domingo, 28 de noviembre de 2010

Devorados por la publicidad

Que Rafa Nadal tenga que vestir horterísimas camisetas fucsias de Nike forma parte de un jugoso contrato publicitario que posiblemente le reporte más beneficios que sus propios éxitos tenísticos. Que los protagonistas de las teleseries beban coca-cola y coman MacPollos, o que los actores americanos que salen en El Hormiguero sean sometidos a mil torturas bufonescas también obedece a estrategias de marketing. El dinero manda, y quién lo pone es la marca. Hasta aquí aceptamos barco.
Sin embargo, que carismáticos presentadores de noticieros rematen sus sesiones informativas con sesgados consejos comerciales o celebren las excelencias de productos saludables, seguros de vivienda o televisiones de plasma tras relatar la muerte de 27 mineros en acto de servicio parecen extremos a los que un programa de rigor no debería llegar, ni siquiera por el mercenario motivo de cuadrar cuentas. Resulta de lo más absurdo. Personalmente ya me parece mal que el periodista abandone sus funciones básicas de informar de manera aséptica e imparcial sobre lo que ocurre en el mundo, y se dedique a opinar con ligereza y bastante demagogia como si fuera un juez del tribunal supremo repartiendo equidad entre los seres inferiores. Ni es su función ni se la hemos pedido. Si queremos punto de vista iremos a los programas de opinión que los hay y muy buenos; y también muy malos. Resulta poco convincente escuchar al nota describiendo las inundaciones en la India y acto seguido vendernos cruceros por el Ganges. Y más cuando lo hace con tanta desgana que parece reírse de la marca o del espectador, o de los dos. En esta vida hay que ser serio. En los telediarios, más todavía. Por eso, que me vendan la semana de la trufa ibérica en Madrid o el nuevo disco de Alejandro Sanz no es noticia, al menos relevante, sino simple promoción pactada y remunerada. La otra por lo menos lleva un subtítulo en letra pequeña que reza “publicidad”, y a los cuatro segundos de no comprender qué le pasa al periodista reaccionas y comprendes que tiene que vender la moto –o el coche, el champú o el comemichelines.
La historia pinta hacia la esponsorización íntegra de los anunciantes, lo cual puede convertir unas simples noticias en una auténtica Teletienda Express. Imaginemos como podría ser:

“Mil personas se encadenan a las columnas del Congreso para protestar por la subida del euríbor. Si le interesa pagar menos por su hipoteca, déjese de manifestaciones y venga al Banco de Barbate, donde le ofrecemos el euríbor menos uno. Y Ana María Matute premio Cervantes 2010, aunque si quieren una novela conmovedora de verdad, léanse “Me lo hice con un negro”, de Ana Rosa Quintana. Más libros. Veinte muertos en la presentación del libro de Belén Esteban “La mate por no comerse el pollo”, tras una desafortunada avalancha de admiradoras. Si una de las víctimas era familiar suyo, o si ha perdido a alguien por otra causa, sea cual sea, tráigalos a La Mortaja Fiambres, un servicio para morirse de gusto. Política. Zapatero quiere congelar los sueldos de los diputados para asegurarse de que no los bajan más. Y hablando de zapateros, megaestantes guardazapatillas en Ideaka, la república independiente de tu casa. Que, por cierto, la República Popular de China sacrifica quince mil cerdos con diarrea. El lomo de cerdo de Troski, en cambio, está que te cagas, pero los marranos no. Deportes: Mourinho y Cristiano se guiñan un ojo. Pero tú no tengas más irritación ocular con las lentillas de lejía líquida “Vos qué verde”. El tiempo: Chuzos de punta y tormenta con pedrisco. No lo piense más, agricultor: asegure su cosecha con “Cosa Nostra Agrícola”. Si llueve le cortamos el cuello al caballo de Dios en plan extorsión. Y ahora unos consejos publicitarios y después le presentamos lo nuevo de “Lo Marsella”: colchones que huelen a jabón. Pero antes, lo último de Connotación: Devorados por la publicidad. ¿A qué se referirá este hombre?”

sábado, 20 de noviembre de 2010

Amiga depresión

El ser humano ha tenido históricamente muchas novias. Desde la tristeza a la soledad, el vicio, el arrepentimiento, el desenfreno, la libertad, la agresividad, la ambición o la pereza, el hombre ha alternado por todos los burdeles del sentimiento; legales e ilegales; encomiables y reprobables; divinos y humanos; clásicos y postmodernos.
La segunda mitad del siglo XX y las primeras gotas del XXI han destilado dos esencias de perfume embriagador y precio excesivo, aunque al alcance de todos: el estrés y la depresión. El primero siempre me ha puesto de los nervios y no pienso hablar mal de él hasta que mi corazón empuñe un buen marcapasos. En cualquier caso sus salidas son de infarto. Mi amiga depresión, en cambio, se ha trajinado a tantos que ya hemos perdido la cuenta.
Dice la Wikipedia que se trata de un trastorno del estado de ánimo. Para mí la depresión siempre ha sido una infinita tristeza sin motivo aparente. Durante un tiempo creí compartirla con muchos, pero mi pena tenía una causa concreta que una vez resuelta acabó con los síntomas. Sin embargo, hay mucha gente que la sufre y por muy diversos motivos. Los he conocido suicidas por falta de litio, excesivos por falta de amor, indolentes por falta de interés. Lo único claro es que es un tema muy chungo.
Hace años la depresión no existía. O, al menos, no estaba diagnosticada. Probablemente se la trajo el estrés como reverso de su chaqueta cuando fue invitado a entrar en nuestro estilo de vida. Tal vez el nacimiento de ambos es fruto de una mejora drástica en la calidad de nuestra existencia. Los niños de diez años que trabajaban dieciséis horas en la dickensiana Inglaterra postindustrial no tenían tiempo de deprimirse. Era mucho más importante morirse de pulmonía, infección o sobreesfuerzo. Y los temporeros de salida a puesta de sol tampoco están acompañados de tan deprimente compañera. Tal vez tampoco le guste a la depresión recoger mejillones en las frías aguas gallegas, por eso sus mejilloneras doblan el espinazo con humedad en los huesos y frío en el alma, pero sin tristeza inmerecida alguna.
Con todo esto no estoy descalificando a la depresión. Existe y arruina vidas tanto como el alcohol o los domingos de fútbol. Lo que pasa es que se ha desarrollado ante la desaparición de males mayores, como la sobreexplotación laboral o las guerras interminables. Es como si el homo sapiens necesitara unos problemas de serie y, una vez resueltos algunos, tuviera que inventarse otros.
Salir de una depre es muy jodido. Te empastillan hasta la tráquea y te recomiendan continuar tus rutinas. Muchas veces no funciona. Otras sólo vale para que se pase con la mejor de las medicinas: el tiempo que todo lo cura, hasta que te toque el gordo de Navidad a medias con tu mejor amigo y él se dé a la fuga con el boleto en tu BMW mientras conduce tu mujer y te dice “gilipollas, llevo seis años acostándome con él”.
No soy psiquiatra pero me gusta implicarme con mi ignorancia. Por eso recomiendo a todos los deprimidos del mundo que endurezcan sus condiciones de vida. Seguro que sus depresiones se desvanecen entre el sueño de las mañanas, el calor asfixiante del horno, la oscuridad envolvente de la mina o el frío helador de la obra. ¿No nos estaremos autocontemplando demasiado?

martes, 16 de noviembre de 2010

El Pastor de Ovejas Ateas

No tengo muy claro si no recuerdo su nombre o no lo quiero mencionar, pero si tengo en mente cuando lo conocí: era un mes de abril de 2005, y el mundo católico o lo que quedaba de él se encontraba sumido en una incertidumbre papal de dimensiones apocalípticas. Cuánto sufrieron sólo Dios lo sabe. Yo bastante tenía con cumplir mis trámites en la Casa del Señor, esos que me habilitaban para el altar hasta que la muerte nos separase.
Era un cura diferente, moderno, fresco, reciclado. Tenía muy claro qué hacíamos allí y lo que habíamos venido a buscar. Eso no le importó para integrar religión y ética como nunca lo había presenciado antes. Nosotros éramos medio centenar y en clara superioridad numérica. Él no estaba solo; le acompañaban una teóloga desfasada y una sexóloga loca como las maracas de Machín. El cuadro que tenía el capellán era de los que no se olvidan, pero él se vestía de serenidad, que es lo que se ponen los elegidos cuando hacen de la calma un hábito, y tiraba pa’alante con responsabilidad y mesura. El evento se transformó de cursillo prematrimonial a debate “tengo una pregunta para usted” sobre la caduca postura eclesiástica acerca de cualquier asunto de lacerante irritabilidad.
Poco importó el 50 contra 1, o la hipocresía de los cursillistas cuestionando una religiosidad a la que iban a subyugarse por superficialidad y costumbre y no por profundas convicciones. El pastor sacó el sermón de los domingos y disipó tantas dudas como enterró suspicacias. Si el enojado inquisidor preguntaba por las relaciones prematrimoniales, el sacerdote aceptaba un contexto sexual de conocimiento previo como condición sine qua non podía garantizarse una unión cristiana compatible y prolífica. Cuando otro interlocutor reprochaba la obstinación del catolicismo frente a las parejas de hecho -algunas, de hecho, homosexuales-, el pescador de las sandalias defendía a su gremio como principio absoluto de tolerancia hacia toda forma de cohabitación del tipo que fuera, pero que dentro de su doctrina entendía el amor como vehículo de perpetuación y no otra cosa, fuera pescado, carne o piña en almíbar.
La defensa me pareció madura, moderna, conciliadora y terriblemente honesta. No sé si aquel ser podría salvar a la iglesia del tremendo desfase que la crucifica, pero sin duda creía en su vocación con mucha más fuerza que el resto de los presentes creíamos en el sacramento que irónicamente comprábamos de modo intensivo y tedioso.
No volví a aquel lugar donde tramitaban prematrimonialidad como si fueran pasaportes de urgencia, pero nunca olvidé al agente que los concedía. Llegué, incluso, a oír hablar de él y todo eran, como no podía ser de otra manera, buenas referencias. Supongo que seguirá predicando en el desierto, pero ahora, cinco años después, intuyo que más de uno se habrá marchado a vivir entre las dunas. ¿O será un espejismo de este ateísmo que nos calienta la cabeza?

sábado, 13 de noviembre de 2010

Los tigretones caníbales (2/2)

El arte no puede ser copiado; al menos gratis.

“Estimado agente Más Largo que un Día sin Pan:

Parece que volvemos a encontrarnos.

Si está leyendo esto es que ha hallado a Olimpia Gómez, también conocida como “la loca de los gatos”. Imagino que a estas alturas ya no quedará de ella ni los rabos. Es una pena pues no tenía nada en contra de esta mujer, pero necesitaba volver a llamar su atención. Decidí visitar a su huesuda anfitriona y esposarla al sofá, no sin antes adobarla en lomo y untarla en grasa de ternero. Demasiado goloso para los mininos, especialmente cuando su dieta se ha estancado. Es irónico que la devoren por no poder traerles más pienso industrial y ollas de lentejas. “No muerdas la mano que te da de comer”, dicen.

Bien, lo único que quería recordarle es que no le olvido, y que seguiré activo para que pueda seguir teniendo una razón para investigar. Al fin y al cabo, doy sentido a su otrora aburrida existencia.

Por cierto, su nueva compañera es muy atractiva; tiene esa belleza ingenua que tanto nos gusta a los que son como nosotros. Cuídela bien, o se la quitaré… y yo me canso pronto de la inocencia.”


Largo sintió miles de escalofríos azotando su columna vertebral, aunque ninguno dolió tanto como la punzada en el corazón cuando leyó la referencia a Elfo. Sentía rabia de que el asesino se comparase con él, impotencia de sentirse superado, y preocupación por no poder proteger a Ojos. Una mano amiga rebajó la tensión de su hombro izquierdo, pero Día sin Pan prefirió reservarse las malas noticias.
Ambos repararon en que las esposas eran reglamentarias, de la policía local, y no una buena imitación. El asesino tenía alguna relación con Proteger y Servir: podía ser un agente, un familiar, o algún sustractor de equipamiento policial. ¿Era un error del antagonista o quería dar pistas de su identidad? Largo no podía dejar de pensar en aquello, aunque antes debía cerrar el caso Solans.
Doce días después, el último gran gato era capturado sin daño alguno, y llevado como sus hermanos a las alcantarillas de la ciudad, donde les esperaba un sabroso menú a base de ratas tan gordas que parecían superconejos. A los cuatro meses ya no quedaba felino alguno, y la población de ratas sufría una importante merma que dio tregua a los equipos de desratización profesional.

El timbre de grulla en vuelo indicó a Patricio que llamaban a la puerta. La mirilla descubrió a un pintoresco y altísimo policía cuyo pantalón le quedaba como un saco, y el apretado cinturón únicamente exageraba el efecto.

- ¡Agente Pan Rallado! ¿Qué le trae por aquí? –Patricio no entendía la nueva visita.
- Tengo una citación para usted.
- ¿Qué me está contando?
- El Juez ha decidido multarle por aceptar sobornos a cambio de información en lugar de colaborar voluntariamente con la justicia -Largo intentaba refrenar su satisfacción.
- Pero, ¿qué está diciendo? ¿Van a hacerme ficha delictiva?
- No. El Juez Mola Mazo ha considerado circunstancias atenuantes pues su testimonio ayudó a resolver un caso crucial y le conmina a dos día de servicios a la comunidad y el pago de una multa de escasa cuantía. Si no acepta se tramitará la denuncia e iremos a juicio.
- Deje, deje, Pan sin Sal. No quiero manchar mi inmaculado expediente de la $GA€. ¿A cuánto asciende la multa?
- 90 euros si paga antes de treinta días.
- Aquí tiene. Ahora lárguese. Me estoy perdiendo “Lechuzos de punta”.
- Adiós. Por cierto, puede conservar los DVDs. Considérelos un regalo personal.
- Me gusta su estilo, oficial. No dude de que volveremos a vernos -concluyó Patricio.
- Lo sé –sentenció el larguirucho.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Los tigretones caníbales (1/2)

El arte no puede ser copiado; al menos gratis.

Pasaban rápidos los días y muy lentas las continuas broncas de Gordo pero que Manda Más que el Rey y de Sota de Espadas. Las sanciones de los jefes tampoco les afectaban mucho, pues consistían en chuparse las guardias nocturnas que ellos ya hacían voluntariamente en sus madrugadas detectivescas. Por fin Largo tuvo la clave: nadie quería hablar, pero cierto agente de la propiedad cultural lo había visto todo. Era el momento de jugar fuerte.
El albornoz y la leche de soja ya susurraban a Patricio Márquez que lo abrazara y la bebiera respectivamente, pero un timbrazo impertinente detuvo el ritual destinado a acompañar al documental “Lobos vegetarianos”. Aquel policía larguirucho recortó la luz de la puerta y deshizo toda esperanza de contemplar lupinos mascando hierba. Patricio aguantó el chaparrón de preguntas sin soltar prenda, hasta que Día sin Pan sacó su as de la manga: diez DVDs de National Geographic Etiqueta Negra sobre la fauna del Manzanares y los gusanos del parque Guell.
El señor Márquez explicó que los gatitos de la calle Solans eran milenariamente alimentados por una viejecita del número 5. Habían crecido hasta alcanzar dimensiones tigrescas pero la mujer seguía echándoles kilos y kilos de comida: restos del cocido, productos desechados por el supermercado, galletas de la Cruz Roja, partidas de Cáritas, hasta inmensas cantidades de rancho gratis del Jueves Lardero. Sin embargo, el suministro diario se había cortado drásticamente hacía tres semanas, y los gatunos empezaron a zamparse a los transeúntes para esquivar la terrible inanición, lo que les llevó a descubrir nuevos y exquisitos manjares como el codillo de niño o el jarrete de Maruja.
Largo regaló a Patricio la colección de DVDs y marchó hacia la calle Solans, no sin antes llamar a Elfo para que trajera una buena vaca a trozos para entretener a las mascotas.
Almendrados apareció con una tocinera y toda la artillería: Gorra Torcida, Bollitos Martínez, Geriatriz, Carapan Consésamo y ¿Qué Coño Miras?. Iban equipados con el uniforme antidisturbios y una carretilla de trozos de vacuno. Empezaron a repartir filetes y trozacos a toda uña retráctil hasta que Elfo y Largo consiguieron forzar la puerta del número cinco. En su interior encontraron los huesos indiscutibles de un ser humano, uno de los cuales aprisionaba unas esposas a la pata del sofá. Por si las evidencias no fueran suficientes, Largo encontró sobre la tele un sobre cerrado A SU NOMBRE. Su contenido era bastante inquietante.

martes, 2 de noviembre de 2010

Jorge Javier Vázquez y La Libertad

Así. Con dos cojones y unas mayúsculas más gordas que los clavos que le salen del brazo a este salvador de lujo. Hace falta tener huevos para meter la tripa, aglutinar las cámaras frente al ego y decir semejante sarta de gilipolleces de las que hacen subir el pan y sentar cátedra a un tiempo. Ya sólo faltaría que sonara un trueno de fondo al acabar el speech, pero con los tornillos quedaría demasiado maryshelleyano.
Dice el Premio Ondas que en su programa luchan por la libertad, la libre expresión y el alaskiano “a quién le importa lo que yo haga”. Y es por eso que nuestro querido J.J.V. se pone serio, silencia dictatorialmente a su panda de frikis y sentencia con clarividencia celestial. El tema en cuestión podría ser lo de menos, pero en este caso no lo era. Hablaban de Gran Hermano y de la “soltura” de una de sus conejas –lo de conejas lo pueden interpretar como adicta al coito o como cobaya televisiva, ninguna acepción estaría del todo mal-, lo cual le reportaba a la moza una “injusta y perniciosa” fama de puta pa’ arriba. El plató de la universidad de la vida parecía salomónicamente dividido entre los que consideraban que la chavala puede abrirse las piernas ante quién quiera y los que aceptaban semejante postura pero asumiendo una crítica mediática.
Jorge Javier abogaba con gran vehemencia por el “hago lo que quiero y al que no le guste que se vaya a la cadena triste, pero a mí que nadie me critique”. Todo esto lo rebozaba de su dramatismo metafísico y su gravedad ante la obligación moral de repartir justicia divina entre los infraseres que pueblan la tierra.
Gran Hermano es un programa friki para relleno de “Sálvame soy un puto friki convencido de que voy a arreglar el mundo” y sólo lo ven los frikis sin seso y los farragosos con ganas de barro, categoría en la que circunstancialmente me incluyo para justificar mis diez minutos de visionado de semejante porquería. Lo que les pasa a los ni-nis que entran, a la madre que los parió que hacen falta ganicas para ir a la tele, a los que hablan de ellos y a los justicieros de las ondas se lo tienen bien merecido. Lo que no puedes pretender es entrar al Show de Cutruman y que la audiencia te respete, hagas lo que hagas y folles a lo que te folles, por mucho que Jorge Javier te defienda con su omnipresente e incontestable verdad argumentando que hay que respetar a todos.
Si yo me visto de Mazinger Z y me voy a tomar unas cervezas pueden pasar dos cosas: Que sea Halloween, Carnaval, o la Semana del Manga por Hombro y entonces mi atuendo despierte frikante admiración, o que no sean tales fechas tan entrañables y la peña se deshueve de mí, me partan el casco con un sable láser o me fulminen con los meteoros de Pegaso. La vida nos condiciona, la sociedad nos marca, y queramos o no, no podemos salir del camino sin pagar un precio. Que se lo digan a María de los Dolores Peinador, “La Dolores”, que adquirió en Calatayud fama de prostiputísima cuando no era –parece ser- sino una mujer moderna e independiente de extraordinaria belleza. Si la chavala de GH quiere tirarse hasta el apuntador, que lo haga, pero que no nos exijan que nos parezca bien porque a otros por mucho menos y sin repercusión mediática ya se les crucifica y etiqueta. La libertad de obrar la tenemos, pero la tiranía de que los demás no juzguen nuestros actos nunca ha existido ni existirá, aunque el clavos y la princesa del vulgo griten como nunca y arranquen aplausos como siempre. Es lo que tiene esta civilización tan bonita que hemos pergeñado con mimo y saña durante varios siglos. Al menos a la argentina de GH no la quemarán en la hoguera –gracias a J.J.V.