domingo, 28 de octubre de 2012

Sí, sí, han oído bien

No hay nada más absurdo que hacer algo sin convicción. ¿Se imaginan a un payaso sin ganas de hacer reír, o a un pintor sin alma? De todas las armas más definitivas del ser humano, la más poderosa, la más chunga, la que no puede doblegarse es la volición. Porque uno puede ser diestro, hábil, artista, único, genio u omnipotente en una disciplina, pero de nada sirve sin una pizca de voluntad, una miaja de actitud, un pelín de deseo. Es mucho mejor querer que poder, y siempre será así.
Por ese motivo, no encuentro situación más ridícula que los pescateros o polleros del Mercadona anunciando sus productos. Son inexpresivos como la muerte, sosos como los yogures naturales, aburridos como las  migas cuando te has acabado los tropezones. Decían las leyendas urbanas marujiles que la voz del megáfono era una grabación, que enchufaban la cinta y a correr: “Ding dong, ding dong. Estimados clientes: en la sección de lácteos pueden encontrar nata desnatada por 1.50. Sí, sí, han oído bien: nata desnatada a 1.50. Gracias por su atención y buena compra. Mercadona-aaa. Mercadonaa.” Claro que sé de gente que aseguraba que aquellos consejos mercadoniles los ejecutaban empleados en la sombra, escondidos para no pasar vergüenza o ser abucheados, y que les obligaban incluso a imitar el sonido del timbre antes de empezar la alocución bajo medidas coercitivas y amenazas de despido procedente. Bien, ayer esclarecí parte del misterio. Sí, sí han oído bien. El pescatero con cara de pez agarró el telefonillo y soltó un discurso tan espirado como falto de convicción. A mí una tía me dice “Nene, coge lo que quieras. Sí, sí, has oído bien: soy todita para ti” con esa voz y me voy corriendo en dirección opuesta. Sí, sí, han oído bien. Ding dong, ding dong. ¿También imitarán el timbre cada vez? Gracias por su atención y buena lectura –tal vez en otro blog.

lunes, 22 de octubre de 2012

Cómo ligarse a una tía

Bien. Ningún pavo sabe cómo se liga a una chavala. Nadie. Absolutamente nadie, aunque hay ciertos atractivos que ayudan, como la tableta de chocolate o la cartera gorda. ¿De verdad hay abuelos que piensan que la zagala que les besa está ahí por amor? ¿Amor a qué, a la necrofilia, a las momias, a la silla de ruedas?
Lo primero que debo confesar es que no tengo ni repajolera idea de cómo se le entra a una chorba y se sale con ella del bar. El único motivo por el que escribo este artículo es para conseguir más visitas en mi blog. Si algún desesperado todavía tiene fe en estas líneas le daremos unas cucharadas de falsas esperanzas mezcladas con sopa de letras para disfrazar el sabor a fracaso.
Pero vayamos a los parámetros estándar de edad, posición social y apariencia. Partiendo de un punto medio donde uno no es ni el más guapo ni el más simpático, ni tiene más pasta ni mayor intelecto, ¿cómo se hace para que las mujeres caigan a nuestros pies sin necesidad de aporrearlas? Pues ahí va: sigo sin saberlo. Para consolarles, vamos a describir las técnicas que más parecen haber prosperado con el inescapable envejecer del tiempo.
1- El guapo. No suele aportar mucho en simpatía, autocrítica o diversión, pero rebosa confianza en sí mismo. El guapo rara vez elegirá una chica que no le haga juego con el smoking. Se repasa el engominado en cada espejo, se gira el semblante contra el escaparate, se autoanaliza en cada reflejo de coche y se gusta, incluso más que a la chica. Eso sí, va impecable. Lo que hay debajo de la fachada ya es una incógnita. A mí no me pregunten. Nunca he sido guapo.
2- La percha. A menudo simbionte del guapo, también se le conoce como el cuerpo. Feo de solemnidad, pero con un porte de convencimiento pleno en las propias posibilidades gracias a los bíceps, los músculos a rebosar y una tableta de chocolate con más porciones que la extralarga de valor. Este elemento confía ciegamente en su cuerpo de gimnasio y las tías lo flipan, especialmente en espectáculos cárnicos como desfiles piscineros, calendarios de bomberos, pasarelas diversas y despedidas de soltera. Las neuronas dejaron de estudiar, sólo entrenan en el gimnasio.
3- El amigo. Ni especialmente guapo, ni cachas, ni inteligente, el amigo sabe conectar con las chicas. Es paciente, sabe esperar su momento, y éste siempre llega. Una novia abandonada, una fémina desengañada, una chica quemada con los tíos porque todos son unos cerdos son presas arquetípicas del amigo. Comprensivo, desprendido, intuitivo y gran escuchador/conversador, sabe decir lo que ellas desean oír. Nunca se declara. Son ellas las que se lanzan a sus brazos acogedores. Acaba siendo la mejor opción de mujeres cansadas del universo masculino. Un valor seguro. No muy llamativo, pero resultadista. Como decís vosotras, me he casado con un buen hombre.
4- El ingeniero. Friki o elegante, pero eminentemente lógico, sabe utilizar su mente para inclinar sus posibilidades. Obnubila a las mujeres con su intelecto. Puede hablar de cualquier cosa con un grado de fiabilidad asombroso. Suele preferir sujetos de un coeficiente similar, pero puede conformarse con elementos estándar que no rayen en la bobería, salvo que estén muy desesperados (véase The Big Bang Theory).
5- El gracioso. Impepinablemente feo, bajito, barriguitero, tendiendo a la calvicie o con entradas, ni muy guapo ni muy rico, el gracioso sabe que su única oportunidad es su personalidad avasalladora. Debe soltar chistes inocentes y espontáneos de los que ningún tío se reiría pero que a las chicas les dispara la tontuna. Ojo, puede caer en la autoparodia. No hay nada más lamentable –y frecuente– que un gracioso haciendo el ridículo. ¿Posibilidades reales? Ejemplares con poca autoestima y rubias cansadas de que les miren las tetas. No es que el gracioso no lo vaya a hacer, pero será ingenioso mientras escudriña pezones.
6- El canalla. Un granuja de manual, el canalla es un malote quedón. Sabe castigar con encanto, sacar su lado truhán y admitir que es un vividor. Tiene muchísima jeta pero va de cara. Puede mostrarse frío y distante, arrogante e incluso cruel, pero en el fondo es un caballero. Desarrolla a veces una pizca de humor negro pero contenido, lo que le confiere mucha ternura. En el fondo es un romántico cobarde, temeroso de que le rompan el corazón. ¿Quién no quiere un Han Solo en su vida?
7- El romántico. Clásico, incluso desfasado, este tío es un auténtico moñas. Enamorado de las fotos, de los viajes y de los atardeceres, es capaz de recitar poemas de Lorca o Hernández de memoria. Gran amigo de las flores por correspondencia, los detalles caballerescos, pringarse la gabardina para que la prostituta no se manche las medias, la galantería vomitiva, las frases inconclusas y evocadoras, el nota va hecho un pincel. Eso sí, con frecuencia un rato horterica. Todo no puede ser. A su favor: sabe tratar a una mujer. En contra: su caballerosidad acaba siendo condescendientemente machista. Recomendable sólo si es adinerado.
8- El cabrón. Sería un canalla rebotado, quemado con el mundo. Este tipo es un borde, desagradable y excesivamente vehemente. Vale que suelta verdades como puños y que raras veces mete la pata, pero se recrea en la humillación y el conflicto. Al sujeto le va el barro. Misteriosamente, su modus operandi es tan denostado como apreciado. Lo mismo es odiado a muerte que las chicas pierden las bragas por él. Y es que a algunas les va la marcha. Y cuanto más las degradan, más quieren del cabrón. No, si un rato complicadas ya sois.
9- El místico. Perro-flauta, ascético, ermitaño, cura… la lista da para mucho. El ejecutivo tiburón que dejó la bolsa para irse a recolectar miel en comunión con las abejas es uno de estos, lo mismo que un buen número de escultores, músicos, poetas… artistas en general. Eternos buscadores de la felicidad y la belleza, tienden a un mundo de valores intangibles en contrapunto con el materialismo reinante. Para quedarse con uno de estos hay que tener las ideas muy claras. Nunca te comprará un visón ni te llevara a París –si acaso en tándem–, pero tu vida espiritual será de una riqueza superior. Abstenerse trepas hastiadas.
10-El ricacho. Puede o no compartir características de los anteriores, pero es algo secundario. Aquí habla el dinero, y todos lo saben, sobre todo él y su amiguita. Suele ser espléndido, ocurrente, frívolo a más no poder y con un punto de prepotencia económica. A su favor que siempre tiene un taxi en la puerta, picadero cinco estrellas y champán frío y caro, pero con frecuencia también una esposa más loba y lista que tú. Al menos llegó antes. No pasa nada, con la lencería cara amortizas los encuentros. El ricacho siempre tendrá un atractivo superior a todos los demás.
Terminamos el recorrido por los tópicos amatorios de los rituales de apareamiento actuales. Si no se han encontrado relativamente identificados en ninguna de las anteriores categorías y están acompañados, felicidades, han creado una nueva. Si están solos, ya pueden hablar con su soledad durante sus largos periodos de silencio.

viernes, 19 de octubre de 2012

Cómo meterse en un buen fregado (2/2)

Largo, mientras tanto, había estado investigando los accidentes y desgracias acaecidas en el barrio. Una maruja atravesada por una fregona en plan Vlad el empalador, un parado rociado con lejía, dos fracturas de cráneo por macetazos –una mortal–,  un doberman con un improvisado escurridor como bozal atado con esparadrapo de tela, una rata colgada de los bigotes y en continuo escorzo de liberación imposible, seis niños rociados con matacucarachas y una anciana atropellada reiteradas veces hasta la defunción por su misma silla de ruedas. Sin duda la obra de un sádico. De no ser porque ¿Qué coño miras? venía con él, Largo hubiera jurado que se trataba de su mismo compañero.
Día sin Pan consiguió hablar con los supervivientes –menos con la rata– y no pudo encontrar vinculación alguna. Hasta que llegó ¿Qué coño miras? El desagradable chulapo trató a todos con un desprecio execrable, pero reiteró que unos y otros apestaban a Corrompido, un fregasuelos barato. ¿Qué coño miras? lo usaba con frecuencia para fabricar cócteles molotov en su época chunga. Ahí encontró Largo la coincidencia. Todos habían pisado por donde Corrompido aromatizaba el suelo. Trajeron a Battiato, el perro policía de mejor olfato de toda Italia, recién importado, y encontraron el rastro que buscaban.
Llegaron a una casa medio derruida. De hecho, la mitad del edificio estaba demolido y había que subir la escalera pegado a la pared, so pena de caer al vacío. Subieron piso tras piso sin hallar indicio alguno, pero en el quinto se encontraron con que el pasillo estaba mojado, recién fregado. El olor a Corrompido no dejaba dudas. Era la pista buena. De la puerta del fondo apareció una Maruja loca con los pelos fantasmagóricos, el demonio en los ojos y la furia en el alma. Se abalanzó sobre ellos con un cuchillo jamonero tan raído como sucio. Battiato salió corriendo acojonado. Largo se dispuso a neutralizar su ataque con la defensa Puyol pero la acometida de la maruja asesina nunca llegó. Medio metro antes de colisionar con Pan, un cuchillo nada reglamentario más gordo que el de Rambo se había clavado en la enajenación de la maruja desequilibrada. La locura pareció marchársele con la vida, y asesina y perturbada murieron a la vez.
¿Qué coño miras? sacó su cuchillo con desprecio, miró el manchurrón de sangre en su hoja con aprensión, limpió el filo con la falda de la fallecida y lo recogió con breve satisfacción. Legítima defensa. Caso cerrado.
Día sin Pan completó el informe en pocas horas. La loca del piso derruido vivía para su vivienda. Cuando la casa se cayó de vieja, la Maruja enloqueció. Siguió malviviendo y limpiando allí como si le fuera la vida en ello. De hecho, todo aquel que por curiosidad, intimidad o vicio subía a lo que consideraba un refugio abandonado, y pisaba el suelo recién fregado –lo limpiaba seis veces al día–, era fichado por la perturbada y más pronto o más tarde recibía su castigo, dependiendo del número de huellas y tamaño de la suela. Nunca se dejaba ver, y el ataque a traición le aseguraba el anonimato.
El asunto se había cerrado de manera relativamente exitosa, pero Sota de Espadas lo odiaba a muerte, Ojos Almendrados de Elfo seguía en coma, Excel campaba a sus anchas y ¿Qué coño miras? era un animal desatado. Aquello no podía acabar bien. En medio de la tragedia personal, lo único en que pudo pensar Largo era en el nombre del fregasuelos. Debería ser Corrupto, no Corrompido.

viernes, 12 de octubre de 2012

Cómo meterse en un buen fregado (1/2)

A veces ganan los buenos

Más Largo que un Día sin Pan se encasquetó aburrido los pantalones reglamentarios. A sus habituales pantorrillas ceñidas y la pernera tobillera a la altura de los gemelos se unió un nuevo diseño estúpido de cintura alta. A Largo le sobraba caja y le faltaba pierna. Vaya mierda de uniforme. Decidió abrocharse el cinturón por afuera de las hebillas del pantalón. De otro modo hubiera tenido que desenfundar levantando el codo hasta la altura de la cabeza. Largo quería despotricar contra el mundo pero Sota de Espadas irrumpió sin avisar en el vestuario para darle más argumentos para odiar al prójimo. Le arrojó unos informes al banco y le espetó que tenía trabajo, que estaba hasta los huevos de la cruzada de Largo contra el misterioso malvado en la puta sombra y que Ojos Almendrados de Elfo se quedaría en coma toda su puta vida.

Largo se abalanzó sobre ella con una agresividad nunca despertada en sus inyectados ojos de odio supremo, pero se topó con los fornidos brazos de un agente salido de la nada. Redujo a Día con una llave allen sucia y le empotró la cara en la taquilla de frío metal mientras Sota, convertida en una auténtica arpía, le gritaba con sadismo la docena de puros que le iba a meter. Cuando más furioso e indefenso estaba Largo, una orden seca y autoritaria cortó de sopetón el sermón de Sota de Espadas. Gordo pero que Manda más que el Rey apareció a tiempo para mandar a la inspectzorra fuera del vestuario masculino, no sin antes amenazarla con vehemencia sobre la posibilidad de encontrarse algún expediente abierto contra uno de los mejores agentes de a pie de Proteger y Servir.
Todavía tuvo ¿Qué coño miras?, el chulo, cuadrado y matón agente que sujetaba a Largo que aferrarse a la desesperación del larguirucho durante varios minutos antes de soltarlo. Mientras Día sin Pan se calmaba, Gordo le explicó que ¿Qué coño miras? era su nuevo compañero, que lo iba a espabilar a hostias y que tenían que investigar unos asesinatos y sabotajes en un piso del extrarradio.
¿Qué coño miras? era un auténtico armario empotrado. Un maca de cuidado, un chulapo madrileño inyectado en anabolizantes como para ganarle a Contador el tour de Francia saliendo de Murcia.  A su lado, Machote era el único que podría aguantarle una hostia, aunque Largo tenía sus dudas. ¿Qué coño miras? era provocador, arrogante, insoportablemente polémico, de los que te cruzaban la cara por respirar. De hecho, a Pan le pegó la cabeza al cristal del coche patrulla unas siete veces antes llegar al barrio de los accidentes, sólo por opinar.
El barrio de La Ratonera no se llamaba así por hacerle un homenaje a Rodrigo Rato. Más bien resumía el sinvivir de miles de vecinos ante el vivir de millones de roedores.
¿Qué coño miras? no se anduvo con tonterías. Sacó del maletero un bidón de suero de queso gruyere y lo esparció por las calles formando un reguero de olor. Sobre la marcha sacó otro contenedor, esta vez de pegamento instantáneo líquido, y lo vertió sobre el sendero de queso. Cuando volvió del coche patrulla ya eran bastantes los ratones y ratas adheridas al camino fermento-lácteo. Esta vez ¿Qué coño miras? portaba una lata bien gorda de gasolina. La vertió con una expresión inexpresiva sobre la pizza de queso, loctite y rata, y cuando acabó su topping observó que las cantidades de roedores atrapadas para la causa eran gigantescas. Sin decir una palabra se encendió un cigarrillo raspando una cerilla con la barba, y la arrojó encendida sobre el reguero de hambre que se agolpaba en el suelo. Las ratas prendieron con primor. Chillaban como si las estuvieran quemando a lo bonzo. Algunas conseguían consumir el pegamento de sus patas por efecto de la combustión y salían corriendo como bolas chillonas de fuego. El efecto sobre la noche estrellada era embelesador. Era como un toro de fuego pero con ratoncitos. Lo malo es que pronto se quemaban del todo y dejaban de moverse y de gritar.

sábado, 6 de octubre de 2012

La mierda de los niños

Yo, de verdad, que me perdonen todas las madres del mundo, pero… ¿es que no podéis hablar de otra cosa que no sea como cagan vuestros hijos? Que sí, que yo entiendo que los nenes son la mayor alegría del mundo, que le iluminan a uno el alma, tal vez por ver en ellos la pureza no corrupta de los adultos, o por volver a vivir con ellos la inocencia de las miles de primeras veces en todo. Vale. A mí también me entusiasman los criajos, su idiosincrasia y su felicidad primigenia. No pasan depresiones ni se estresan –en condiciones normales–. Es por eso, y por todo el entusiasmo que generan que uno pueda recrearse en sus pequeños avances como si fueran grandes saltos para la humanidad, o celebrar que el nene ha dicho “mamá” o “ajo”. Hasta aquí genial. Hasta perdono que hagas el gilipollas en plan bufón para arrancar a tu vástago una risa de más. Lo comprendo y hasta es posible que lo haga en mi turno. Lo que no haré, por muy predestinado que esté el cotarro, es celebrar los acontecimientos escatológicos de mi pequeña, recordad sus episodios más marrones, comentarlos como si hubiera ganado un óscar, porque a nadie le importa un carajo. Puede ser que me haga ilusión pregonar sus pequeñas victorias en un universo de derrotas, reproducirlas hasta aburrir a los oyentes que no se encuentren en una situación similar, que ya se encargarán los otros de interrumpirme y competir en audacia, simpatía, exceso o gracia con las aventuras de sus propios churumbeles, pero a Dios pongo por testigo que jamás describiré, ilustraré o pintaré las defecaciones de los míos, porque todo el mundo lo hace, y nunca es divertido. De verdad, mamás emocionadas, no lo hagáis, a nadie le gusta saber eso. Ocurren accidentes. Pues que ocurran. Igual que los sacáis de casa hechos un pincel, lo mismo podéis hacer con verbalizar sus desventuras. Tirar de la cadena de la mente antes de comenzar un viaje irrecuperable hacia la escatología. Os tendremos en mejor estima, y cuando veamos a vuestro angelito no pensaremos: “Mira, el del estucado volador.” Si alguien se ha sentido incomodado por esta declaración de principios, extrapolarlo a todas las mamás del nuevo milenio que viven porque sus hijos excretan. Seguro que me entendéis.

lunes, 1 de octubre de 2012

El último pecado

Que me perdone Yosi Domínguez por plagiar el título de una de las mejores canciones de Los Suaves para mi mundana reflexión, pero nada me parecía más certero que dicho epitafio para exponer mis propósitos.
La iglesia católica se ha despachado a gusto y a conciencia durante siglos de supremacía cultural, política y espiritual. Sobre sus hombros se acumulan legados patrimoniales de gran valor, equivocaciones imperdonables, buenas obras, abusos desmedidos e ingentes cantidades de caspa. Muchos de sus deslices han sido y serán descubiertos y denunciados durante venideros siglos de liberación teocéntrica, pero la de hoy no será una repulsa de abusos sexuales, excesos de poder o quema de brujas. Hoy les quiero hablar de una de las más horribles prácticas de la iglesia moderna: las adaptaciones musicales.
No hay peor castigo para un niño que crecer engañado, pensando que su padre terrorista es un héroe o que la familia que le abandonó no tenía más remedio. Del mismo modo, nunca escuchen Santo, santo, santo es el Señor con la beatlélica música de Help! por vez primera, o creerán durante años que los de Liverpool copiaron a los maestros religiosos. Es muy duro descubrir que la versión era lo que parecía original. Del mismo modo, jamás se ha cometido mayor atrocidad sobre The sound of Silence de Paul Simon y Art Garfunkel que convertir la excelencia musical de sus acordes en el Padrenuestro tú que estás en lo que aman la verdad. ¡Qué cabrones! Por mucho que escuche esa melodía, siempre será una canción de misa. Me han hundido la vida y no tenían derecho. Putos colegios de curas.
Mi último varapalo músico-religioso –que supongo que habrá más, pero mi mente los ha olvidado deliberadamente–, se reveló a mi ignorancia hará unos años. No he vuelto a ser el mismo. Debo reconocer que Pescador de Hombres y Saber que vendrás eran piezas que me gustaban, incluso alegraban la tortura dominical, amén de preludiar el final de la eterna ceremonia religiosa. Descubrir que la última no era sino el Blowin’ in the wind de Bob Dylan resultó un golpe demasiado doloroso. Bueno está perder la fe en Dios, lo terrible es perder la fe en la música.
Por todo eso, les aconsejo. Si pueden evitarlo, no vayan a colegios de curas. Los niños son gilipollas o los vuelven. Mírenme a mí. Además, les inyectarán música por las orejas y cuando descubran la verdad ya será tarde. Cuando a uno le dicen que su hijo del alma no es suyo, sino un cambiazo de cuna, poco se puede hacer. Vayan ustedes ahora a decirle a Mowgli o a Tarzán que sus padres no son lobos ni monos, sino esos seres mucho más salvajes que fingen en la civilización.