martes, 24 de febrero de 2009

¿Quién mató a LA AMISTAD?

Era una tarde cualquiera cuando LA PEREZA se levantó de la cama quejosa por unas voces que turbaban su merecido descanso. Reunió fuerzas de flaqueza y consiguió cotillear por la ventana. Abajo en la acera revoloteaba un populoso corrillo de personajes. LA CURIOSIDAD no paraba de preguntar ansiosa: "¿Qué ha pasado, qué ha pasado?" LA MARUJEZ le contestó: "Cualquier cosa y nada bueno, cariño. Ha pasado lo que tenía que pasar. Si es que ya lo sabía yo que en este barrio iba a ocurrir una desgracia." LA MESURA la interrumpió con suavidad: "Bueno, bueno, vamos a esperar la confirmación oficial. No especulemos." Por fin llegó LA JUSTICIA y todos hicieron pasillo para que la autoridad pudiera inspeccionar el cadáver. A todo esto LA PEREZA ya estaba en la calle, sólo le había llevado treinta y cinco minutos bajar diecinueve peldaños. EL COTILLEO no paraba de susurrar: "Han asesinado a LA AMISTAD, la han abierto en canal." LA HIPOCRESÍA lloraba desconsolada: "ay pobre, ay pobre." LA DUDA miraba con incredulidad: "Pero, ¿seguro que está muerta?" LA CIZAÑA acusaba sin fundamento: "Ha sido EL AMOR, ha sido EL AMOR." LA ENVIDIA lo corroboró: "Sí, yo lo he visto, yo lo he visto. ¡Ha sido el malvado del AMOR!"

"Joder", dijo LA JUSTICIA, "esto se complica. Pues yo no voy a condenar sin pruebas. ¿Qué hago?" "Pues está claro", dijo LA SUPERFICIALIDAD: "el que tenga las manos rojas o esconda la mirada es el culpable." Todos miraron a LA TIMIDEZ. LA IGNORANCIA fue la primera en acusar: "LA TIMIDEZ, LA TIMIDEZ ha sido." LA DUDA volvió a intervenir: "¿seguro?" "Sí, seguro, seguro", dijo LA ANSIEDAD mordiéndose las uñas entre pitillo y pitillo. "A la horca con ella." LA JUSTICIA pidió silencio. "A ver, TIMIDEZ, ¿has sido tú? TIMIDEZ, TIMIDEZ, coño, que te estoy hablando." Por fin respondió la pobre niña. "No sé, no." LA IMPACIENCIA replicó con vehemencia: "Pero vamos a ver, chatina, has matado a LA AMISTAD o no has matado a LA AMISTAD? Que no pasa nada, pero hay que decirlo." LA TERNURA abrazó a LA TIMIDEZ con delicadeza mientras EL VALOR apostillaba: "mira, TIMIDEZ, si has sido tú tienes que dar la cara, ¿vale?" LA EMPATÍA empujó a los que agobiaban a LA TIMIDEZ con arrojo. "¿Pero no véis que está aterrorizada? ¿No os dáis cuenta, zoquetes, que la pobre niña no ha hecho nada y la estáis matando a sospechas? ¡Qué panda de porculeros que sois!" LA CIZAÑA y LA ENVIDIA volvieron con lo suyo: "Ha sido EL AMOR, ha sido EL AMOR! Lo ha hecho por celos! Y por ENVIDIA!" "Mira quién habla", dijo LA ASERTIVIDAD. "Calma", dijo LA PACIENCIA. De repente, un chillido grave calló a todos. Era EL ORDEN pidiendo la palabra. "A ver, zenutrios, lo primero, callarsus. Lo segundo, LA JUSTICIA instruye el caso. Lo tercero, hay que pedir consejo a LA SABIDURÍA. Después, si hay acusado, se hará un juicio. LA VERDAD será el testigo pues seguro que sabe algo. LA PERSPICACIA será el defensor y el PESIMISMO el fiscal, seguro que encuentra razones de peso para condenar." EL OPTIMISMO saltó: "si mi gemelo es la acusación yo quiero ser la defensa, seguro que ganamos." "A ver, melón", dijo LA LÓGICA, "¿no ves que eres muy feliz para un juicio de verdad?" LA PLANIFICACIÓN espetó con seriedad: "Si todo esto está muy bien, pero dónde está LA VERDAD? Se os olvida que viaja por libre y aparece cuando le apetece, como LA CAPRICHOSIDAD."
Por fín salieron al campo, hasta una ermita recóndita y humilde donde moraba LA SABIDURÍA. LA OPULENCIA no paraba de pensar: "qué desperdicio, con lo que podría presumir en la ciudad este vejete sapiencial." LA HUMILDAD se abrazó a LA SABIDURÍA, pues eran hermanos de sangre. También LA HIPOCRESÍA besó al anciano, con aspavientos sobreactuados. LA COMUNICACIÓN contó los hechos mientras LA AGRESIVIDAD le tapaba la boca al COTILLEO. LA MARUJEZ se fue a hacer empanadillas, pero le dejó el número de móvil a LA SUPERFICIALIDAD, que no paraba de llamar cada dos minutos.
Se hizo un pequeño consejo de sabios formado por LA JUSTICIA, LA VERDAD, LA SABIDURÍA, LA INTELIGENCIA, LA MALDAD, LA DUDA y LA PERSPICACIA. Pese a que LA MALDAD insistía en que EL AMOR había asesinado cruelmente a LA AMISTAD porque no había espacio para los dos entre las personas, el resto cuestionaban su veredicto. Por fin se decretó llevar al AMOR a juicio, debido al peso de la MALDAD, LA CIZAÑA, LA ENVIDIA, LA NEGATIVIDAD, EL ODIO y LA MUERTE. LA SABIDURÍA, no obstante, cogió aparte a LA PERSPICACIA y le dijo: "llévate al VALOR, a LA CONSTANCIA y a LA RESOLUCIÓN y encuentra a LA VERDAD. Su testimonio es básico. La encontrarás preguntando a LA MENTIRA. Tú sabrás interpretar sus palabras, hijo." "Gracias, maestro, haré lo que pueda." "Lo sé", dijo LA SABIDURÍA gravemente.
LA MENTIRA juró y perjuró que LA VERDAD estaba en su propia casa, pues eran hermanas gemelas. Sin embargo, no pudieron encontrarla allí. Por fín la PERSPICACIA lo entendió. "¡Recarámbanos! Ya sé dónde está. Pronto, RESOLU, traeme un mapa cartográfico y un compás, y avisa a la VELOCIDAD, le espera un largo viaje."
El juicio contra EL AMOR iba de puta pena. Las conjeturas de LA MAQUINACIÓN y del PESIMISMO parecían irrefutables. LA GROSERÍA no paraba de silbar y jalear: "¡Que te jodan, AMOR, que te jodan!" LA JUSTICIA estaba hecha un lío. Sentía que EL AMOR no había matado a LA AMISTAD, por muchos datos y teorías que aportaran LA CONFUSIÓN y EL ENGAÑO.
Por fin aparecieron EL VALOR, LA RESOLUCIÓN, LA CONSTANCIA, LA PERSPICACIA, LA VELOCIDAD y la ansiada VERDAD. LA SABIDURÍA sonrió quedamente, con leve síntoma de agotamiento y alivio a un tiempo. Cuando habló LA VERDAD, se hizo un silencio místico:
"Muy bien, amigos, muy bien. Matan a LA AMISTAD y se os ocurre llevar a juicio al AMOR. ¿Pero estáis tontos o qué? A mí no se me escapa una." Los presentes bajaron la mirada avergonzados hasta el corvejón. "Y ahora os diré que no fue una persona quién mató a la amistad. Fueron varias. Dad un paso al frente cuando os nombre, cretinos inmundos. EL ORGULLO. Eráis inseparables, y ahora conspiraste con otros para acabar con ella. Y todo por tu vanidad. No tienes perdón. LA PEREZA. Estabas roncando en tu sofá, pero bien que tuviste tiempo anoche para bajar a la calle y apuñalarla, cobarde. EL ODIO. Tú eres el máximo culpable. Arengaste a todos para quitarle la vida a LA AMISTAD como Bruto hiciera con Julio César. Mereces quererte a ti mismo hasta que revientes de asco. LA HIPOCRESÍA. Conseguiste que LA AMISTAD saliera a la calle con tus zalamerías, y allí os lo cargásteis. LA MALDAD. No te fue difícil trazar el plan. Además eres íntimo del brazo ejecutor, tu amigo el oscuro segador." Los presentes miraron al esqueleto encapuchado con la guadaña. "Así es, señores, LA MUERTE asesinó a LA AMISTAD con su enorme apero de segar. Los otros la hirieron con sus puñales, pero ella lo remató para siempre." Se hizo un gran murmullo, y el revuelo continuó hasta que EL SILENCIO se levantó con gesto serio. Todos respetaron su flema.
El jurado eran EL SENTIDO COMÚN y LA OBJETIVIDAD. Todos los acusados por LA VERDAD fueron procesados y llevados a prisión. LA CURIOSIDAD, que ya había cumplido pena hace años por matar al gato, quiso saber dónde habían hallado a LA VERDAD. "Fácil", dijo LA PERSPICACIA, "en el punto opuesto de la tierra de dónde dijo LA MENTIRA. LA VELOCIDAD la ha traído hasta aquí en tiempo record."
Unos meses después se supo que LA AMISTAD había renacido de un abrazo que se habían dado EL AMOR y LA BONDAD, y todos se regozijaron con gran alborozo, felicitando al TIEMPO, el gran artífice. Pero no todo fue bueno. También se supo que EL ORGULLO, EL ODIO, LA HIPOCRESÍA, LA MALDAD y LA MUERTE habían eludido las instalaciones penitenciarias, y LA PEREZA, aunque nunca salió de allí, tenía familia por todas partes.
EL AMOR y LA AMISTAD retomaron una extraña relación. Él la quería a morir y ella a él tan sólo como amigo. Y desde ese día, tan pronto se montan un trío con LA LUJURIA como se emborrachan juntos hasta que LA DECENCIA les encorre con la escoba.

LA MENTIRA

viernes, 20 de febrero de 2009

Capitán Lawrence

Lo primero que supe de él fue que era mi canción preferida de Warcry. La historia se parecía mucho a la de Oates, el explorador antártico. Un poco más de documentación convirtió coincidencia en identificación: Capitán Lawrence Edward Grace Oates.
El capitán Lawrence Oates era uno de los cinco exploradores británicos destinados a conquistar el polo sur en el invierno de 1910 - 11 y vivir para contarlo. Ni conquistaron la Antártida ni salieron con vida. Sólo el diario de Robert Falcon Scott resistió la aventura para contar la tragedia.
Scott y Oates discutieron varias veces sobre aspectos estratégicos. La decisión de Scott de llevar ponies y motos de nieve acabó en fracaso: Los ponies tuvieron muchos problemas con la nieve y las motos se averiaron nada más empezar. El explorador noruego Amundsen llevaba perros y skís. Su avance fue vertiginoso, y además había salido quince días antes que la expedición británica. Cuando el equipo de Scott llegó al Polo Sur hacía ya un mes que lo había conquistado Amundsen. Hubiera bastado con ver la CNN o consultar la wikipedia.
Los ingleses llegaron en condiciones lamentables, fallaron y todavía les quedaba lo más complicado: Volver a casa con pena y sin gloria alguna. Es posible que la ilusión de la conquista hubiera multiplicado sus fuerzas hasta el infinito boreal, pero el fracaso les dejó un poco fríos, desanimados y derrotados. En tales condiciones sus posibilidades eran escasas. A los pocos días Edgar Evans combinó congelación con una mala caída para firmar su muerte. Después Lawrence empezó a retrasar al cuarteto con un estado físico lamentable, el escorbuto y una antigua herida. El grupo se negó a abandonarlo y la marcha se ralentizó hasta imposibilitar el regreso.
Sabedor de que no viviría y de que sus compañeros sólo tendrían una oportunidad si él dejaba de ser un pesado lastre, el capitán Lawrence decidió salir a dar un paseo en lugar de resguardarse en la tienda. Oates se alejó todo lo que pudo con sus congeladas piernas para desaparecer en la blanca nada y no impedir a Scott y los otros luchar por su supervivencia. Los tres hombres murieron de hambre o frío a sólo once millas de uno de sus depósitos de víveres. La posición de estos depósitos a lo largo del camino tampoco pareció ser la más acertada. Posiblemente si Scott hubiera aceptado las impresiones de Lawrence Oates se hubieran salvado.
El equipo de Scott murió en la nieve pero el diario de la expedición dejó constancia de todo ello. Todos fueron recordados como héroes. El sacrificio del capitán Lawrence fue valiente, tardío y en balde. Lo bonito de las heroicidades es que valgan para algo, pero muchas veces son baldías, y las páginas más bellas son frecuentemente las más inútiles, como si el oscuro segador no tuviera respeto alguno por los actos más nobles, y a menudo orinase sobre el luto de los luchadores generosos y estúpidos. Yo a veces he creído ver a la misma muerte sonándose los mocos con los paños de lágrimas de las viudas o haciendo pedorretas a los padres de hijos fallecidos en acto de bravuconería o mala suerte. Si alguien quiere ver un final trágico y glorioso, y llegar al Valhalla acompañado de tetonas valkirias, que se pegue un atracón de mitología nórdica.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Siete pecados y además capitales

¡Ay amigo! Estamos jodidos tú y yo. Mira que nos gusta el dinero, comer, dormir, coitar, cabrearnos por nada, envidiar si tenemos menos y chulearnos si tenemos más. Pues resulta que somos PECADORES con mayúscula (del Inglés: capital letter). Y yo que pensaba que lo peor en este mundo era ser un hijoputa -moral, que no físico que todos tienen su dignidad-, o cometer actos deleznables como pederastías, corrupciones, tráfico de sustancias, tirar pipas al suelo, asesinatos o peinados con raya al medio. Pues no. Que te gusten las perras es malo. No importa si las quieres para vivir o para que tu chica se saque medicina. Eres un portador de la avaricia. Malo, malo. Confiésate ahora mismo y despréndete de tu mal en el cepillo de la entrada. El estamento eclesiástico no sufre de este pecado, y tus billetes marrones harán bien al estómago de varios mendigos y al bolsillo de muchos gestores espirituales. Y estás de suerte. Si no tienes guita porque la has dado y la necesitas para vivir, pues trabajarás más ahuyentando el temible pecado de la pereza, aunque en España se puede trabajar y fomentar la vagancia con una claridad meridiana. ¿Qué no? Vete al ayuntamiento. Claro que el recreo laboral puede desarrollar la ira hasta extremos insospechados, con lo que la evitación de algunos pecadetes nos lleva directamente a otros. Superado esto, nos queda el sábado sabadete. Olvidando el fútbol que también puede generar ira cabreante nos queda la lujuria. Sólo con la tuya, pues no te queda dinero para pagar un servicio profesional o trabajarte otra jaca a base de sonrisas y cubatas. No se puede follar. Bueno, sí, pero en plan Opus. A saco y caiga lo que caiga, que son criaturas de Dios. La situación se torna muy embarazosa. Y nos queda el ying y el yang: O eres más que el de al lado o eres menos. Si tienes menos motor, metros cuadrados, abdominales o pulgadas en el plasma, acéptalo con resignación cristiana y no tengas envidia. Claro que si por el contrario tu existencia está jalonada de destellos y triunfos, lo sentimos: NO PUEDES HACER EL FANTASMA. Da igual que tu intelecto sea de 168, tu perro de concurso y tu hijo de matrícula, la soberbia también lleva al infierno.
Yo seguiré pecando a mi modo: Gula hasta reventar, pereza hasta que me crujan los huesos, lujuria hasta que me reclame otra vez cualquiera de los anteriores, y avaricia la justa para garantizarme los pecados mencionados sin caer en (demasiada) envidia o soberbia. La ira me parece un rápido pasaporte a la amargura o, como dijo una vez una amiga “un veneno que te tomas tú esperando que se muera el otro”.

martes, 17 de febrero de 2009

Reciclar y pasarse

En la vejez y casi muerte anunciada de mi por seis veces lustrosa (de lustro) permanencia en la residencia familiar me resultó imposible, primero por inmadurez cronológica, luego por despreocupación adolescente y luego por falta de persuasión sobre demás miembros de la casa, en mis 32 años en casa de mi madre no conseguí, decía, que los desperdicios fueran seleccionados según su composición orgánica y desechados en consonancia a las posibilidades reciclativas.
Durante las muchas noches que me tocaba sacar la basura lo más que conseguí fue cambiar los excesos de una bolsa a dos para al menos poder cerrar ambas y no regar la escalera de blisters de plástiquete malo y facturas bancarias rasgadas hasta el aburrimiento. En mi época inconsciente hasta tuve el dudoso honor de arrojar por la ventana en dos o tres ocasiones las informes sacas de desecho para acertar al contenedor bajo la ventana de mi salón. Huelga decir que una de las veces me comí el aro y la pobre bolsa acabó reventada y alfombrando el baldosario urbano. Aquel día aprendí que mi puntería y mi sentido común dejaban mucho que desear.
Cuando cambié el adjetivo del domicilio de familiar a conyugal me traje un montón de ilusiones y bastantes realidades. No todas coincidieron. Nunca pude poner un Mazinger Z de medio metro en el salón, ni mi colección de CDs, ni mis posters de universitario en las paredes. Sin embargo no me costó que recicláramos todo lo que no pude en mi anterior hogar. Así tenemos tres bolsas para papel, plástico y orgánico que sacamos a pasear periódicamente (el vidrio es tan escaso que ni necesita bolsa). El aceite a la basura y las pilas recargables. Qué majos somos.
En Estados Unidos, en Massachussets al menos, la basura se recoge semanalmente. ¿Y el olor? No hay restos de comida. En lugar de desague de fregadero aparece un triturador con suficiente diámetro y fuerza para hacerte la manicura hasta el codo, eso sí, sin mucho preciosismo. En caso de pañales usados u otros accesorios similares desconozco la estrategia, pues donde yo dormía no se daba el caso.
Hoy han dicho en el noticiero que varios vecinos de ¿Barcelona? han sido multados por no reciclar y yo no he podido por menos que valorar la medida como excesiva. Los “inspectores de medio ambiente” y un agente de la ley comprueban las inmundicias de los infractores buscando errores inculpatorios y datos personales para saber a quién le va a caer la multa de 60 € en adelante. Ganicas de joder ya son, con Martas del Castillo asesinadas y perdidas por los ríos de España, con miles de extrabajadores que delinquen porque no les queda otra que morirse de hambre o de frío o de hipotecazos, con especuladores millonarios y políticos más corruptos que la basura de la pobre señora que no reciclaba, con una incultura oronda que se alimenta de los fracasos de unos padres demasiado ocupados en trabajar y malcriar o de la desmotivación de unos hijos demasiado obcecados en no ver más allá del twenti y la playstation. Con todo este panorama, seguro que la vecina ha echado en la bolsa de basura orgánica seis kilos de pilas corrosivas que perdían líquido, un par de frascos de uranio empobrecido a mal cerrar y un desodorante de los chinos con el pitorro jodido que se come la capa de ozono con más rápidez que los americanos la carne en un concurso de hamburguesas.
Si alguna vez me tiran el Mazinger Z de goma de 7 cm que tengo en el despacho, espero que el sofoco se quede sólo en la destrucción de mi niñez y no también en una suculenta mariscada para algún listo a costa de mis sesenta euros de multa por falta de reciclaje. (¿Dónde cojones va la goma?)

sábado, 14 de febrero de 2009

Nunca acompañes a una mujer a comprar lencería

O hazlo si te gusta el fetiche y la seda. Pero que sepas dónde te metes. Si no te puede pasar que esperando en la fila de caja para cambiar unos euros por un pijama de Hello Kitty oigas todo lo que un hombre no está preparado para escuchar. Puede ser que la clienta de delante quiera comprar a su hija o nieta un precioso conjunto de ropa interior (precioso supongo). Tal vez la madre total haya escogido una combinación descuadrada: braga 36 y suje 85 C. Igual la pobre cría es tetona, aunque el hombre todavía no piensa en ello, sólo valora cuánto va a incidir esto en sus expectativas de abandono del local, con la compra hecha, claro. Pero no pasa nada. Si él aún no se encuentra fuera de sitio, entonces la dependienta desafortunada podría empezar su recital: “La ropa interior no se puede cambiar, cariño mío. Es mejor que le cojas la tallica grande de sujetador que como es algodón… Dices que tiene trece años, ¿verdad? Si eso ya se sabe, de repente hace ¡puff! y ya. Que además le hará ilusión llevar sujetador de los que se abren. Que todos hemos tenido trece años…”
Hay que admitir que la cajera estuvo sembrada. Ahora comprendo por qué no hay hombres acompañando a las mujeres a comprar lencería.

jueves, 12 de febrero de 2009

Marta, España y la envidia

Hoy en clase de bachillerato he entregado los exámenes a mis alumnos. Era un día especial. Era la primera vez que repartía un 10 redondo, así con un uno y un cero después. Sin rebajas, ni decimales, con un par de folios impolutos en lugar de estar crucificados de rojo sangre. Marta ya sabía que lo había hecho bien. Antes a solas le he ofrecido dar la clase, y me ha suplicado que no, que le daba mucho corte. Tal y como está el patio, no me extraña. Marta ha cogido su prueba y se ha alegrado mucho. Pero nadie se ha dado cuenta. Quizá su compañero Sergio, que portaba orgulloso un 8’8. La mesura y humildad de Marta ha contrastado con los alaridos guturales del que aprueba por los pelos y las quejas ininteligibles de la que suspende pero bien y cree que ha sido vapuleada por el destino (y el profesor).
He dicho en voz alta: “Es la primera vez que alguien saca un 10 en mis exámenes”. Ella no quería el brillo, la pompa ni el jabón. Y Marta lo merecía. Escucha mucho más de lo que habla, aprende y come con avidez pero respeta y calla con prudencia. Casi le da apuro preguntar las escasas dudas que le surgen. No le gusta llamar la atención, y sacar 10 para ella supone un triunfo personal y un fracaso social, casi parece que tiene que pedir perdón por ser inteligente, humilde y trabajadora. Marta no se merece esta educación de mierda que tenemos.
Los compañeros mascullan, protestan, hasta una se ha permitido el lujo desde su miserable 4’algo de relativizar el esfuerzo y capacidad de Marta diciendo “es que va a la escuela de idiomas”. Qué mala es la envidia. Ser bueno está penado. No caes bien. Da igual que seas un encanto o que aceptes los castigos colectivos cuando no has abierto la boca y te han caído colateralmente. Quizá si el estudio fuera reconocido en lugar de criticado y envidiado, Marta y España serían de otra manera. Quizá compartirían su éxito, y los otros las alabarían, felicitarían y hasta pedirían autógrafos. Pero en esta nación sólo pedimos la foto y el garabato a los niñatos que no han acabado la ESO pero que están podridos de perras porque le dan patadas a un balón, gas a la moto, pedal al coche de carreras, muecas a la cámara o gritos al micrófono. ¿Qué se puede esperar cuando siempre sale de delegado de clase el más tonto, bandarra y chulo, a menudo tripitidor?
Además España y Laura no serían prepotentes o creídas. Serían cercanas, humildes y maduras, pero extrovertidas en lugar de contenidas. Tal vez no serían tan tímidas. Quizás los perdedores les han acorralado en su mundo de responsabilidad con el látigo del fracaso, la tiña y la exaltación de la pereza crónica. Y perdedor no es el que pierde, sino el que no quiere ganar, el que no suda, el que no se parte los cuernos, el que no valora la paliza que se ha dado su compañero para que el examen no tenga nada corregido en rojo sangre. El que pierde porque no ha llegado, sin duda llegará otro día; lo que importa es caminar. A propósito, España no es un país en este artículo; es alguien que hoy ha sacado 9’2. Tampoco ha hecho el paseillo o agradecido al cielo la justicia divina con aspavientos imposibles.

martes, 10 de febrero de 2009

Cómo dejar de fumar en unas líneas

Nadie sabe por qué empieza a fumar. Curiosidad, camaradería, rebeldía, iniciación en la edad adulta, aburrimiento, falta de personalidad, reflejo o transgresión. Lo único seguro es que el primer cigarrillo no gusta. Tampoco el segundo. Con el tercero o cuarto podemos empezar a entendernos. Luego ya se sabe: Sarna con gusto no pica. A ver quién es el guapo que lo deja después.
Lo primero que hay que hacer es separar varios conceptos: Mono fisiológico, dependencia psíquica, aburrimiento, hambre, rito y ansiedad. Todo ello lo enmascara el jodido pitillo. Todo desaparece: Que tienes necesidad, un Fortuna; que piensas que la tienes, un Marlboro; que te aburres, échate un Habanos; si te comerías un buen bocata y no puedes, cómete el humo gris de un buen Lark con gránulos en el filtro; si estás con tus amigos y quieres sentirte un hombre, iniciarte o pertenecer, ahí caerán un L&M, Ducados o John Player; si por el contrario te asalta la ansiedad, combátela con un Nobel que acabarán siendo dos porque uno no sabe a nada.
A menudo fumanos por ansiosos. Necesitamos mitigar las pulsiones orales comiéndonos las uñas, mascando un chicle, atracándonos de alimento o aspirando muerte ennicotinada asolando nuestros pulmones y dejando ceniza a nuestro paso. Es muy jodido vencer la ansiedad: A menudo acabarás con dolorosos repelos ensangrentados, con las mandíbulas de Tiburón, gordo como una tapia o enganchado a la industrial maquinaria tabaquera. Por tanto, debemos disociar tabaquismo y ansiedad. No tienen nada que ver, es sólo que el pitillo la mitiga como la metadona mata el mono: cambiando una adicción por otra.
El rito iniciático, gesto social, símbolo de amistad inquebrantable identificada con las pulsiones tanáticas (otro día hablaré de ellas), deseo de cuajar, y demás soplapolleces nunca deberían imponerte el cigarro como llave a la amistad: Vale que el vicioso siempre te va a pervertir – lo cual dice muy poco de él – para no sentirse culpable o débil, pero un afecto verdadero siempre prevalecerá ante la negativa de autoenvenenarte. Pongo como ejemplo mi experiencia: Cuando dejé de fumar por necesidad personal y pulmonar, y de beber por convencimiento propio, la amistad verdadera no se quebró. De hecho, si perdí a mis amigos es porque no pude sacarlos del bar y porque esa amistad era tan profunda como el Ebro a la altura de la EXPO.
En cuanto al hambre, que también da para un telediario entero, se pone el disfraz de ansiedad tanto o más que el tabaquete. Si comiéramos lo que necesitamos no estaríamos gordos, pero como ingerimos cuatro veces más de lo que es básico pues estamos como estamos. Yo cuando estoy ocupado no suelo tragar ni lo echo en falta, no recuerdo que tengo hambre. Eso sí, déjame en casa seis horas y vacío la nevera. Milagros del aburrimiento y la ansiedad de hace dos párrafos. Y si dejas de fumar, superas el mono, y te atiborras por ansia, luego no se te ocurra volver a chupar una colilla, puesto que acabarás de la peor manera posible: gordo y fumador.
El mono. El pobre es el último mono, le caen todas. Y casi ninguna le corresponde. La dependencia química dura dos semanas desde la última ingesta de nicotina y demás mierdas alquitranadas. Lo demás es humo. El cuerpo es sabio y olvida pronto. Es la mente, como siempre, la que traba o libera al organismo.
Cuando dejé de fumar lo pasé mal dos semanas. Los dos meses siguientes fueron duros, pero por miedo más que por necesidad. Y soñé que fumaba durante más de cinco años. Y siempre con remordimientos. Ni siquiera en mis sueños podía disfrutar las caladas. Lo que quiero decir con esto es que quién quiere dejar el tabaco lo deja. Todo lo que te puede pasar es que engordes diez kilos, que no pares de mascar chicles o que te comas las uñas como si fueran langostinos. Debo reconocer que he pasado por todo ello, pero a día de hoy no como demasiado, dejé los Orbit por recomendación de mi dentista y sólo me muerdo los dedos cuando conduzco y me da el punto. En cuanto a los que dicen que les gusta fumar, lo acepto. Les gusta porque las sustancias que llevan los cigarrillos los hacen más adictivos que la misma heroína. Pero eso no ocurría con el primer cigarrillo. Conclusión: Te has acostumbrado a una sustancia nociva y que antes te daba repelús.
Y nada de reducir o poco a poco. Si vas, vas. A saco. Hay que mentalizarse y no reincidir, la mente se debilita ante los fracasos por falta de intención. Dejarlo implica tener mucha fuerza espiritual porque te produce placer y sufres sin tu dosis, pero llega un momento en que vuelves a ser feliz sin fumar, y es entonces cuando hueles el humo de un cigarrillo o el aliento de nicotina de un pobre esclavo tabaquil y piensas: “Qué olor a mierda, ¿cómo pude engancharme a esto?” La respuesta, como dijo Bob Dylan, está soplando en el viento.

sábado, 7 de febrero de 2009

Zaragocismo y rabia

Uno hace afición por dos motivos principales: O por sentimiemto patrio, autonómico, regional, comarcal o local, o bien por triunfalismo.
A todos nos gusta que los nuestros ganen. Los que tenemos referentes deportivos no los idolatramos por su galanura (bueno, algunos sí lo hacen por esto) sino por sus éxitos y victorias. Rafa Nadal nos cae muy bien porque gana y es humilde, pero si dejara de levantar lechugueras de plata buena ya no sería nuestro héroe. Se convertiría en un Dani Pedrosa, que tampoco está nada mal. Si bajara un peldaño más y además fuera más engreído ya estaríamos hablando de Fernando Alonso. Si tropezara mil veces y se precipitara por la escalinata hasta el recibidor desde luego no sería otro que Carlos Sainz. Y así está el mundo deportivo: Poblado de Gasoles, Lorenzos, Riendas y Contadores.
Luego está el fútbol. Otro mundo. Redondo, infinito, limitado, farandulero y mediático. Es lo más parecido a un antiguo coliseo romano con dos ligeras salvedades. Los perdedores no mueren con un tridente en el gaznate y los ganadores no reciben la libertad, que ya la tienen, sino un puñado (más) de milloncejos. A veces creo que se ríen de todos nosotros. Trabajan tres o cinco horas al día, hacen lo que más les gusta, son aclamados como a dioses, y complementan sus pobres emolumentos con tímidas campañas publicitarias. Joder, yo como natillas todas las semanas y no me escupen euros por ello, ni por afeitarme con gillette, ni siquiera por desayunar cola-cao original a diario. Conclusión, los futbolistas dioses, millonarios y, debido a eso, a menudo vacuos y hastiados.
En el balompié hay una ley no escrita dónde todo aficionado tiene tres o cuatro equipos:
1) Equipo de la localidad: el Ribota, el Barakaldo, el Dos Hermanas. Por supuesto que en la población hay muchos pero siempre hablamos del que esté en la categoría más alta (qué menos que un tercera o un regional preferente).
2) Equipo de la provincia o comunidad autónoma: El Real Zaragoza, el Huesca, etc
3) Equipo humilde que está haciendo un papelón en Primera o que es muy auténtico: El Athletic Club de Bilbao, el Superdépor, el Cádiz, el Numancia.
4) Equipo grande y ganador: Normalmente la dicotomía es ésta: O eres del Madrid o eres del Barcelona. A menudo serás del que esté jugando mejor o gane más títulos. También te pueden gustar los antihéroes (Atlético de Madrid).
5) La Roja. Discurso populista, demagogo y facilón. Exaltada hasta la devoción, la selección española siempre ha sido sobrevalorada por los medios, solamente para generar más ingresos. Es curioso, cuando dejé de creer en ella, van y ganan la Eurocopa de selecciones.
Voy a hablar sobre mi equipo 1 y 2, que curiosamente coinciden: El Zaragoza. Es verdad que hoy en día no están en el momento más dulce de su historia. Más bien es a medias amargo y demasiado quemado.
Cuando el Zaragoza bajó a segunda muchos pensamos: “Bueno, pues si no podemos ser cola de dragón seremos cabeza de ratón”. Ay, amigo, qué ingenuo eres. Sólo somos culo de rata, gorda y difícil de matar, pero trasero gris y peludo. De hecho hemos llegado a un punto de generar rechazo social. Somos un equipo odioso: Un grande en segunda, con mucho dinero y muy poca humildad. Que si tenemos la mejor plantilla, que si un histórico, que si el nombre. Somos el rico que no demuestra lo que vale, todo lo contrario que los equipos pequeños, simpáticos y peleones, que hacen mucho más de lo que les correspondería. No me extraña que nos tengan manía y ganas a partes iguales.
Lo de la afición es otra historia. Me he cansado ya de las veces que nos han llamado prepotentes. ¿Tan obtusa es la gente que no se da cuenta que nosotros no presumimos de nada? Siempre hablamos con prudencia, con respeto o con crítica hacia nuestro equipucho, nunca despreciamos a nadie, salvo algún estúpido que maldice al rival deseándole dos mil años en segunda A o B. Los que nos dan por ganadores y favoritos son los medios de comunicación. Aquí nadie saca pecho (ya me dirás por qué habríamos de hacerlo).
Si estamos cabreados o desaparecidos es porque sentimos que las cosas están muy mal, y cada decisión es peor que la anterior. Algunos incondicionales dicen que es ahora cuándo hay que apoyar al equipo, bla, bla, bla, la afición lleva en volandas al equipo, el jugador número doce y otras masocadas. Pero vamos a ver… Si yo o cualquiera estuviera en ese campo verde que debe costar un dineral de mantener, ¡es que nos comeríamos la hierba! Por sentimiento o por dinero, por mi banda no pasaría ni uno. Y eso no lo vemos en los ricachos en pantalón corto. Además, ¿para qué vemos fútbol? Joder, yo lo veo para abstraerme, para ver ganar a los míos, para sentir épica y alegrarme de que este año podamos ser campeones de algo, aunque sea en segunda. Quiero que me hagan sentir bien, como si ves una peli de aventuras que al final ganan los buenos. Pero es que aquí no pasa eso. Perdemos ante equipos que aparentemente son inferiores a nivel deportivo y que SIEMPRE son mucho más pobres. Es que ya no te digo abusar, te digo ganar a equipos con la décima parte de nuestro presupuesto.
Si mi equipo no gana creo que tengo todo el derecho a desencantarme, a cabrearme o a dejar de ver sus partidos por la tele, que yo ni siquiera soy de los que van al estadio. Cada vez me interesa menos el fútbol. Es un circo televisado y sesgado donde sólo importa el Real Madrid, luego el Barcelona y luego el Valencia y Sevilla. Y si cada vez que veo al Mañolandia va haciendo la risa por los campos de segunda, ¿qué me puede quedar de ilusión en una panda de milloneuristas viciosos y mercenarios? Que yo vengo a divertirme, que mi vida, como la de cualquiera, ya es suficientemente agreste para traerme más infelicidad a casa. Y si quieren afición, que se coman el banderín en cada jugada, y que al soltar la camiseta tenga más sudor que el que cae por nuestra frente cada día laborable.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Soy gilipollas

Y no lo digo por esas veces en las que acabo pagando el menú infantil de los hijos de mis amigos cuando vamos a cenar, ni por las veces que faltando una plaza de coche me he autodescartado diciendo “me apetece pasear”. Pasando por alto todos los “no me importa” y los “tengo que coger el coche igual”, afirmo sin posibilidad de equivocación mis credenciales de gilipollas por mis características laborales.
Siempre he dicho que en esta vida hay que ser bueno y parecerlo. Pues no. Hay que ser jeta y que no se note. Ejemplo práctico de cómo ser un pringao inocente y primo: Ups, después de muchos meses de molestias me convencen para ir al médico. Supero mis reticencias iniciales: que si voy a perder clase, si no he faltado nunca, mis pobres compañeros a cubrirme, mis alumnos que tienen examen. Venga, va. Vamos el viernes. No tengo exámenes y además sólo falto tres clases, que siempre es menos incordio para los demás.
Llega el día D y, oh sorpresa, la SS va puntual para variar. Y además me toca el médico distante que salta por encima de las dolencias como si fuera una sesión de comba. Total, que de mi contractura nastis, ni un mísero relajante muscular, no vaya a ser que me afecte al estómago, mi otra patología. Y para esta segunda, radiografía y listos. Y ahí me planto yo, a las 9:02 del viernes con un justificante demasiado escaso para justificar la mañana, pese a que en el mejor de los casos me hubiera presentado en mi centro de trabajo a las 12 en autobús o las 11:00 en vehículo privado. No puedo negar que podría haber llegado perfectamente a la última de mis citas docentes. Confieso que no le dí mayor importancia.
Hoy me ha caído el rapapolvo de turno. Ha sido suave, elegante y cómplice. Pero ha sido. Y no puedo evitar sentirme gilipollas. En 26 años de trabajo he faltado al tajo en cinco ocasiones: un entierro, dos contracturas (o la misma dos veces), una operación de garganta y un esguince de rodilla. He currao con fiebre, con distensión de ligamentos, con una escayola hasta la rodilla, hasta he impartido media docena de clases mudo porque no tenía voz. En todo el curso no he fallado un solo día. Estoy cansado de sustituír a gente que se ha quedao dormida, que está tajada hasta el corbejón, que llega tarde por irresponsabilidad, que se le avería el coche, que tiene depresión, que su hijo se ha puesto malo, que ha perdido el Zaragoza, que había nieve o que se tenía que hacer la manicura. Gente que chupa del frasco y que se ponen malos a las primeras de cambio. Gente que de verdad está mala (que eso no se lo deseo a nadie). Gente que se casa, se divorcia, se cambia de piso, tiene problemas institucionales o le duelen las pestañas. Gente que está reunida, personas impersonales, individuos con morro y compañeros con mal cuerpo. Gente que sí, y gente que no.
Y cuando pienso en todo esto, y lo injusto que me parece, sólo me entran ganas de cogerme una depresión indefinida por que mis alumnos no pronuncian bien el inglés americano o porque Espinete era en realidad una mujer punky con obesidad mórbida y un traje de pantera rosa. O cuando vaya al médico pedirle cita a las 10:30 para que no me dé tiempo a ir antes, ni a acudir después. Y por supuesto en un día donde tenga muchas clases. Y pedir cita para el dentista, el procurador, la adivina o el asesor de imagen todas las veces que haga falta, pero por las mañanas. Así dejaré de ser el gilipollas majo y sonriente y seré el interino jeta que se pica todas las que puede, ése que se pone el disfraz de FUNCIONARIO, porque en este trabajo hay dos tipos de personas, los docentes, con plaza fija o no, y los funcionarios, los que nos hacen tan odiados, los que llegan tarde, no vienen por borrachera, se hacen la manicura, tienen depresión por culpa de la lluvia y en general trabajan la cuarta parte de lo que lo hace el primer grupo.
Pero si alguien lee esto que no se preocupe. Mañana se me habrá pasado el cabreo y volveré a ser parte de ese 40% que sustenta al otro 60 con nuestros impuestos, nuestras ganas de trabajar, nuestra resistencia, nuestra ilusión y nuestro sudor. Y es que no os podéis imaginar la cantidad de gente que conozco que vive del cuento, del paro o de mis 26% de retenciones mensuales. Para que luego me digan que aquel viernes podía haber llegado a mi última clase…