miércoles, 15 de abril de 2009

Catedrales futuristas

Pocos paisajes construidos por el hombre me embelesan y cautivan tanto como la visión nocturna de las inmensas refinerías de petróleo tachonadas de luces fulgurantes. La bacanal cromática a veces se remata con la llama rugiente de una antorcha de combustión de gases como si se tratase de la personificación física del legendario dios de la energía fósil. Y, sin embargo, la más bella de las postales postmodernas escupe sustancias de una toxicidad abrumadora: nitrógeno y dióxido de azufre que forman ácidos nitrícos y sulfúrico, la esencia misma de la lluvia ácida.

Una de las secuencias más repetidas en la historia del cine de ciencia-ficción reproduce una inmensa refinería con una embrujadora combustión llameante. Una persistente lluvia ácida abrasa la atmósfera en frío y un mega-anuncio electrónico muestra a una sonriente japonesa. Los coches levitan silenciosos e ingrávidos. La música atemporal de Vangelis mitifica la escena. Sí, es Blade Runner. No deja de ser curioso que esa estética de oscuridad, lluvia y neones traiga en un solo plano romanticismo, progreso y contaminación irreversible, como si Ridley Scott fuera un loco visionario de los efectos del progreso sobre la naturaleza desnuda, cada vez más tapada de caros y bonitos trapos que producen urticaria a la piel del mundo.

5 comentarios:

  1. Este artículo es muy chulo. A mi no me gustan estos paisajes que describes, porque me puede mucho más el pensamiento de "cuánto tiene que contaminar toda esa mole" a "qué luces más bonitas..."

    ResponderEliminar
  2. Pues yo nunca me había puesto a pensar en esto, la verdad.
    Saludetes

    ResponderEliminar
  3. Yo prefiero los paisajes naturales.

    ResponderEliminar
  4. Me parece un artículo chulísimo y con un título muy bien puesto.

    ResponderEliminar