viernes, 28 de mayo de 2010

¡Muuuuuuuuuuuuuuuu!

El arte no puede ser copiado; al menos gratis.

Faltaban cuarenta y cinco minutos para que enviudaran las vacas, y el agente más metódico y cuadriculado de la $GA€ decidió cumplir con la ley antes que con la fiesta nacional. Apareció en la Monumental con fotos de toros en las manos y cabras montesas saltando como locas en la mente. National Geographic apuntaba en el especial de esa noche que la presunta locura de los cábridos no era sino la abusiva ingesta de una determinada hierba, de efectos similares a la marihuana. Patricio estaba que no meaba por ver el episodio de ese día. Tan solo esperaba que la vida no le diera más cornás aquel jueves de verano.

- Buenos días. ¿Es usted Pringado?
- ¡Muuuuuuuuuuuuuuuu!
- Ya lo sabía: Tengo su foto y su identificación coincide. Queda detenido.
- ¡Muuuuuuuuuuuuuuuu!
- Bueno, tiene usted razón. No tengo autoridad para arrestarle. Pero dese por multado aquí y ahora, cornudo plagiador.
- ¡Muuuuuuuuuuuuuuuu!
- No me venga con excusas. Usted ha copiado a Avispado, que salió en las revistas.
- ¡Muuuuuuuuuuuuuuuu!
- Según leo en “Basuras”, usted empitonó hace tres semanas a Pijín de la Coste en la femoral y luego se dio a la fuga por las gradas en lugar de caer con dignidad en el ruedo. Tuvo suerte de que lo guardasen para hoy; nunca se hace.
- ¡Muuuuuuuuuuuuuuuu!
- Avispado en Pozoblanco, Francisco Rivera, Paquirri, 1984. Lo último no lo he cogido. Es que habla usted muy nasal, señor mío.
- ¡Muuuuuuuuuuuuuuuu!
- Lo que está claro es que esa cogida ya estaba inventada, y mi organización trabaja para garantizar los derechos de todos los autores, sin discriminación de raza, sexo, religión o especie. Ha vulnerado usted los derechos de autor de otro más avispado que usted que cuenta con nuestra detectivesca ayuda, aunque esté muerto.
- ¡Muuuuuuuuuuuuuuuu!
- ¿Cómo que para qué vale? Pues para que su vaca y sus terneros vivan de puta madre a costa de aquella magnífica enganchada. ¡Qué escorzo, qué patetismo, qué saña! Avispado es casi mi héroe.
- ¡Muuuuuuuuuuuuuuuu!
- Discúlpeme, es que me he venido arriba.
- ¡Muuuuuuuuuuuuuuuu!
- 554 €.
-i¡Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!
- ¿Y qué quiere? ¿No ve que todo dios está viviendo de aquella tarde?
- ¡Muuuuuuuuuuuuuuuu!

Patricio Márquez volvió a casa sin resolver el cobro. El infractor estaba entre la espada y la pared y ganó la espada, como siempre. Para rematar el día estúpido, las cabras montesas no estaban locas por culpa de la hierba, era que la primavera jugueteaba con su celo y las alborotaba hasta rebajarlas a la hormonosidad de los chiquillos de trece años.

viernes, 21 de mayo de 2010

Camarero, esta venganza está helada

Qué pesada estaba Sota De Espadas aquella mañana. No paraba de toser y toser. Para presentarle su nuevo compañero a Más Largo Que Un Día Sin Pan empleó catorce minutos; tiempo que empleó el avezado agente en escudriñar al colega de turno. Machote era un Rambo asilvestrado y hormonado. Sus ojos refulgían con puñales llameantes y el gesto aterrorizaría al mismísimo diablo. La camisa casi se le salía del pecho y en lugar de marcar paquete lo que se adivinaba en sus prietos pantalones eran un 45, una 33 y una semiautomática. Fumaba a lo Clint Eastwood y escupía con más estilo. Cuando hacía preguntas retóricas todos se cagaban patas abajo: “¿Me estás hablando a mí? Soy el único aquí.” Hablaba poco y pensaba todavía menos. Largo se preguntaba en qué ocupaba los eternos silencios que fabricaban en la ronda. A los tres días Machote ya le había partido el brazo a un skater acelerado y amoratado el cuello de una anciana que se negaba a recoger los desechos de Milú. Un poquito Tackleberry sí era el pobre, pero más limitado. Ni siquiera un sarpullido que le envolvía el pescuezo consiguió tumbar al superpoli; no había mal que lo arrugase.

Mientras, medio cuerpo estaba de baja. A Bollitos Martínez le había dado un yuyu; Sota seguía tosiendo como una descosida;
Carapan Consésamo iba flojo de tripas; su antiguo compañero Gorra Torcida estaba medicado hasta las cejas; hasta Gordo Pero Que Manda Más Que El Rey vomitaba entre café y café. Demasiada tontería a la vez. Algo pasaba dentro de proteger y servir.
El larguirucho tenía la mente runruneando sobre las sospechosas coincidencias, pero no les hizo caso hasta que vio en bolas a Machote en la ducha. Madre, qué cosa. La espalda, quería decir Largo. Y el culo, las piernas como armarios, los brazos envenaos y el pecho depilado: Todo Machote era un sarpullido rojo tirando a morado. Él decía que eso no era nada, que en Vietnam era peor y los americanos aguantaron. Aquello fue el colmo. Día Sin Pan sacó la sesera de los domingos y se puso a pensar en serio.
Con la excusa de pedir pantalones reglamentarios de la 44 de mayor largura volvió a hablar con Sota De Espadas. Volvió con tres datos: Los pezones le quedaban estupendos en la camisa de inspectzorra jefe, tosía por culpa de una alergia a los nardos ecuatorianos, y los idiotas de personal eran incapaces de hacer ropa de su talla. Después habló con Bollitos. Resultaba que al pavo lo había plantado Joviola en mitad de la Puerta del Sol y le dio un ataque de ansiedad. Gorra Torcida tomaba bromuro y ansiolíticos para mitigar una inminente hipersexualidad. El pobre tenía un dolor de huevos del quince. Machote era alérgico a algo, pero no sabía a qué. Carapan decía que había tomado algo en mal estado; entonces debía estar desayunando lo mismo cada mañana. Una última visita al despacho de Gordo Pero Que Manda Más Que El Rey aclaró sus pesquisas. Sin embargo, Día Sin Pan no habló con el superjefe. Se limitó a examinar el lugar aprovechando unas arcadas mañaneras.
Largo metió horas en Jefatura durante tres apasionantes noches. Ya que iba a cobrar un 5% menos sería mejor que hiciera un 5% menos de horas extras no remuneradas. El expediente de Joviola confirmó sus sospechas. A primera hora se presentó ante Sota De Espadas y consiguió cambiar su humor de perros sin comer por malhumor a secas. Todo un milagro para ser la jefa.
Jovellana Violácea Flores era la médico de la comisaría. Había sido trasladada desde la Central, y era la culpable de todo. Joviola era tan fea como su nombre; puede que más. Eso no le impidió pedirle salir a medio cuerpo de policía. Hasta se insinuó a la inspectora. Dado su impecable atractivo fue pospuesta o rechazada sistemáticamente. Joviola no era de las que aceptaban un “no” con deportividad. Doctorada en Alergiología y Fobias, no le costó mucho encontrar el talón de Aquiles de sus amantes fallidos.
Así empezó a lo grande con el superintendente Gordo Pero Que Manda Más Que El Rey. Una noche grasienta sí sacó, pero la tripa del jefe no volvió a desparramarse por sus caderas. Jovellana indagó y resolvió que no soportaba los champiñones. Luego vertió concentrado de hongos en sus botellas isotónicas. Gordo tragó suero pero vomitó derrota. Gorra Torcida no tenía resquicios, pero las siete viagras machacadas en su bocadillo del lunes le subieron el mástil sin remisión. En cuanto a Sota De Espadas, nunca pasó por su cabeza liarse con una mujer y que además no constituía ningún ascenso. Unos buenos nardos ecuatorianos de un admirador anónimo le hicieron doblar el espinazo convulsivamente.
Carapan Consésamo tenía alergia al alcohol y se echaba colonia sin, pero Joviola lo descubrió y le cambió las cervezas 0,0 por unas bien graduadas con la etiqueta cambiada. Tampoco cayó Machote, pero su alergia al melocotón le costó cara: Jovellana le frotó toda la ropa de la taquilla con la pelusa del fruto prohibido. Finalmente, Bollitos Martínez no sabía de su agorafobia, pero la alergióloga sí: no le costó nada solicitarlo para una misión y pedirle salir en medio de la Gran Vía. Cuando él dijo no ella lo plantó en medio de todo y le dio un yuyu de no te menees ante tanta inmensidad.
Sota de Espadas solicitó la inhabilitación de Joviola, pero nunca llegó. La doctora acabó saliendo con un famoso diputado y lo más que hizo fue marcharse a otra comisaría. Sus últimas dos semanas, sin embargo, fueron duras porque Largo descubrió que la voz de Alejandro Sanz le producía mareos. Durante 16 días la radio de Jefatura se cambió por la discografía completa del madrileño. Joviola sufrió tres ataques de ansiedad, seis desvanecimientos, llegó incluso a morderse el labio hasta sangrar. Nadie pareció sufrir por aquello, menos un policía larguirucho con los pantalones por los tobillos. El mismo día que la doctora se marchó, Machote se llevó su sarpullido a las selvas de Colombia en misión internacional. Al pavo le iba la marcha y a Largo se le iba su enésimo compañero.

jueves, 13 de mayo de 2010

¿Te estás haciendo mayor?

Si te ha pasado algo de esto la respuesta no es ni ni no, sino ¡joder!

1. Ya no hay pósters en las paredes.
2. Cambias el deportivo por el monovolumen.
3. Antes casi todos los futbolistas eran más mayores que tú; ahora son todos más jóvenes, menos César Sánchez (este no cuenta).
4. La criaja del Carrefour o Mercadona te trata de usted y la muy friki te llama “Señor”.
5. No te asusta ir a la playa o a la masajista y que “la sangre te traicione”.
6. Las ojeras de dormir poco ya no se pasan después de la siesta (mala señal).
7. Ya no te preguntan “¿Tienes novia?” sino “¿Tienes hijos?”
8. Te compras los DVD’s de Comando G o Mazinger Z argumentando que aquello sí que eran dibujos y no el Ben Esponja o el Bob 10.
9. Te empieza a gustar la música clásica: Rachmaninov, Schubert y Mozart.
10. Dejas de llevar deportivas y sólo calzas zapatos; deportivos, pero zapatos.
11. Ves a los chavales haciendo botellón y te parece mal, horrible o una verguenza.
12. Ya no te gustan las camisetas de grupos heavies ni las que regalan con el whisky. O peor, te las sigues poniendo y la gente te mira como si acabaras de comprarte un Mazinkaiser de metro y medio, señal inequívoca de que ya no te quedan bien.
13. Cenas más pronto.
14. El cromatismo de tu ropa disminuye drásticamente: negro, gris, azul y blanco.
15. De repente te das cuenta de que llevas diez años trabajando y que tus padres se han jubilado hace rato.
16. Dejas de fumar porque es malo, o al menos te lo planteas.
17. Las tías en las que te fijas ya no cumplen los treinta, y si te fijas en alguna de veinticinco te entran dudas sobre su mayoría de edad y prefieres no meterte en líos.
18. Las gafas de sol son graduadas.
19. Ya no te preguntan “¿Tienes hijos?” sino “¿Cuántos años tienen tus hijos?”
20. Los agujeros del cinturón se van desplazando hacia fuera. Esto no es que estés mayor, es que estás gordo.
21. Te interesa la política, especialmente las prestaciones por desempleo y sobre todo las pensiones.
22. Cada vez te enroscas el pantalón más arriba.
23. Dejas los huevos fritos porque producen colesterol malo, o al menos te los jalas a escondidas.
24. La cajera del Carrefour ya no te dice “Señor” sino “Abuelo”, y eso que ella se ha puesto hecha una foca.
25. Te pitan cuando conduces por ciudad o unos putos neng te adelantan follaos por la derecha soltando improperios sobre la hipervelocidad del Halcón Milenario.
26. Pasas ratos paseando o mirando las obras de edificios.
27. De repente te das cuenta de que tus hijos llevan diez años trabajando y que tú te has jubilado hace rato.
28. Ya no te preguntan “¿Cuántos años tienen tus hijos?” sino “¿Qué tiempo tiene el nieto?”
29. Vas al baño cada quince minutos, o en su defecto al árbol discreto más cercano.
30. No recuerdas dónde vives.
31. “¿Quién es ese señor de barba blanca que se pasea en camisón por las nubes y por qué lleva un manojo de llaves gordas en la mano? ¿Y el triángulo ese con un ojo dentro a qué viene? Manolito, no le gastes bromas al yayo que ya no ve muy bien.”
32. “¿Quién es ese niñato disfrazado de demonio y por qué me empuja al caldero hirviente? ¡Qué calor hace en este antro. Manolito, no le gastes bromas al yayo que ya no ve muy bien.”

domingo, 9 de mayo de 2010

No quiere a su mujer

Soy un hedonista de la psique bajo los efectos de las sustancias y sus revelaciones oníricas y alucinatorias. Vivo en un mundo que trasciende las convenciones de éste.

Hace años conocí a un cabronazo. Llevaba veinte años casado y afirmaba adorar a su hermosa mujer. Presumía de ponerle los cuernos cada martes y muchos jueves, claro, si no echaban partido de Europa League. La mujer estaba bien contenta: “Se acuesta con chicas jóvenes, maduritas, solteras, casadas, extranjeras, nativas. En fin, un encanto.” Sí, sí. Eso pensaba la pobre. Ya sabemos que un hombre que es infiel con otras mujeres demuestra cuánto quiere a su esposa o novia empujando en diferentes pelvis, y que, cuanto más se relaciona con otras féminas significa que más ama a su chica. Un buen día la desgraciadita le pilló la caja de preservativos sin abrir. Ella se extrañó mucho. “¿No lo estará haciendo a pelo el muy bruto?” Tanto se rayó que acabó por contratar a un avezado detective privado. Esperaba respuestas de látex y recibió certezas de engaño. Su marido no le era infiel. Será cabrón. Los martes se iba a los bolos con otra panda de malvados vividores, y los jueves el muy bastardo estaba en un antro jugando al guiñote. Despechada ella, ha pedido el divorcio. ¡Desde luego, mira que no acostarse con otras el muy insensible!

lunes, 3 de mayo de 2010

La calavera es puntual

O tal vez se equivoque de día, mes o año, pero siempre a su favor. La muerte nos invade, nos pasa al lado y se toma unas cervezas con aquellos con los que otrora hablábamos. Después de la juerga siempre vuelve sola.
En los últimos años he asistido a la temprana desaparición de varios amigos y compañeros de trabajo o estudio con edades tan irreverentes como 32, 45, 36 y 55 años. Dos cánceres de páncreas y dos derrames han zanjado el asunto sin reclamación posible. Así no se le puede regatear a Hades.
Cuando se marcha la parca con la guadaña goteante uno se debate entre los dientes prietos de rabia y la sensación de que los años que hemos vivido se gastan como una vela cuya longitud desconocemos. Entonces el hombre, fallido y tocado, se apresura a ponerse en paz con sus dioses por si volviera prematuramente el segador y se lanza al mundo como hippie en campo de margaritas, gritando “paz y amor” y queriendo a todos el doble, sabedor quizá de que esto se acaba y no te enteras. No se puede ser feliz mañana; hay que serlo hoy y a ser posible que nos quitaran lo bailado ayer. Tal vez sea lo único que la juventud puede enseñar de verdad a las canas: vivir el presente como si fuera el último día, porque tal vez lo sea. Aunque claro, tampoco es cuestión de vivirlo de manera que efectivamente acabemos con nuestro organismo esa misma madrugada.
Una de las cosas que más preocupa al mortal de la desaparición es el dolor; también el olvido, el sueño eterno y la tremenda incertidumbre. ¿Cómo será dejar de ser cuando sólo tenemos recuerdos de haber sido? ¿De veras veremos a nuestros queridos a través de un agujerito desde nuestros cúmulo-nimbos tirarse pedos en la ducha o disfrazarse de cuero en su estricta intimidad? ¿Se nos caerán los mitos al ver a nuestro sobrino angelical robar dinero a su madre o a la vecina vendiendo droga a los niños? A pesar de nuestra mezquindad a veces nos parece que las cosas malas que hacemos no las hace nadie más. Tal vez esa revelación celestial sea suficiente motivo para no querer morirse.
Pero, superando el concepto de que el fallecer nos traerá visión mundial omnipresente, ¿qué nos da tanto miedo de dejar de existir? Para muchos, yo me incluyo, es el dolor. Si por mi fuera una inyección y a tomar por culo. A veces clasifico las peores muertes en los ránkines morbosos de mi sesera, y aunque cambio el orden algunos siempre golean: morir abrasado debe quemar mucho, y doler infinitamente en comparación a la caricia de la plancha, el aceite bravucón de las patatas o el puto cigarrillo del fumeras de al lado. Pero dejar de respirar por no poder tomar aire también lo adivino tediosamente angustioso: ya sea en agua o en vacío la muerte por asfixia se lleva la palma. Las amputaciones me parecen impresionantes, que no buenas. ¿Y la tortura? Es difícil ponderar tanta brutalidad. Mejor inclinemos la balanza al peso más amable. Si me dejaran escoger cómo morir, además de la jeringa sombría escogería unas buenas venas rasgadas o un fallo cardiaco a mitad de sueño, que dicen que ni te enteras.
Luego está lo precipitado de la despedida. Casi nadie tiene tiempo de decir “me muero, te quiero mucho, sé feliz; el dinero está dentro del pisapapeles de mármol.” El final pocas veces aparece como en las películas, tras unas epitáficas palabras en el lecho almohadillado y rodeado de tus hijos, esposa o mejor amigo. Casi siempre ataca por la espalda cuando sales a por tabaco o acabas de discutir con tu hermano del alma, incluso recién has grabado un disco, publicado un libro o ganado un Nobel. La muerte viene cuando has hecho el ruido necesario para llamar su atención y ella sopesa tus méritos como suficientes para convertirte en pena, mito, promesa o santo.
Yo pienso que la muerte debería ser algo pactado y acordado con mucha antelación. Incluso sería interesante que uno pudiera elegir cómo y cuándo morirse. ¿Por qué agonizar enchufado a un tubo de oxígeno durante interminables lunas o esperar el fin dentro de tu cuerpo chamuscado al 70 % en lugar de ordenar “dale al stop que me bajo de la vida. Adiós, papá y mamá, sacad a Toby a pasear y decidle a Sandra que su peinado de capas le quedaba horroroso”? No tiene sentido morir cuando se está malviviendo, cuando ya no se quiere seguir o uno no puede despedirse con tiempo y honores. La transición debería cuando menos parecerse a ese barco caróntico que Frodo Bolsón tomaba en el crepúsculo de su existencia manteniendo un mínimo de dignidad y cuatro palabras de despedida con sus hobbíticos camaradas, un “hasta aquí he llegado, adiós y pensad en mí” y no un final abrupto como tomate escachado por rueda de todo terreno. La muerte llega cuando llega, somos nosotros los que no queremos citarnos con ella unos días (o años) antes de provocar en nuestros amados contradictorios y culpables sentimientos cruzados entre la pena y la liberación física y emocional de cargar con nuestro peso agonizante. Tal vez deberíamos tener más respeto por el oscuro segador y menos miedo a su segura asistencia. Así evitaríamos su acecho traidor y adornaríamos su sola presencia de solemnes rituales mucho menos dolorosos que los fúnebres adioses a destiempo. Tal vez así me hubiera podido despedir de casi todos mis compañeros.