martes, 30 de marzo de 2010

Tauromaquis

Imaginen que vinieran los selenitas y luego de arrasar nuestras orgullosas ciudades y nuestros babélicos rascacielos usaran nuestras defenestradas fisonomías como paradigma de arte y cultura. Imaginen que nos exhibieran en pelotas en polideportivos mientras ellos, menos corpulentos, equilibraban la balanza confrontacional con un tridente puntiagudo y un aparato de calambres, por ejemplo. Supongan que después de electrocutarnos durante sempiternos minutos nos clavaran el tridente en la garganta ante el fragor jaleante de la chusma hambrienta de leucocitos terrestres. Visualicen a continuación al regatea-humanos como héroe absoluto de todos los alienígenas mientras el hombre chamuscado y ensartado por el salvaje tenedor no pudiera hacer otra cosa que agradecer el fin de su agonía para evitar que le cortasen las orejas y el rabo estando todavía con vida. Remonten sus recuerdos colaterales hasta llegar al corral donde encabronaron al hombre fostiándolo con primor hasta trastornar su juicio y volver su mirada apacible en rabia incontrolable. Piensen en sus falsas expectativas cuando los malvados selenitas le dejaran tirarse a toda mujer de buen ver sólo para seguir criando hombres que dieran bien en el ruedo. Y todo ello adornado con las nobles intenciones de lucha justa, tradición milenaria y manifestación cultural de arraigo.
El toreo es una salvajada. Mueve dinero, masas e incultura. ¿Qué bien produce a la humanidad que un subnormal vestido de “Supermontera” marcando paquete acribille a espadazos a un cuadrúpedo inocente y feliz? ¿Qué nos aporta miles de burros aplaudiendo la barbarie como si fuera algo sublime cuando destapa toda la vergüenza humana? ¿Quién cojones tiene la autoridad moral para determinar que semejante tropelía, desviada y sádica, es arte? ¿Cómo puede haber tanto demente que pague por esto?
Evidentemente todo es relativo y hay cosas parecidas o peores. Ensartar a los enemigos de la lengua hasta que se ahogan o desangran es un poquito más enfermizo, y desde luego hay muchos cuadros mal colgados en la pared de la humanidad, pero que se degollen tocinos o secuestren huevos de pollo sin contar con mamá gallina no exime lo otro. Muchas cosas están mal, pero eso no quiere decir que practicar toreo esté bien. Todo lo contrario, en una sociedad presuntamente civilizada que ya no incrusta los sesos de los criminales bajo el frío hierro del garrote vil ni arranca las uñas para hacer confesar a los sospechosos, parece imposible que “Potito de la Minga” y “Friki de la Chicuelina” sigan masacrando y recibiendo aplausos y dinero por ello. Los héroes deberían ser otros y hacer cosas de otra naturaleza. ¿Tal vez pegarse tres meses en una casa televisada, dar puntapiés a un balón o divorciarse del actor que tuvo un affair con la ex del sobrino de la peluquera de una tonadillera?

jueves, 25 de marzo de 2010

El club de la mentira (4º sesión y última)

MERCHE: - Hoy somos uno menos.
WENCES: - No jodas. ¿Otra vez?
CUSTO: - Míralo tú mismo. Además de Fran hemos perdido a Matthews.
DANI: - Calma. Igual se ha retrasado.
BALTA: - Eso, yo quiero que venga y que escuche mi historia.
MERCHE: - Pues me temo que no vendrá. Me ha llegado esta carta suya al trabajo.
BALTA: - ¿Y qué dice, qué dice?
MERCHE: - Pues muchas cosas. ¿La leo?
WENCES: - No. Mejor al final. No quiero que su contenido influya en los testimonios de hoy. ¿Os parece?
CUSTO: - Bueno, yo prefería la carta primero, pero si tú lo dices.
WENCES: - Sí, yo lo digo. Fran, ¿nos cuentas algo de ti?
BALTA: - Claro. Soy un falso pederasta.
DANI: - ¿Que te acuestas con presuntos niños pero que son mayores de edad?
BALTA: - En realidad no me acuesto. Voy a Colombia, India, Brasil y Camboya a hacer turismo sexual con mis amigotes. Pero no tengo relaciones con nadie, ni menores ni adultos.
MERCHE: - Entonces… ¿finges que haces turismo sexual y no haces nada?
CUSTO: - ¿Y no sería mejor que no fueras directamente?
BALTA: - Es que aprovecho el viaje para ayudarles. Les compro ropas, medicamentos y les doy dinero a cambio de nada. La gente cree que lo hago a cambio de cohabitar pero no es así. Es mi tapadera.
DANI: - “Cohabitar”. Qué bien suena.
WENCES: - No te lo crees ni tú, Baltasar, rey mago.
BALTA: - ¿Cómo dices, Wenceslao?
WENCES: - Nadie finge ser pederasta si no lo es. O realmente eres un pedófilo o no has hecho turismo sexual en tu vida. De un modo u otro nos estás mintiendo. Nosotros podremos jugar a que somos psicólogos, pobres, heteros o profesores, pero nunca se miente para ir a peor, y muchos menos para algo tan bajo como abusar de menores, Richi.
BALTA: - ¿Cómo has dicho?
WENCES: - Richi. Eres Richi, el novio de Fran. Baltasar es tu verdadera mentira.
BALTA: - Así es, Wenceslao. Me has descubierto.
MERCHE: - ¿Eres el exnovio gay de Fran? ¡Ay, Dios mío!
BALTA: (SACANDO UN 38 DE LA CHAQUETA) – Sí, lo soy, hijosdeputa, sarnosos, enfermos. Putos sectarios del infierno.
CUSTO: - ¿Pero qué haces, Balta, no ves que eso es peligroso?
BALTA: - Calla, puto ricacho acojonado. No tienes cojones para explotar al obrero y luego salir a la calle. Cobarde, fariseo.
WENCES: - Aquí todos somos fariseos, Richi, y tú el primero.
BALTA: (DISPARANDO CINCO TIROS SOBRE EL PECHO DE WENCES) – Toma, hijoputa tuercementes. Tú tienes la culpa de todo, escoria, deshecho fallido, psiquiatra de pacotilla. Trabajas en un gabinete psicológico y nunca acabaste la carrera, bastardo inmundo. Tu trabajo entero, tus terapias de mierda, tus consejos a gente hundida son todos falsos. Y por eso montaste esto, para reunirte con otros perdedores como tú para aliviar tu fingida existencia, tu vida de cartón-piedra, tus negligencias e incapacidades. Wenceslao Mora San Martín, no eres un psiquiatra. No eres nada. Sólo seis agujeros humeantes y la única verdad son los borbotones de sangre que salen por ellos asqueados de llenar tus venas de inmundicia. ¡Rediós que bien me ha sentado matarte!
DANI: - Por favor, por favor, déjanos. No hemos hecho nada.
BALTA: (RECARGANDO LA PISTOLA) – Vaya, vaya. Toda la culpa es pues de Merche, ¿no, Dani? ¡Puto vegetariano cárnico, que vas de lechuguino y en el fondo te va el filete más que el botox a las marujas ricachonas!
DANI: - No me hagas nada, por favor. Fue Wences, Wences lo hizo todo. Él creó toda esta farsa. Los demás estábamos desesperados.
BALTA: - ¿Desesperados, hijosdeputa? Desesperado yo cuando Fran empezó a rechazarme, cuando comenzó a evitar mis labios, cuando no más hacía el amor conmigo, por vuestra puta culpa, cabrones de mierda, manipuladores, jodefamilias.
CUSTO: - Fue él quién decidió que ya no le gustaba el armario del que había salido. Le ayudamos a ser libre. Él ya no te quería, Rich…
BALTA: (DISPARA SEIS VECES EN LA CARA DE CUSTO) – ¿Pero alguien te ha dicho que hables, puto millonario gilipollas? Que pa’rato estarías aquí haciendo el gilipollas con estos muertos de hambre si no tuvieras la cuenta a reventar, falso hipócrita de mierda, puto friki de los dólares.
MERCHE: - Dios mío, que se lo ha cargao también.
BALTA: (VUELVE A RECARGAR EL ARMA) – Mira que sois estúpidos que por dos veces he rellenado el cargador. Si me hubierais parado la primera vez, Custo aún tendría cara de tontoelculo en lugar de cara de cromo, y si hubierais tenido unos mínimos huevos no habría tenido tiempo de volver a cargar ahora. Cuando os mate lo haré porque os lo merecéis, pero también porque ensayáis para subnormales. ¡Puta cajera del Carrefour! Te voy a disparar en la tripa. ¿O te mato a ti, vegetariano que comes hamburguesas? ¿Qué hago? Dímelo, Dani, ¿te mato a ti o mato a la presunta abogada que tiene que aparentar delante de sus amigas?
DANI: (LLORANDO) – ¡Mátala a ella, mátala a ella! Quiero vivir. No me mates, por favor. (SE BAJA EL PANTALÓN HASTA LAS RODILLAS Y SE PONE EN POMPA) Hazme el amor. Yo también soy gay. Pétame el culo, fóllame, hazme tuyo, Richi.
BALTA: (DISPARA CUATRO VECES SOBRE LA COLUMNA VERTEBRAL DE DANI) – Follado.
MERCHE: (SE CALMA DE REPENTE). - Cuando quieras.
BALTA: - Ya lo has asumido.
MERCHE: - Dicen que hay un momento en que uno sabe cuándo va a morir y es mejor aceptarlo.
BALTA: - Así es, zorra.
MERCHE: - No, Balta, o Richi. No he hecho daño a nadie. Mi único pecado fue fingir que trabajaba en un prestigioso bufete cuando en realidad nunca acabé derecho. Mi historia no era muy diferente a la de Wences, aunque yo nunca manipulé a nadie. El único mal que podía hacer era aparentar ante las estúpidas de mis amigas que tenía un título como ellas y un trabajo cualificado. No tengo nada que ver con que Fran se volviera hetero. Y ellos tampoco. Si Fran te repudió sería que nunca tuvo muy claro que fuera homosexual. O tal vez tú cambiaste y dejaste de ser el hombre cariñoso y atento que él necesitaba. Supongo que Fran lleva varios días muerto, ¿no?
BALTA: - Así, es. El último día que vino aquí le seguí y luego le pedí explicaciones. Después lo violé a punta de pistola y lo maté por la espalda cuando todavía estaba dentro de él. A la semana siguiente me presenté aquí para consumar mi despecho. Antes de asesinaros quería conoceros, entenderos, pero no lo he conseguido. No comprendo que os ocultéis bajo vuestra inseguridad y cobardía en parapetos de apariencia y armonía social. Os merecíais esto.
MERCHE: - Me das asco.
BALTA: - A Fran también y eso que lo trataba a cuerpo de rey. Por eso hoy moriréis los que le ayudasteis a dejarme.
MERCHE: - Cuando quieras.
BALTA: - Cuando yo quiera, puta asquerosa. Por gente como tú Fran me dejó. Tenía que matarlo. Nunca me ha dejado nadie.
MERCHE: - ¿Entonces era eso? ¿Puto orgullo mariconil?
BALTA: (GOLPEÁNDO CON LA CULATA LA NARIZ DE MERCHE) – Calla, zorrón verbenero. Si no te he matado aún es porque quiero unir todas las piezas. Léeme la carta de Matthews.
MERCHE: (ABALANZÁNDOSE SOBRE BALTA) – No, maldito, no. (RECIBIENDO SEIS DISPAROS EN EL TRONCO) Hijoputa, cabrón, te deseo que vivas para siempre en una agonía contin…
BALTA: - Vaya, y yo que quería oír esa despedida epistolar. Es curioso, a ti que eres la más débil te he metido en el pecho todo el tambor. Me siento de puta madre. En cuanto me cargue a Matthews me pienso tomar una botella de champán francés que guardo en la nevera.

LA PUERTA SE ABRE DE UN PORTAZO Y APARECEN LOS GEOS GRITANDO A BALTA QUE SUELTE EL ARMA. ÉSTE SE PONE NERVIOSO Y COMIENZA A CARGAR LA PISTOLA CON HISTERIA. DESPUÉS DE VARIOS AVISOS OMISOS BALTA APUNTA A LOS AGENTES Y RECIBE 34 DISPAROS EN EL CUERPO. EL HUMO SE ESCONDE EN EL SILENCIO. UNO DE LOS GEOS COGE LA CARTA DE MATTHEWS DE LAS MANOS DE MERCHE Y LA LEE EN SILENCIO.

“Estimados compañeros del club,

Os escribo la siguiente misiva para indicaros que lo dejo. Vuestra ayuda me ha proporcionado la confianza que necesitaba para salir de mi problema. Llevo veinticinco clases prácticas en una academia con un colega de toda la vida. Le he contado el problema y se ha prestado a ayudarme. Me siento otra vez seguro y capaz de conducir el vehículo hasta el punto de quedada. No lo hubiera conseguido sin vosotros. Gracias otra vez. Conociéndoos me he dado cuenta que no se puede huir siempre de los miedos, ni tampoco ocultarlos en burdas excusas. He visto en algunos de vosotros una clara intención de mejorar, de salir de esto, de dejar de engañaros. Sé que lo conseguiréis.
Sin embargo, he notado que alguien, ya sabéis quién, tiene tanto miedo a la verdad que ha decidido instalarse en el club para siempre, y que cada valiente paso hacia la realidad que damos los demás no es para él sino una puñalada en sus temerosos esquemas. Sí, estoy hablando de Wences. Tienes miedo. Miedo a estar solo, a que todos superen sus temores y te abandonen en tu cobardía. Porque tú sabes que no quieres cambiar, que nunca has sido psiquiatra y que nunca lo serás; que no admites tus limitaciones y que eres incapaz de volver a matricularte en la universidad para que tus mentiras y tus sueños sean uno. Por eso fundaste el club. Nunca quisiste ayudarnos, tan sólo tener perdedores a tu alrededor, pacientes para tus terapias sin titulación, inmaduros como tú que no quieren mirar la vida de frente.
A los demás, mucha suerte. Yo he dado el salto gracias a vosotros. El club es un buen sitio, pero únicamente si se usa de precario trampolín. Acurrucarse a su amparo es morir poco a poco, desangrarse dulcemente sin dolor y sin gloria, sentir La Parca balancear nuestra barca mientras le guiña la cuenca del ojo a Caronte, a la vez que Wences sonríe al otro lado del río pensando “otro que ha fracasado como yo”.
Olvidaros del club, tomar impulso y saltad hacia la verdad, porque vale más una derrota gloriosa que una victoria deshonrosa. Porque al otro lado se respira más limpio y las tripas no te reconcomen el alma. Porque si os quedáis allí moriréis. Quizá no violentamente, pero de vergüenza y tedio. Marchad prestos, huid de vuestro miedo, abrazad la honestidad. Mucha suerte, amigos.

Matthews”

domingo, 21 de marzo de 2010

El club de la mentira (3º sesión)

CUSTO: - ¿Hoy tampoco viene Fran?
MERCHE: - ¿Tú lo has visto? Pues yo tampoco.
BALTA: - Creo que no va a venir más.
MATTHEWS: - ¿Por?
BALTA: - Porque ha hecho las paces con Richi.
WENCES: - No puede ser, Balta.
MATTHEWS: - ¿Por qué no puede haber sido como dice Balta, Wences?
WENCES: - Porque Fran no es de los que reculan.
DANI: - Tal vez cambió de opinión.
CUSTO: - O de postura, ja, ja. Ahora se pone él delante.
BALTA: - A mí evidentemente me da igual. Creo que Fran ya no desea sexualmente a Richi pero lo quiere sentimentalmente. No sé si se me entiende.
MATTHEWS: - Perfectamente, Baltasar.
CUSTO: - Chicos, hoy me he vuelto a poner el esmoquin.
MERCHE: - Vaya, Custo, felicidades.
WENCES: - ¿Estás seguro de ese paso, Custodio?
MATTHEWS: - Perdonad, estoy perdido.
BALTA: - Y yo más todavía.
CUSTO: - Habréis observado que mis ropas y mi apariencia son bastante precarias.
BALTA: - Bueno…
CUSTO: - Parezco un vagabundo, pero estoy podrido hasta asquear.
MATTHEWS: - ¿Esa es tu mentira?
CUSTO: - Pues sí. Odio ir de rico. Aborrezco aparentar, presumir, sacar el ferrari. Me da asco todo eso.
MATTHEWS: - Pero el dinero no es un problema, ¿o sí?
CUSTO: - El dinero no me molesta. Es mejor ser rico que pobre. Lo que me desagrada es la pompa y la apariencia.
BALTA: - ¿Que tan rico eres?
CUSTO: - Bueno, un poco.
MERCHE: - ¿Un poco? Custodio Sánchez Venero es propietario de una cadena de supermercados, seis bares de copas en Madrid, dos firmas de ropa bastante conocidas y accionario principal del canal 8 de televisión.
MATTHEWS: - Joder.
CUSTO: - Bueno, se hace lo que se puede. Sin embargo, no quiero ir por ahí fardando. Odio a los fantasmas. Me gusta la austeridad, aunque admito que un poco me paso. Llevo dos años con la misma ropa, la chaqueta de pana agujereada o el jersey de lana con pelotas. Eso sí, siempre llevo la ropa limpia. Gastada, pero aseada. La ducha diaria no me la quita nadie.
DANI: - De modo que Custo va de vagabundo sin serlo.
CUSTO: - A veces me he planteado irme a vivir a la calle, pero no perdono la ducha ni el jabón. Además, es muy duro pasar frío o que me pase como el año pasado, cuando un puñao de criajos la emprendieron a patadas conmigo.
BALTA: - ¿Qué hiciste?
CUSTO: - Tenía un as en la manga. Les di entradas para la discoteca HIGHER. Es mía.
WENCES: - Joder, esa discoteca vale 24 euros la entrada. Mis hijas están cardiacas por ir. No sabía que era tuya.
CUSTO: - ¿Quieres entradas?
WENCES: - Deja. A meterse mierda que vayan al parque.
MERCHE: - ¿Y qué tal cuando te has puesto el traje?
CUSTO: - Pues un poco raro, pero había reunión con los alemanes y no podía esquivarla. El tema era serio.
MATTHEWS: - ¿Tus amigos saben que eres millonario?
CUSTO: - Muy pocos. La mayoría piensan que soy un muerto de hambre. Salgo de la mansión por la puerta del servicio y todos mis empleados tienen orden de tratarme de tú, especialmente en el exterior. De hecho algunos creen de veras que soy del servicio. El otro día la jefa de cocineros me echó una buena bronca.
WENCES: - Despedirías a esa zorra…
CUSTO: - ¡Qué va! Precisamente es lo que quiero, que la gente me valore por lo que soy, no por lo que tengo. Me encantó su agresividad, su sincera antipatía. Prefiero eso a que me besen el culo y pongan la alfombra allá por donde camino. Al terminar el turno le pedí una cita a la jefa de cocina.
MERCHE: - ¿Qué te contestó?
CUSTO: - Esto: “¿Salir contigo, cerdo baboso? ¿En qué mundo podría un andrajoso como tú menos que arrodillarte por donde yo pasara? ¿Pero te has visto bien, piltrafa, pordiosero, que debes estar aquí porque al señor le gusta la caridad? ¡Pero qué asco me das, aparta, aparta y no te atrevas jamás a pasar por el mismo pasillo por el que yo asome a lo lejos, muerto de hambre, salido, vago, indigente!
Te repudio, me produces tanta repulsión que voy a vomitar. Ponte a llorar con la cara en el suelo o me encargo de que te echen a la puta calle, escoria humana, proyecto de ni-ni, denigrador de heces, cosa informe y horrenda. ¡Fuera de aquí!”
DANI: - ¡Qué fuerte, grabaste la bronca y la llevas encima!
CUSTO: - Sí, con el móvil. Me encanta.
BALTA: - ¿Y no será que te gusta que te humillen? Lo tuyo no es muy normal.
CUSTO: - No, Baltasar. Lo que no me gusta es que me mientan o adulen por estar podrido, que lo estoy. Quiero ser lo que soy y ganarme a la gente por mi manera de ser, y no por mi dinero.
WENCES: - Pues entonces morirás de asco, si esperas que la gente valore al hombre y no al millonario, como hizo tu cocinera.
CUSTO: - Jefa de cocina. Le pago 3000 euros mensuales. Se lo tiene un poco creído. Cuando me siento deprimido me pongo el video del móvil y me siento enchufado otra vez con semejante chute de sinceridad.
MERCHE: - Jolín, de sinceridad y de mala leche.
BALTA: - Estáis todos un poco pa’llá.
WENCES: - Es lo que hay.

viernes, 12 de marzo de 2010

Vos cometés un error

El arte no puede ser copiado; al menos gratis.

Parecía una casa señorial: sobria, granítica, elegante. El futbolista que la moraba era de gusto selecto y poco dado a la opulencia. Patricio Márquez estaba encantado con ese tipo de clientes. Podían querer pagar o no, pero no podían alegar insolvencia económica. El timbre sonó de forma seca y breve. A Patricio no le gustaba expresar impaciencia mediante largos y repetidos timbrazos. Prefería algo más directo.

- ¿Señor Mesa?
- ¿Perdón?
- ¿Vive aquí el señor Mesa?
- Che, vos te equivocaste. Es Messi, Leo Messi.
- Ah, disculpe. ¿Es usted León Mesi?
- Eh, claro que sí, boludo.
- Tengo una multa para usted de la SGAE.
- ¿Cómo decís, pelotudo?
- Tiene que pagar a la Sociedad General de Autores Españoles.
- ¿Por? ¿Qué hice?
- Pues que va a ser. Ha plagiado arte.
- Che, vos os equivocás. No entiendo nada de arte ni tengo cuadros ni estatuas. Yo juego al balompié.
- No, no. Usted ha plagiado a un tal Diego Amador Maradona.
- Armando, vos os refería al “Pelusa”.
- Desconozco si el señor Maradona os tiene pelusa o no, pero le habéis copiado algo que él creó.
- Por Dios que no le entendí. O vos no me entendiste a mí. Yo no copié nada.
- Si lo hizo. A ver… usted don León Mesi plagió una jugada de gol original de un partido de fútbol del mundial 86 entre Argentina e Inglaterra. A ver, “El señor Mesi reprodujo la jugada en un partido de copa del rey Barcelona – Getafe.” No puede negarlo.
- Pero yo no plagié. Vos podéis verlo. Fue una jugada fortuita. Salió así. No copiaba a Diego. Sólo se parece.
- Eso dicen todos. ¿Va a pagar o esperará el fallo judicial? En el segundo caso lleva de 300 a 6000 euros de recargo en función de las costas.
- Eh, esto, che, ¿cuánto resultó, boludo?
- Serán 565 €. No hay reincidencia.
- Aquí tenés. Estoy espeluznado.
- No se preocupe. Muchos no saben que plagian. Para eso estamos nosotros. No vuelva a hacerlo, ¿vale?
- Descuidá, no volveré a copiar, lo prometo.
- Más vale. La SGAE no perdona. Aunque los autores sean argentinos, nosotros velamos por sus intereses en España.
- Ya le comprendí.
- Y tenga cuidado con ese corte de pelo a lo Dustin Hoffman. Si se determina que pudo haber plagio al actor deberá pagar otra multa y sería reincidente.
- Descuidá. Ya mismo me vengo a cortar la melena.

Patricio Márquez marchó satisfecho. Los ricos pagaban rápido y evitaban la tediosa burocracia. Esa noche llegaría al documental de “Leones en remojo” de La 2.

sábado, 6 de marzo de 2010

Bendita calamidad, de Miguel Mena

La novela combina una road movie a la española con la caza del tesoro, dibujando la topografía turiasonense y sumando despropósito tras despropósito en la carrera de los aspirantes a delincuentes. Pese al intencionado tono humorístico de la obra, el desarrollo de la acción sigue parámetros lógicos y el sentido común abandera muchas de las decisiones tomadas. Un asunto menor acaba destapando una trama mucho más ambiciosa.
Miguel Mena no comete el error de introducir todos los datos de sopetón desde la primera página. Prefiere ir desgranando cada detalle de modo paulatino una vez que el secuestro ha enganchado al lector y lo somete al inesperado desenlace del libro. Sólo es a mitad de texto o más cuando todos los frentes convergen en un único foco de interés. Mientras tanto, los tres excursionistas forzosos desarrollan su propio síndrome de Estocolmo y lo trabajan a conciencia, en cada mordaza, puya o amenaza no convincente. Los episodios menores que jalonan sus desventuras resultan excesivamente casuales pero dan ritmo al viaje a ningún sitio. No deja de ser curioso que cuando los Moreda estén a punto de perder su último resquicio de dignidad criminal una zanja llena de ortigas les lleve a repentinos giros argumentales.
La obra es de fácil lectura y ritmo ágil. Las descripciones no abundan y el vocabulario es de una extrema sencillez, rechazando los excesos literarios para centrarse en la parte más consistente: la trama argumental y la acumulación de incidentes jocosos. Ni siquiera cae en la tentación de hacer propaganda de las fiestas locales ni en las tradiciones del lugar. Lo más que se permite es apuntar someramente los lugares y pueblos por los que el insólito trío emulan a su modo a Don Quijote y Sancho cambiando los ideales caballerescos por las necesidades pecuniarias. Hay quién preferirá el desahucio neuronal de los hermanos, y quién agradecerá que su caótica existencia tenga un fin pragmático y social, pero en cualquier caso, superado el asunto de la catedral, volverán a las andadas con la lección tan aprendida como la de un pez a los quince minutos. Es de agradecer que Miguel Mena corte y reparta el bacalao, y que en algunos casos acabe dejando a cada uno (casi) como estaba, y a otros les alegre el día o les arruine los próximos diez años, demostrando que más allá de posicionamientos e intenciones, la gente no cambia, y si lo hace es a peor.

Argumento (contiene spoilers)

Anselmo y Ricardo Moreda son dos hermanos fayenses con urgentes necesidades monetarias. Tras arruinarse su negocio, un discobar, se dejan convencer por un abogado chanchullero de la capital, Antonio Oreste, de que el dinero rápido y fácil se obtiene mediante un secuestro. Así se deciden a raptar a un industrial de renombre, Pablo Benítez Modrego, mediante una estrategia arrolladoramente simple: Herirlo en fiestas y llevárselo al hospital. Para ello queman furtivamente los plásticos que protegen la fachada del ayuntamiento de los sangrantes tomates del Cipotegato. De este modo, y protegidos por una lluvia de tomates, pretenden arrojar una bola de metal pintado al empresario, y con la excusa de la brecha, meterlo en una falsa ambulancia y secuestrarlo limpiamente. Pero el plan falla cuando Ricardo, el certero tirador, no acierta en la sien de Pablo Benítez, y si en la del obispo de Tarazona, que estaba a su lado. A los tres delincuentes no les queda otra que llevarse a su eminencia, ya que para eso custodian una preciosa ambulancia de emergencias. Cuando se dan cuenta de su error, Oreste marcha a Zaragoza a averiguar cuanto se puede sacar por un cura, aunque ya sabe que será mucho menos.
Los dos hermanos demuestran ser unos completos chapuceros: Su refugio iba a ser el chalet en Grisel de su tío de Barcelona, que hacía tres años que no venía por ahí. El problema es que cuando llegan allí en furgoneta el lugar está alquilado. Comienzan a improvisar y prueban no ser muy hábiles. Primero Ricardo inspecciona un pozo natural presuntamente inhabitado, pero en el que vive un energúmeno arrepentido, asocial y católico desde que lo echaron tiempo atrás. La aventurilla casi le cuesta la eternidad al cerebro de la banda, pues el ermitaño pretende que se quede con él por siempre. Finalmente consigue volver. Tras compartir prado con un pastor secuzo y su rebaño de ovejas pasan la noche en un antiguo sanatorio abandonado, aunque tomado por una panda de hippies okupas litroneros y heavitrones. El obispo va tomando consciencia de la torpeza de sus captores, a los que va descubriendo paulatinamente: los rostros, las voces, los nombres, la relación entre ellos... Sin embargo, no consigue convencerlos de su improductivo secuestro. De nuevo en la carretera son abruptamente interceptados por una excursión de niños. Uno de los chavales se ha hecho una brecha en la cabeza y deben llevarlo al hospital más cercano. Sin embargo, al toparse con un control policial consiguen endilgarles el muerto, es decir, el herido y su profesor. De este modo se quitan dos pesos de encima. Cuando llegan a su próximo escondite, unas cuevas otra vez presuntamente desiertas, Ricardo descubre un zulo de drogas de diseño y huye con un maletín lleno de dinero. Cuando los dueños del dinero los descubren y encorren a balazos, no les queda otra que soltar las perras para no ser cazados.
Paralelamente a las correrías de los tres desgraciados, una reportera de Zaragoza es enviada a Tarazona a investigar la desaparición del obispo. Sin embargo, Laura, la periodista, sospecha una trama mucho más oscura que le permitirá escalar en su carrera: Cree que el arquitecto Rafael Rodríguez Lacarra, encargado de la remodelación de la catedral de Tarazona, tiene negocios sucios y ha hecho desaparecer al obispo porque ha descubierto algo que le inculpa. Por eso se inventa las entrevistas que debía hacer y dedica su tiempo a asaltar el domicilio de Lacarra, y a procurarse un medio de entrar en la catedral, cerrada al público desde hace diez años. Así descubre que Lacarra lleva años excavando bajo los cimientos del templo buscando un antiguo tesoro perdido, y que mientras expolia los bienes, pinturas e imágenes catedralicios para venderlos en el mercado negro, cambiándolos por burdas falsificaciones.
Ricardo, Anselmo y Don Ramiro llegan en dumper, una especie de carretilla de obra, hasta su escondite definitivo: Las minas de Valdeplata, entre Talamantes y Calcena. Exigiendo intimidad para realizar sus necesidades, el obispo escapa de sus captores sólo para caer en una zanga. En ella encuentra el esqueleto de Lamberto Garro, un afamado platero del siglo XVIII. Según explica don Ramiro, el orfebre fue contratado para realizar el retablo de la catedral con una importante cantidad de lingotes de plata donados por los condes propietarios de las minas. Cuando Garro y su ayudante escondieron los lingotes lejos de ladrones y pícaros, les sobrevino la desgracia. Lamberto desapareció y su ayudante apareció dos días después en Trasobares diciendo que unos bandidos les habían atacado. Luego murió de peste antes de que llegase su hijo, al que escribió una carta. Nunca se supo dónde habían ocultado la plata. En la zanja de Lamberto Garro hay escritas reveladoras consideraciones: versos que indican crípticamente el escondite del tesoro y la persona que lo traicionó: su propio ayudante Lacarra, antepasado de Rafael Rodríguez Lacarra. Es evidente que la carta del ayudante a su hijo explicaba la situación y que varias generaciones de Lacarras llevaban siglos buscando los lingotes sin suerte. Por eso el arquitecto estaba poniendo la catedral patas arriba y mientras vendía sus obras de arte para ir haciendo caja.
Las expectativas de hallar el tesoro de Lamberto Garro abren nuevas posibilidades para los hermanos Moreda, que deciden pactar con el obispo e ir a buscar la plata a Tarazona. Para ello “alquilan” un ciclomotor obsoleto que les lleve hasta allí.
Laura consigue que Isidro, el jefe de policía, le permita ver la catedral. Una vez dentro oyen voces y se esconden. Después aparecen Lacarra y sus secuaces que, alarmados por la fortuita desaparición del obispo, y una vez seguros de que no corren peligro, deciden aprovechar el viaje a Tarazona llevándose algunas piezas. Pero ellos también oyen a alguien venir y se ocultan. Cuando aparecen el obispo y los Moreda, Isidro quiere detener a todo el mundo, pero Laura le pide paciencia. Don Ramiro, Ricardo y Anselmo encuentran un pasadizo picando en la base de una columna según los versos de Garro en la zanja, y así llegan hasta unos antiguos pasadizos que llevan a la cámara de los lingotes. Lacarra intenta seguirlos pero no cabe por el hueco y se queda completamente atorado, dejando a uno de sus hombres afuera y al otro dentro. Laura e Isidro reducen al del templo, y el otro llega hasta donde están el obispo y sus captores. Cuando Ramiro y Anselmo huyen de él, pican en la pared hasta llegar al cuartel de policía.
El obispo explica todo lo ocurrido. Habla del tesoro, inculpa a Lacarra, da explicaciones. Laura llama a su periódico y cuenta la noticia que abrirá la edición del día siguiente: “Aparece el obispo de Tarazona y con él un tesoro.” En medio de tanta confusión, los Moreda deciden fugarse ante la dejadez de sus carceleros. Se levantan tranquilamente y se marchan sin hacer ruido disimuladamente, sin dinero pero libres, y comienzan a planear otro modo fácil de sacar dinero: chantajear a una empresa de lácteos.