martes, 16 de noviembre de 2010

El Pastor de Ovejas Ateas

No tengo muy claro si no recuerdo su nombre o no lo quiero mencionar, pero si tengo en mente cuando lo conocí: era un mes de abril de 2005, y el mundo católico o lo que quedaba de él se encontraba sumido en una incertidumbre papal de dimensiones apocalípticas. Cuánto sufrieron sólo Dios lo sabe. Yo bastante tenía con cumplir mis trámites en la Casa del Señor, esos que me habilitaban para el altar hasta que la muerte nos separase.
Era un cura diferente, moderno, fresco, reciclado. Tenía muy claro qué hacíamos allí y lo que habíamos venido a buscar. Eso no le importó para integrar religión y ética como nunca lo había presenciado antes. Nosotros éramos medio centenar y en clara superioridad numérica. Él no estaba solo; le acompañaban una teóloga desfasada y una sexóloga loca como las maracas de Machín. El cuadro que tenía el capellán era de los que no se olvidan, pero él se vestía de serenidad, que es lo que se ponen los elegidos cuando hacen de la calma un hábito, y tiraba pa’alante con responsabilidad y mesura. El evento se transformó de cursillo prematrimonial a debate “tengo una pregunta para usted” sobre la caduca postura eclesiástica acerca de cualquier asunto de lacerante irritabilidad.
Poco importó el 50 contra 1, o la hipocresía de los cursillistas cuestionando una religiosidad a la que iban a subyugarse por superficialidad y costumbre y no por profundas convicciones. El pastor sacó el sermón de los domingos y disipó tantas dudas como enterró suspicacias. Si el enojado inquisidor preguntaba por las relaciones prematrimoniales, el sacerdote aceptaba un contexto sexual de conocimiento previo como condición sine qua non podía garantizarse una unión cristiana compatible y prolífica. Cuando otro interlocutor reprochaba la obstinación del catolicismo frente a las parejas de hecho -algunas, de hecho, homosexuales-, el pescador de las sandalias defendía a su gremio como principio absoluto de tolerancia hacia toda forma de cohabitación del tipo que fuera, pero que dentro de su doctrina entendía el amor como vehículo de perpetuación y no otra cosa, fuera pescado, carne o piña en almíbar.
La defensa me pareció madura, moderna, conciliadora y terriblemente honesta. No sé si aquel ser podría salvar a la iglesia del tremendo desfase que la crucifica, pero sin duda creía en su vocación con mucha más fuerza que el resto de los presentes creíamos en el sacramento que irónicamente comprábamos de modo intensivo y tedioso.
No volví a aquel lugar donde tramitaban prematrimonialidad como si fueran pasaportes de urgencia, pero nunca olvidé al agente que los concedía. Llegué, incluso, a oír hablar de él y todo eran, como no podía ser de otra manera, buenas referencias. Supongo que seguirá predicando en el desierto, pero ahora, cinco años después, intuyo que más de uno se habrá marchado a vivir entre las dunas. ¿O será un espejismo de este ateísmo que nos calienta la cabeza?

6 comentarios:

  1. Somos puros mercaderes de la fe, ellos nos enseñaron a traficar con las cosas de Dios. Si Cristo levantase la cabeza, lloraría al ver la cotización de la fé: bajo mínimos. Es lo que han hecho.

    ResponderEliminar
  2. Hermosa forma de reflejar un punto de vista, me ha recordado situaciones personales :O

    Por cierto, las imagenes que añades en cada historia son MAGNIFICAS, muy bien seleccionadas ;)

    ResponderEliminar
  3. Dicen que la fe es un don, y desde luego quien tiene fe tiene que tenerla a prueba de bombas, porque desde luego la sociedad actual no ayuda mucho a "creer" y sin embargo da muchas ganas de "no creer".

    ResponderEliminar
  4. Es todo una cuestión de fe. Almenos, así lo veo yo

    ResponderEliminar
  5. Hermosa anécdota.

    Es muy difícil tener fe hoy en día por lo que ya has dicho (es lo que nos enseñan).
    Además mayoritáriamente la gente se decanta por un extremo u otro y no suelen dar mucho uso a su razón (en el sentido de hablar con alguien que no piensa de la misma manera).

    ResponderEliminar