. Hablo de la revolución digital. Piensen en todo tipo de material mutado mágicamente de lo físico a lo etéreo. Las fotos, por ejemplo, eran un cartucho de 36 oportunidades para inmortalizar unas vacaciones a precio de oro. Y la mitad de las veces resultaban movidas, desenfocadas, oscuras, con huellas o contraluces. Llegó la cámara digital y el vicio de inmortalizar escenas, retratos y paisajes se hizo compulsivo.
La música reventó también con el nuevo formato. Se acabaron los cassettes, vinilos y CD’s. Ahora todo se emepetriza y se almacena en ligeros dispositivos de audio, gigabíticas computadoras y bolsillescos pen-drives. Las canciones se buitrean de Internet y se comparten en emule, que es como una gigantesca orgía para archivos liberales.
La del video es otra guerra ganada por la digitalización. Los DVD’s parecen resistir el tirón, pero cuando menos comparten escenario con los avis facilones y los mpgs ventajistas. El mismo pen-drive o el disco duro han borrado de la faz de la tierra el soporte físico, y los discos duros extraíbles sólo han agravado el problema. Ahora los CD’s son a menudo posavasos o ahuyentamoscas.
Con todo, la revolución digital más impactante y a la vez menos reconocida ha sido la textual. Hasta hace poco los documentos escritos se fotocopiaban o redactaban sobre rudimentarias máquinas de escribir, imposibilitando la edición, corrección, marginación, tipología y manipulación de lo ya concebido. Hoy escribes con faltas y te las marcan automáticamente. Si tienes el nivel de horterización necesario, puedes poner la letra de Mickey Mouse y adjuntar imágenes vomitivas. El ordenador todavía no censura.
Pero todo tiene un límite, y en la comunicación lo hemos superado. Bien está que uno llame por móvil, se oriente con GPS y cambie la biblioteca por el Google, pero la dependencia digital se ha hecho tan acusada como innecesaria. Adictos al whatsapp me han confesado que se pegan el día entero dándole a la tecla, y no es raro estar con alguien que no está, cuyos cinco sentidos y diez dedos se han marchado a miles de metros físicos, y a escasos segundos digitales. A mí, que me perdonen todos los colgaos del android, pero un contacto digital nunca será mejor que uno físico, salvo entre las piernas, donde viene a ser muy parecido. 
 

martes, 19 de marzo de 2013

Patriofobia

Soy un hedonista de la psique bajo los efectos de las sustancias y sus revelaciones oníricas y alucinatorias. Vivo en un mundo que trasciende las convenciones de éste.

Tengo que dejar España. Cada vez estrechan más el cerco y amenazan nuestra integridad física. A mi mujer la llaman “nativa”. Eso por lo menos es denunciable. Qué hijosdeputa estos extranjeros. Como no hemos venido de ningún sitio nos insultan y acosan. Mi niño el mediano se pinta la cara de betún para parecer un negrito. El otro día se le derritió la coartada con el aguacero y casi me lo capan. Yo entiendo que somos lo peor y que no tenemos el mérito de haber cruzado el océano en patera, de haber vendido nuestras pertenencias en China para pagar el avión, que no hemos dejado a nuestros chabolitos en tierra. Que les quitamos el trabajo a los extranjeros. Todo eso ya lo sé, pero también tendré derecho a vivir, ¿no? ¿O es que tengo que emigrar para ser un ciudadano de primera? Sí. Está decidido. Me marcho a Marruecos a labrarme un porvenir. La cosa está muy mal, pero por lo menos no seré un asqueroso y denigrante nativo, y podré insultar y defenestrar a los marroquíes de allí, como han hecho conmigo por estas patriófobas latitudes.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Un asunto real y los abuelos

Seguro que muchas veces han deseado que se callaran los espectadores para poder escuchar la película. Ayer, mientras veía Un asunto real me pasó al contrario: ojalá hubiera tenido el mando a distancia de la proyección y hubiera podido pulsar el mute o el pause.
La peli está bien. Un poco lenta para mi gusto, pero admito que acelerar el ritmo hubiera sido un error de timing. Ya tenía que haber desconfiado cuando una sala de cine en sábado sesión de tarde 7:30 tiene más jubilados que un reparto de roscón gratis el día de Reyes. Mirase donde mirase sólo atisbaba cabellos plata o bronceadas calvas, de las con solera. Seguí admirando el geriátrico. Sí, era el varón más joven con muchísima diferencia. Lady Drywater no tuvo tanta suerte. La hija de alguien se había colado con veinte años.
A la harina. Los abuelos son lo peor. Su educación es con mucho la más carente que uno se puede encontrar. Aúnan el egoísmo y mezquindad senil con la sensación de estar de vuelta de todo. A un crío le reprendes y lo acepta. Un señor mayor, no. Le sobrarán argumentos, a menudo vehemencia, chocheo o sordera, falta de visión, próstata, canas… la excusa no importa. Nunca te dejará tener razón.
En medio de la proyección hasta dos veces determinados ilustres se pusieron a discutir. La voz subió de tono hasta salpicar a todo el cine:
-Cállense ya, cállense ya.
-Oiga, ¿nos quiere dejar hablar?
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-¿Quiere dejar de hacer ruido?
-Oiga, déjeme en paz. ¿Quiere dejarme comer? ¿Pues no ve que estoy comiendo almendras? ¿Quiere que le dé almendras y se calla?
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En ese momento los personajes se pusieron a hablar y nos cortaron el barro. Nunca me importó tan poco el futuro de la corona danesa. Pero ahí no acabó la impertinencia de nuestros mayores. Hasta cinco teléfonos móviles sonaron durante las 2:20 horas de proyección. Y una hasta se levantó y se puso a hablar junto a la puerta. Con dos cojones, sí señora. Acabamos la aventura con una impertinencia más, esta vez a la acomodadora-vendedora-revisora, quejándose amargamente del frío del lugar, que les aseguro que no era. Véngase a mi clase a ver a los alumnos hacer ejercicios con el abrigo puesto.
La otra reflexión que me dejó la experiencia fue menos mundana. La Dinamarca de 1772 se parece demasiado a la España de 2013. Otra vez un grupo de nobles acaudalados hacen gobierno para sí mismos, y cuando alguien pretende cortar de raíz sus exagerados privilegios, lo decapitan. El sistema de hoy es tan feudal como era aquel, pero con una diferencia. Entonces había ilustrados para salvar el culo a la plebe. ¿Dónde están los librepensadores ahora? No sé por qué dicen que los políticos son pésimos. Yo creo que tienen una inteligencia superior: hace falta ser muy hábil para robar legalmente y que el pueblo no te guillotine.
En cuanto a la película en sí, vayan a verla. Merece la pena por el vestuario, por los conceptos, por la trama en sí misma, porque la única manera de no repetir los errores del pasado es conocerlos. Para eso vale la historia. Y para sacar a los abuelos a protestar un par de horas lejos de sus amarguras cotidianas. A mí que me lobotomicen. No quiero ser así.

sábado, 2 de marzo de 2013

Ya me han crujido

Y jode que no veas. Y ésta no la tenía. Ya he corrido más de la cuenta, aparcado en zona prohibida (tres veces) y circulado por vías restringidas. Me faltaba la pegatina caducada. Es mi sexta multa y la sexta burla que me hace esta justicia de mierda que tenemos. Porque no se explica que un furgón de mala muerte casi se mate en un adelantamiento imposible y la policía local se limite a esperar el semáforo en rojo, sacar a un gilipollas con uniforme y amonestar al pavo verbalmente, y en cambio a mí me revienten 200 euros por circular con la ITV obsoleta. Que sí, que soy un empanao y lo tenía que haber mirado, que estos cabrones esta vez no me han mandado carta de caducidad y me la he comido con patatas, que nadie duda que soy un pringao y que la multa es de manual. Todo eso me parece muy bien, muy legal y muy nítido, pero es poco ético. Lo primero, llevo 11 meses cabalgando mi vehículo sin la mierda de la ITV, y a nadie le ha importado un carajo. Ya es triste que tenga que pasar un puto año para que alguno de nuestros avezados agentes se pispen. Ya no por joderme las perras, hostia. Solamente por informarme, coño, que llevo muchas lunas siendo un fuera de la ley. Que a lo mejor vuestra obligación, ninis de mierda chulos y analfabetos, sería velar por el ciudadano y no hincharnos a multas a los de abajo. Que lo único que la peña piensa de vosotros es que estáis para recaudar, para castigar, para golpear, pero proteger, ayudar y colaborar, un cuerno.
Mi delito es impepinable, pero jode el doble porque no lo sabía, y porque en el último daño de malvada e irresponsable caducidad he llevado el coche al taller dos o tres veces. Que mañana lo llevo a la ITV y casi seguro que la paso. Que estoy harto de chorizos, mangantes, banqueros, políticos y policías. Que no valéis para nada. Sólo arruináis al humilde, hundís al honesto, golpeáis con vuestro martillo de la injusticia sobre los yugos del pueblo llano. Y algún día os reventaremos. Colgaremos a los corruptos, ahorcaremos a los políticos, enterraremos vivos a los banqueros, y a vosotros os empalaremos sobre una lluvia de multas tan gratuitas como inmorales. Porque no representáis a la justicia, no arregláis nada, no construís un carajo. Sólo valéis para recaudar y para que os odiemos. Estad orgullosos de vuestra mierda de trabajo porque nadie más lo está. Y a ver si hay suerte, os pillan en uno de estos robos de droga del depósito, desvío de fondos, supresión de multas de familiares, violencia de género o derrame de neuronas y os inhabilitan, porque para lo que hacéis prefiero un gorrilla. Son más baratos, más simpáticos y te encuentran aparcamiento. Hace demasiado tiempo que legalidad y moralidad son dos conceptos enfrentados por gente como vosotros. Policías. El brazo armado del sistema. Proteger y servir. Iros a la mierda.